Ionesco y a Beckett aprovechando algún despiste de la censura. El Brujo despliega sus artes juglarescas del yo me lo guiso y yo me lo como en este espectáculo que cierra trilogía: El Evangelio de San Juan, del cual es director, autor, escenógrafo e intérprete. Música, magnífica, en directo. Dos horas de predicación heteredoxa del evangelio de la luz, en clave de cartel naif o estampita chola . Cuanto más sabe el espectador del texto de San Juan, mejor, más lo disfruta. El ejercicio dramático de El Brujo es mucho más que un monólogo, porque de sus manos, de los gestos, de sus cambios de ritmo y los registros de voz envidiable brota el espectáculo del Bautista en el Jordán, la tarde de bodas en Caná o la Samaritana dando de beber al Hijo del Hombre. Risas, complicidad del lector-espectador laico o que ha decidido serlo por dos horas. Ni una irreverencia, aunque no sé yo cómo lo verían algunos de mi ciudad que se me vienen a la cabeza.Todo es perfecto esta noche de otoño. A la salida, nos vamos a tomar algo a la taberna Almirante, donde antiguamente los estudiantes sacábamos las entradas reservadas a la claque. Hoy es un lugar de tapeo postceremonial, con las mejores croquetas de marisco, y mesas entre las que puedes elegir a tu gusto sin que un mesero miserable pretenda estabularte. Cuando salimos, ya es 29 de septiembre, el día de la Huelga.
Al llegar a Ávila, compruebo que la ciudad va a ser hoy el bastión de la protesta. En ningún escaparate falta el anuncio de que no se va a abrir, de que la adhesión a la huelga es incondicional. Por la mañana es otra cosa. No sé si la risa floja reprimida procede de lo que le he oido al juglar anoche o de ver el cabreo de los comerciantes arrancando las pegatinas. Por la tarde, la sorpresa: la mani convovada por los sindicatos recorre las calles del centro y suma más manifestantes que penitentes hay en las procesiones, todas juntas, de la Semana Santa. Es un soplo de esperanza: no todo está dormido en esta ciudad.
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