Lesmes
Andueza está un poco harto de los ciclos anuales: ahora tocan villancicos y
buenos deseos, ahora procesiones, luego playa y cremas, más tarde difuntos y,
de nuevo pandereta… y vuelta a empezar. Siente que se le va pasando el tiempo rutinaria
e inexorablemente, como en los viejos tacos de los que se arrancaba la hoja cotidiana
cada mañana cuando era niño.
Lesmes
Andueza está desnortado, no sabe muy bien para dónde tirar ni qué proponerse
en 2013. No sabe si pedir algo para sí mismo, porque ignora si “sí mismo” es
hoy sujeto de apetencias. Mira con distancia el júbilo de los demás, desaforados
en la euforia de matasuegras, gorritos ridículos y serpentinas. Se cruza por la
calle con conocidos que traen cara de exclamar: ¡feliz año nuevo!; o, a secas,
¡feliz año!; o en plan borde: ¡lo dicho, flizaño!, buscando la mayor economía
afectiva posible. Y se cruza de acera o se para a mirar el escaparate que se
sabe de memoria para evitar el protocolo.
Lesmes Andueza, en fin, no sabe por dónde empezar a poner orden, pero tampoco ha aprendido a sentarse para ver pasar la vida como hacen otros, así que está buscando algo en lo que sumergirse que no se convierta en rutina ni salpique a los demás. Envidia a los fieles de cualquier creencia, aunque sea del mismo calendario zaragozano, que todo lo encuentran resuelto con una simple consulta. Este año está probando con el zaragozano, por lo menos durante la primera quincena de enero, a más no se compromete, que él bien se conoce.
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