No era un psicólogo al uso. Una
lección suya contenía un tercio del discurso de cualquier otro ponente porque
elegía las palabras de forma germánica y administraba los silencios entre las
partes como si se tratara de un sorbete
de limón entre el pescado y la carne. Algunos lo consideraban “un pesado”, pero
yo envidiaba su habilidad para dar con el término científico, único, y dejar el
concepto impecablemente expuesto. Cada vez que tengo que hablar en público (asunto que siempre me inquieta), lo invoco y me ayuda el recuerdo de aquellas
conferencias. Las escalas para el estudio del comportamiento infantil y los
estudios sobre el análisis transaccional han dejado publicaciones que no se
quedan en la teoría: ahí están sus quince títulos de carácter práctico en el
catálogo de CEPE, entre otros muchos.
Era un gran científico, un excelente
psicólogo de los que no salen en televisión, seguramente porque estaba fuera de
ritmo. Y era un buen amigo de cualquiera que se acercara a él. Descanse en paz.
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