martes, 22 de diciembre de 2009

Hispanista y forense

Para evitar malentendidos, diré desde el principio que Lorca es un poeta que va unido a muchas experiencias de vida y de lectura: las veladas poético-musicales nocturnas en Las Vistillas, que organizábamos los colegiales de San Fernando; la imitación de estilo en nuestros poemas inocentes, sembrados de lunas, navajas y gitanos trágicos; la devota asistencia a los estrenos para ver a Nuria Espert en Yerma y a Ismael Merlo en La casa de Bernarda Alba; el gozoso reencuentro con Federico y su fantasma en la Residencia de Estudiantes, asomado a la galería, del bracete con Dalí o Buñuel; la explicación de sus imágenes poéticas a los estudiantes del instituto.
Así que quedo sin mancha de sospecha cuando proclamo que el hispanista irlandés, metido a forense, me está quitando la afición. Me pasa lo que a Tica Fernández-Montesinos, la sobrina del poeta, que se alegra de que no hayan dado con su tío. Yo me alegro casi lo mismo de que no hayan dado con mi poeta, aunque sospecho que por razones distintas de las que puede tener Vicenta.
Lo mío, confieso, es pura manía. Me dispongo a seguir viendo complacido cómo el hispanista sigue diciéndoles a los de la Junta dónde deben cavar, como el capataz que sabe más que nadie: “Sí, don Ayan, a mandar”. Y él, mientras, con el mapa que le ha entregado el Manolillo de turno, barriendo el olivar hasta más allá de donde termina el parque y pensando para sus adentros: “Dios mío, que no lo hayan desenterrado, que me hunden el libro”. Y los de la Junta con la gorra en la mano, obedientes y deslumbrados.
El argumento que se me ocurre para un relato que nunca escribiré es este: Lorca se habría salvado haciéndose el muerto y ahora se le aparecería a Ayan reclamándole parte de lo que el hispanista ha ganado estos años a su costa. Creo que, al menos, este debería devolver el importe de lo pagado a los lectores que se sintieron fascinados con sus aventuras de forense. A mí me da igual que encuentren a Lorca o que no aparezca jamás. Lo tengo en el número 23, 24 de la revista Poesía, que editaba el Ministerio de Cultura en tiempos de mayor sensibilidad; en el álbum-fuelle que editó Manuel Fernández-Montesinos en 1991 para la Fundación y la Residencia de Estudiantes; y, sobre todo, en sus obras, a las que me asomo de vez en cuando. Ahí está Lorca, Ayan, y no donde te diga Manolillo.

2 comentarios:

jmrwinthuysen dijo...

Muy de acuerdo. A mi ver, la familia de Federico García Lorca está dando una lección de sensatez en un país en el que a menudo triunfan las voces de los maniqueos y los exaltados.
Sigue escapando de los cazadores de cadáveres, Federico.
Juan

Anónimo dijo...

Lo de cambiarle el nombre al hispanista resulta genial. Está claro que como es en inglés, parece imposible que se pronuncie igual que se escribe. Cosa de la lengua bárbara que por una vez no nos engaña. Nena.

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