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domingo, 5 de noviembre de 2017

Presos políticos en Cataluña

“Cataluña, cuatro: Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona”. Así lo recitábamos en la escuela de la Casa Social Católica, recién apagados lo fuegos de la guerra y con las calles repletas de ¡Franco, Franco, Franco! (tres), ¡Arriba España! (una), ¡Viva la Virgen de Fátima! (otra) y qué se yo que más. Así que lo de /lléida/ y /yiróna/ no acaba de entrarme. Luego, cuando el insti, íbamos los domingos al Teatro Principal o al Cine Gredos a ver películas en las que salían  Estiguartgranjer, Alanlad y  Maurenojara. Éramos todos de francés, no estábamos obligados a tirarnos el moco pronunciando bien cualquier otra lengua. Siempre hemos tenido nuestros desencuentros con la pronunciación correcta. Más tarde, ya en la carrera de Románicas, estudiando catalán, seguíamos pronunciando /lérida/ y /jeróna/ recalcitrantemente y no nos suspendían.

Pero sí aprendimos pronto en las clases de redacción, con Pepita Sánchez Reyes, que había que tener cuidado con los adjetivos porque no siempre daba igual ponerlos delante que detrás del sustantivo: un pobre hombre no era lo mismo que un hombre pobre, porque era mejor ser pobre en un caso que en otro. Ella lo explicaba mejor.

Dedicado a Pepita, que, además, vive en Barcelona, me consta; para que vea que seguimos recordándola: no es lo mismo PRESOS POLÍTICOS que POLÍTICOS PRESOS. Lo digo por los de Soto del Real y Estremera. También se lo dedico a mis parientes catalanes, que algunos tengo y a toda la patulea que clama en las calles de Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona.

jueves, 10 de octubre de 2013

Teresa de Ahumada, un día cualquiera


En el protocolo de un escribano que se guarda en el Archivo Provincial de Ávila (Protocolos, 256, fols. 52-55) encontré un poder firmado por la madre Teresa en tiempos de grave crisis económica, como este que vivimos. El documento, utilizado en otro momento para un trabajo de investigación, está convirtiéndose con el tiempo en un relato que tal vez no pase nunca de su actual estado de borrador. Como están/estamos en plenas fiestas de La Santa, lo traigo aquí en  homenaje a quella mujer admirable:

 
Arrecia el invierno de 1572. Es 6 de febrero y por la puerta del Carmen salen el escribano y su mozo. Bajan despacio los desmontes para evitar los hielos que espejean en la hierba, camino del convento de La Encarnación. El sol no se decide a reinar sobre el tejado de San Martín y en las huertas se vuelven piedras las berzas castigadas por la helada. La madre Teresa de Ahumada, priora del convento, tras sobrevivir al escándalo que ha provocado su borrascosa toma de posesión, anda poniendo orden en todo, también en la estrecha economía. Está cansada de ver cómo con la excusa del hambre, que es real en el pobre refectorio, sus monjas rompen la clausura y se ausentan del claustro en busca del amparo de los parientes. Luego vuelven más lozanas y con mejor color, pero también traen mohínes sospechosos y un brillo nuevo en los ojos que no es precisamente testimonio de fervor religioso. Por ello, la Madre se ha hartado de tanta entrada y salida y ha adoptado provisiones para evitar el trajín que distrae a sus monjas. Ha llamado al escribano Cianca, a quien conoce porque es persona próxima a su círculo familiar y de amistades, con objeto de levantar acta de un poder que van a otorgar las hermanas Beatriz y Ana de Carvajal en favor de su hermano Diego para cobrar ciertas rentas. A ver si así se van remediando un poco las hambres. Entran el escribano y su mozo en el convento. Hace allí más frío aún que fuera. En la estancia esperan otros tres caballeros: el viejo Mateo de las Piñuelas, mayordomo del convento y testigo principal de los afanes  de la Madre; el apuesto Diego de Carvajal, hermano de las dos monjitas; y un enlutado procurador de causas, Alonso González, que se sopla las manos sin parar para aliviar el picor de los sabañones. Cianca los saluda cortésmente y conversa con ellos en voz baja mientras el mozo dispone el recado de escribir sobre una pobre mesa de tijera que las monjas han dispuesto. Apenas ha transcurrido el tiempo de un credo, cuando se oye un rumor de pasos que se acercan. Entran la Madre y las dos hermanas; las dos jóvenes, con la vista yendo de las losas del suelo al rostro del hermano y de la cara a las losas; y la Madre, afectuosa y contenta de ver otra vez al escribano, su amigo.  Teresa anima con un gesto a las dos hermanas para que abracen a don Diego y por unos momentos todo se vuelve risa y confidencia familiar. Pronto cumplirá la Priora cincuenta y dos años y en su rostro han quedado marcados los caminos recorridos por Castilla, fundando aquí y allá conventos de monjas y frailes descalzos. Pero el encuentro de Beatriz y Ana con el hermano le trae a la memoria a los suyos, sobre todo a Rodrigo. «Nos darán las vísperas si no pasamos a lo que nos concierne», avisa la Madre para acabar con tanta nostalgia inútil. Y sentados todos, excepto las dos monjitas, en sillas de anea pobres pero relucientes, el escribano procede a leer el poder que ya tiene redactado. Asienten Piñuelas y González, aprueba la Madre, dan su conformidad los tres hermanos y proceden a firmar los papeles. Como testigo estampa su firma la Madre: «Teresa de Ahumada».

Hasta aquí el borrador.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Dos escuelas para Piedrahíta (1851)

Repaso dos impresos rarísimos que publicó en 1851 la Imprenta de la Viuda de Estelles, en la Bajada de Gracia, aquí en Ávila. Dan cuenta del acontecimiento ocurrido en Piedrahíta el 26 de diciembre de aquel año: (cito textualmente) “la solemne apertura de las dos escuelas públicas que, para la enseñanza de la juventud de ambos sexos, se han establecido en la misma villa”.
Se trata de dos discursos pronunciados por Francisco Ortiz Orrero, alcalde constitucional de Piedrahíta y por Pantaleón Prieto, maestro. Es poco probable que entre las autoridades presentes en el acto estuviera el ilustre poeta y político José Somoza, caído en desgracia tras haber sido diputado en las Constituyentes y haber presidido la Diputación de Ávila. Un año antes de la apertura de las escuelas, en 1850, se las había tenido tiesas con el arcipreste de la villa y el obispo a propósito de sus escritos, lo que acabaría costándole, a su muerte en 1852, ser enterrado sin sacramentos.
Ha llegado a la villa para la inauguración “el inspector del ramo en la provincia”, D. Valentín María Mediero. Podemos imaginarlo atravesando el valle Amblés, subiendo Villatoro y entrando en el valle del Corneja en pleno diciembre por el camino que hoy es la N-110, ¿a lomos de caballería, en un coche o diligencia? El alcalde Ortiz reconoce que Mediero “sin arredrarle la intemperie de la cruel estación ni el peligro de los caminos, cumple tan dignamente con su delicado cuan honorífico destino”. Y recomienda a los alumnos, que asisten al acto: “En vosotros, apreciables niños, hoy se aumentan vuestras respectivas obligaciones, y desde hoy mismo deben comenzarse a cumplir. Lo haréis asistiendo puntualmente a esta escuela destinada para conduciros por el camino de la ciencia y de la virtud, escuchando con atención las explicaciones y consejos de vuestro Director y obedeciendo ciegamente sus mandatos. Así os lo encargo, espero que lo cumpláis, y de este modo lograréis que vuestros padres os amen, vuestros amigos os quieran y vuestros semejantes todos os aprecien”.


Por su parte, el maestro Prieto, que se va por las ramas en el discurso seguramente porque quiere lucirse delante del inspector, se dirige a los padres de familia, campesinos la mayoría: “Por consiguiente, padres de familia, estimulad a vuestros hijos; aconsejadles por cuantos medios os conceda vuestra paternal autoridad a que vengan aquí a recibir la instrucción que tantos bienes ha de producirles, no les entretengáis con excusa de faenas agrícolas, porque la mejor herencia que podéis dejarles es la ciencia y la virtud”.
Hace de aquello ciento sesenta y un años. La escuela pública da bandazos en manos de los turnos políticos que se empeñan en dejar su impronta en el sistema. Los recortes la empobrecen hasta dejarla en los mínimos. La calle la utiliza como pancarta. Y hasta los párvulos acaban en las manifestaciones. Yo me quedo con la imagen del inspector Mediero, promotor voluntarioso y aterido, que se empeñó contra viento y marea en abrir aquellas dos escuelas en Piedrahíta y acabó consiguiéndolo con la colaboración de las autoridades de la villa.
Años más tarde, el poeta Gabriel y Galán fue maestro en aquellas mismas escuelas. «El Solitario», como firmaba sus cartas por entonces, se aburrió allí hasta el infinito, víctima seguramente de lo que hoy llamaríamos un “síndrome depresivo”, y entonces solo era pura melancolía. Pero esa es historia para otra ocasión.
Asistencia a clase, puntualidad, obediencia al maestro, padres estimulando el aprendizaje, afán de saber… todos hoy, valores en desuso, pura arqueología. Que al menos nos quede la fecunda cabezonería de Mediero.
(Lo he dicho en SER-ÁVILA.- 20-XI-2012)

sábado, 19 de mayo de 2012

Medrano centenario


Los Medrano son una familia de libreros e impresores-editores. He conocido a cuatro de las cinco generaciones y guardo recuerdos de infancia y adolescencia que tienen como paisaje de fondo la vieja librería de Reyes Católicos. Mi padre me mandaba allí a comprar los impresos de compraventa de fincas y pegujales que a él le habían encargado los familiares o amigos del pueblo. Allí me compraron el misal de la primera comunión con pastas nacaradas, broche e impresión a dos tintas. En Medrano comprábamos el material escolar al comienzo de curso: los libros, la regla y el cartabón, los cuadernos de apuntes, el bloc de dibujo y la tinta china. Los primeros libros que compraron mis padres recién terminada la guerra fueron adquiridos en Medrano: un Quijote de Águilar-Joya en 8º que todavía conservo y que me ha acompañado en enfermedades y alifafes como lectura de convalecencia, es mi Quijote preferido para la cama; y el volumen primero de las Novelas de Pérez Galdós, también de Aguilar en 4º menor, que mi madre leyó casi hasta el final de sus días.
Años más tarde, ya casi terminado el bachillerato o en los primeros años de carrera, íbamos los amigos del insti a la librería a visitar la trastienda. Nicasio Medrano (2ª generación) nos permitía entrar allí para rebuscar viejos títulos de la Austral y rarezas a precios asequibles. Fue uno de los santuarios iniciáticos de esta adición incurable por los libros antiguos, raros y curiosos que nunca ya me ha abandonado.
Con el tiempo Pedro y Rafael Medrano (3ª generación), en sus librerías de Reyes Católicos y Santa Ana, han pasado a ser vendedores de mis libros y de los títulos de nuestra joven editorial Caldeandrín, siempre atentos y comprensivos, contradiciendo la vieja tradición que dice que autores, editores y libreros andan permanentemente a la greña, lo que suele ser cierto.
Ayer en Los Velada, después de otorgar un premio de reconocimiento al historiador José Belmonte y al dibujante José Luis Serna, brindábamos por el futuro con los Medrano de 3ª y 4ª generación, mientras la 5ª correteaba ya por el salón.
Hace unas semanas he visitado el museo Plantin Moretus en Amberes, uno de los templos del libro, regentado por una familia durante siglos. Ojalá que los Medrano tengan tan larga vida.

martes, 10 de abril de 2012

El Resucitado

(Foto: Archivo Caldeandrín)

La llegada de la primavera no tiene fecha fija en Ávila, pero sí festividad señalada. Aquí la primavera no es proclamada por ninguna cadena comercial, tampoco por los programas del tiempo de la televisión, cada vez más largos y prolijos; ni siquiera por la floración de las plazuelas y jardines, generosos por naturaleza y poco rencorosos con el trato que solemos dar a sus árboles.
En Ávila, en la capital, la primavera llega con el Resucitado recorriendo las calles a hombros de sus cofrades, precedido de la cohetería y acompañado con la música rural de los dulzaineros. Después de una Semana Santa de interés regional pero más bien escaso, cada año un poco más andaluza con levantás y bailes de imágenes incluidos, impostada por exigencias del turismo y la tendencia mimética de las hermandades, llega el Resucitado mirando al cielo, triunfante y optimista, recorriendo las calles con sus dos docenas de cofrades, herederos de aquellos campesinos que plasmó Sorrolla en La fiesta del pan para el descomunal mural de la Hispanic Society.
He vuelto este domingo a la ermita de El Pradillo después de muchos años. No es cierto que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, como afirmaba Manrique (¡lo que habría dicho hoy!); más bien, al contrario: cualquier tiempo pasado ha sido peor. Es la memoria selectiva la que nos traiciona y se empeña en recordar, por ejemplo, las meriendas en El Pradillo, pero evita acordarse del frío pelón que convertía la fiesta en sacrificio. Sin embargo, cada uno se administra los recuerdos en las dosis que prefiere, en una práctica de automedicación que depende de cómo andemos de nostalgia y visión del porvenir. En la memoria está aquella ermita humilde anterior a la restauración de los años 70 (muy digna, por cierto), el juego de la calva en que siempre destacaba un personaje bigotudo al que admirábamos, los puestos de avellanas tostadas que reaparecían después de haber acompañado a los Difuntos allá por noviembre; y la Fuente del Pradillo, una construcción municipal del Siglo de Oro, algo posterior a La Sierpe, espléndida, motivo de inspiración para folcloristas y fotógrafos. He vuelto a verla, con su heráldica de piedra carcomida, sin agua en los caños, con la pila abrevadera convertida en corralito de juego para los niños y, lo que es más grave, con un enorme casetón que hace décadas levantó el Ayuntamiento delante de ella para guardar no sé que trastos y eclipsarla. Hoy el casetón, descuidado, más las edificaciones que han ido asfixiando la campa en torno a la ermita, han dejado un espacio estrecho en el que se amontonan con motivo de la fiesta puestos, bazares de chinerías, atracciones ruidosas y chiringuitos que obligan a pasear por allí de uno en uno. Apenas si en las cuatro peñas que han sobrevivido a los barrenos en la campa, se atreven todavía algunos grupos a exhibir el suculento hornazo y la limonada servida en vasos de plástico.
Es nuestro patrimonio inmaterial deteriorado, despreciado porque seguramente nos molestaba el tufillo medio rural y obrero de su origen: los antiguos canteros de los alrededores de La Viña, los lecheros y huertanos de La Encarnación, los obreros de Ajates que mantuvieron viva la fiesta auténtica.
Pero el Resucitado ha vuelto a las calles de la ciudad, con su cohetería y sus músicas serranas, anunciando que llega el tiempo de fiesta de los barrios, de las cofradías. Ojalá nos traiga algo de resurrección a todos, que falta nos hace. Ojalá sepamos salir de la humillación del costalero, abrumados como estamos por el peso de recortes que son amputaciones crueles (ayer mismo, 10 mil millones en educación y sanidad). Ojalá nos dejen mirar de nuevo el azul del cielo con optimismo. Entre el domingo de Ramos y el de Resurrección, me quedo con el de Resurrección.

¡Feliz Pascua!

miércoles, 5 de octubre de 2011

Les presento a Gonzalo de Ayora / 2

Debe de estarme afectando la boda de la duquesa, porque no consigo, por más que lo procuro, ponerme serio para escribir la crónica de la presentación del libro de Gonzalo de Ayora que he editado. Lo siento, de verdad, pero estos ataques de marujeo poco solemne cada vez me sobrevienen más.


Tres cuartos de entrada. El audiovisual que ha preparado Mayda Anias suena muy bien, hasta que comienza a entrar el público en la sala y se queda en visual, porque no se oye la ensalada de Mateo Flecha el Viejo que acompaña a las imágenes. Anias (Caldeandrín) abre el acto in medias res leyendo en español caribeño el elogio de la ciudad de Ávila que Ayora escribió en su epílogo. Como casi me lo sé de memoria, me distraigo pensando que, de haberlo recitado el propio Ayora, cordobés, su fonética y su música no habrían estado muy lejos de lo que oímos esta tarde. Mi amigo, el historiador Paco Vázquez, preside la mesa y habla elogiosamente del libro. ¡Dios mío!, pienso, va a pisarme la intervención, pero no ocurre. Incluso nos permitimos recordar cuando jugábamos al fútbol en el equipo del Insti, en una vida anterior; y yo, en correspondencia, anuncio que acaba de tener dos nietos. Paso lista y veo entre el público a amigos historiadores, amigos de los otros, compañeros de la política, lectores (también historiadoras, amigas y compañeras, que se me olvidaba lo del -os, -as). Expongo en mi intervención cuatro notas sobre Ayora que me parecen relevantes y... ¡queda inaugurado este pantano!
Ahora en serio. Gracias a Paco Vázquez por su respuesta a mi demanda. Gracias a la editora, Mayda Anias, por el exquisito cuidado que ha puesto en la edición y en la presentación. A los amigos que acudieron a la cita. A los medios de comunicación que han cubierto la noticia antes y después. A los lectores. Gracias al director de la Biblioteca del Corralón (ningún sitio mejor para presentar un libro que una biblioteca). Gracias a cuantos me han escrito o me han llamado explicando por qué no podían asistir.
Capitán Gonzalo de Ayora, desterrado como tantos de esta patria, mi querido fantasma, ya ves que he hecho cuanto estaba en mi mano, como exigías y prometí. Si conociera en qué lugar de Portugal te enterraron, te llevaría unas flores. Procuraré enterarme.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Les presento a Gonzalo de Ayora

Tengo el honor de presentarles al cronista de los Reyes Católicos, el capitán Gonzalo de Ayora. En 1517 o 1518 anduvo por estos mismos lugares de Ávila, invitado por el corregidor Bernal de la Mata, para informarse sobre las "cosas dignas de memoria" que había en la ciudad. Contempló con admiración la sepultura de Alonso de Madrigal, recién impuesta en la girola de la Catedral y dio noticia temprana de la "invención" apócrifa de los restos de san Segundo en la ermita del Adaja. Estas y otras materias fueron recogidas en su epílogo titulado: Ávila del Rey. Muchas historias dignas de ser sabidas que estaban ocultas.
Después de la primera edición, la de Diondedei en Salamanca (1519) no se imprimió otra hasta la de Antonio del Riego, en Madrid (1851). Ambas ediciones son muy difíciles de encontrar. Por ello me he animado a publicar el epílogo de nuevo, esta vez en una versión asequible a lectores en general, no necesariamente investigadores ni historiadores. Y he acompañado el texto modernizado del cronista con una Introducción en la que he procurado dibujar lo mejor que he sabido el escenario y los personajes de aquel comienzo de siglo borrascoso.
El próximo día 28 de septiembre, el capitán Gonzalo de Ayora será presentado oficialmente en la Biblioteca Pública del Corralón. Están invitados a conocer a este cronista de nuestra ciudad: "hombre diestro en las armas e perfecto soldado e de buenas cualidades e partes", como lo definió Fernández de Oviedo; "no menos brillante con las armas que con las letras", como lo vio su amigo Mártir de Anglería; y que con su participación activa en la causa de los Comuneros acabo siendo, en opinión del emperador Carlos, "comunero liviano y un gran bellaco". Todo un personaje, que estaba pidiendo a gritos volver a Ávila después de quinientos años. Desde ahora, ya se puede leer el epílogo de Ayora en la ciudad que patrocinó aquella primera edición. Que disfruten de su lectura tanto como yo he disfrutado editándolo.



miércoles, 17 de agosto de 2011

Senén Pérez (1956-2011)

Libreros y autores suelen mantener una relación de dependencia mutua que no siempre se traduce en cordialidad. El autor querría ver su libro siempre en el escaparate o en la mesa expositora principal, porque ¿qué libro puede haber más interesante que el suyo? Por su parte, el librero necesita ante todo vender y tiene que renovar cambiando de mosca para pescar en las aguas, cada vez más turbias, de la masa lectora. Se podría escribir una historia extensa sobre estas relaciones. Sería un éxito. Recuerden la relación tenebrosa de Valle-Inclán con los libreros madrileños, sobre todo con Pueyo.
Senén, el librero de Ávila, entra en al capítulo de las excepciones. Era un librero que leía y podía conversar con los autores de algo más que de ventas y liquidaciones.
Mi amigo, el escritor Juan Martínez de las Rivas, me honra pidiéndome que acoja en mi blog el obituario que dedica a su amigo Senén. Yo me uno al sentimiento de estupor que siempre produce la muerte de una persona joven y a la sensación de que se ha ido alguien que era necesario en la ciudad.
(Foto de Mónika Martínez de las Rivas)

En la vida del librero (además de editor y fotógrafo) Senén Pérez hubo muchas bicicletas. Sentía pasión por esos ingenios de dos ruedas que muestran con genialidad sencilla lo mejor de la inventiva humana. Le debo, entre muchas otras cosas, las más perfectas dos horas que he pasado rodando en uno de ellos. Habíamos salido antes a excursiones cortas. Una de ellas (hasta La Colilla, sobre senderos nevados en los que las ruedas ahondaban en el barro y frustraban cada poco el pedaleo) figuraría como mi peor recuerdo de sillín y manillar, de no ser por el humor con que Senén afrontaba estos ─y todos─ los contratiempos. En esa temporada solía proponerme que me uniera por un día a su grupo de ciclistas de montaña. Yo me negaba con razones fundadas en mi capacidad y preparación, escasas para seguir la marcha de sus compañeros, entre los que se encontraba Arroyo (sí, el que fue segundo en un Tour). Reconozco que no era la única razón: Arroyo tenía fama de exquisito bromista inclemente con los novatos y lo menos que podía esperar, al parecer, era que una simuladamente defectuosa maniobra suya me llevara volando a caer en un zarzal. Senén me invitó entonces a recorrer sin compañía peligrosa uno de sus itinerarios preferidos del campo próximo a Ávila y en el que se sucedieron todos los variados escollos que puede sortear una bicicleta de ruedas gordas, desde un camino imaginario a una autovía, hasta que reaparecimos a la civilización en Carrefour, tras el que denominaban “prado de los cocodrilos”, por cierto largo e hilarante chiste contado allí en ocasión anterior y repetido ese día. Lo de soltar chistes mientras se asciende penosamente en un agotador final de etapa sobre hierba encharcada es otra muestra del ánimo de estos ciclistas. En mi recuento de la jornada anoté, como cosas de las que no hablar al volver a casa, una caída por desequilibrio y otra de salida recta del camino en una curva de bajada con arena, por tratar de seguir un ritmo manifiestamente inalcanzable para mí, a pesar de que Senén había sufrido pocos meses antes una de las muchas cruentas operaciones contra la enfermedad que lo atacaba. Pero acabé esa excursión, conversando en la gasolinera en la que desprendíamos a chorro de manguera el abundante barro de las máquinas, con la placentera certeza de haber vivido una experiencia superior a mis posibilidades. Una muestra de generosidad suya, actuar como guía, porque para él, que de joven dudó si pasar del ciclismo aficionado al profesional, venía a ser un simple paseo, aunque lo disimulase amistosamente.
De sus muchas historias de bicis recuerdo con singular emoción una que sus amigos de visita diaria a la librería vivimos por capítulos, la del robo de uno de los ejemplares de su colección, una vieja italiana de carretera, creo que una Pinarello, que la mañana de su desaparición había sacado para un corto paseo urbano y aparcado a la entrada de la librería, sin candado, confiadamente. En una ciudad tranquila como Ávila estos sucesos inquietan y extrañan más que en otros lugares más progresados, y los amigos compadecíamos a diario en la librería su apenas expreso disgusto y le pedíamos noticias. Por supuesto, no esperábamos más que con débil esperanza que la bicicleta robada reapareciera. Uno de sus hijos, sin embargo, no se resignó a contemplar la aflicción paterna sin actuar, y ─secretamente para Senén─ pesquisó en los ambientes juveniles, digamos que gamberros, de la ciudad. Tras acertar la pista y ponerse convincentemente pesado con la pandilla en la que se escondía el sospechoso, recibió un recado:
“Esta noche estará la bici en el puente del Adaja, pero no quieras saber más del tema”.
El joven hijo, sin atreverse ─por respeto y por ajustada intuición dramática y ceremonial─ a montarse en ella, empujó la bicicleta río afuera, muralla adentro y cuesta arriba, y, cuando se aproximaba a la casa familiar, telefoneó a su padre.
“Asómate, Papá, que quiero que veas algo”.
Senén vio desde el balcón aparecer calle abajo, envuelto en luz de farolas, a su hijo empujando la que iba descubriendo ─seguramente ansiando, temiendo soñar─ como su bicicleta robada. Cuando llegó a la altura de la casa, y empezaba su padre a creer que de veras regresaba la vieja italiana de bello cuadro esquelético, el joven la alzó con los dos brazos, ofreciéndosela en triunfo de afecto filial. Es una historia de bicicletas y de gestos, pero es más una historia de familia, de la ejemplar familia de Senén, Sonsoles y sus tres hijos.
Senén fue librero, y también fue un fotógrafo aficionado que fotografiaba como un profesional, un editor aficionado que editaba como un profesional (dos libros de Aganzo, uno de Aramburu: tres joyas), un ciclista aficionado que pudo ser profesional, y un amigo cuya amistad no admitía mejora. Como librero no se conformó con vender buenos libros: leyó con intensidad a los narradores españoles contemporáneos, de los que sabía aconsejar lecturas con tino, y, cuando su salud se lo permitió, produjo un programa literario en la radio SER local, presentó libros, y patrocinó un concurso de narrativa del que conocí el esmero con que se planeaban sus ediciones, porque me invitó a formar parte del jurado, sumándome a él y a los poetas Fernando Romera y David Ferrer. Ese concurso duró ─Ávila es así─ hasta que el concejal de Cultura de turno, falto de ideas y obligado a hacer algo porque para eso lo habían nombrado, convocó un concurso literario municipal juvenil para las mismas edades y en las mismas fechas. Senén, discreto que era, calló el atropello y se alegró de que algo al fin se hiciera por fomentar la escritura entre niños y jóvenes.
Tuve la suerte de disfrutar durante década y media, casi a diario, de su humor de retranca y de su ánimo constructivo, en mis visitas a la librería de su nombre y en las comidas que compartimos y en las que desplegaba su vocación de gourmet, y en los tés japoneses que ofrecía en los bajones de su enfermedad, en su casa, de la que salías con el ánimo recrecido por la entereza con que afrontaba los golpes a su salud. Quiero recordarlo vivo y vivo es ser narración que prosigue, que no alcanza su final, como las de las muchas historias en que figura su persona, como los proyectos vitales que alentó. Contaría, por ejemplo, cómo se aficionó al Christmas Pudding o a la cata de tés o cómo trajo a Frank McCourt a Ávila, y algún día lo haré y reiremos un poco con él y en su recuerdo.

Juan Martínez de las Rivas, 16 de agosto de 2011.

Senén Pérez Núñez murió el 15 de agosto de 2011 en Ávila.

martes, 9 de agosto de 2011

La memoria de Ciges Aparicio en Ávila y lo de Poyales


En la madrugada del día 4 al 5 de agosto se han cumplido setenta y cinco años del asesina-to en Ávila del escritor Manuel Ciges Aparicio a manos de un grupo de falangistas de Valladolid.
Cuando se proclamó la República, Ciges militaba en la Izquierda Republicana de Manuel Azaña y ocupó el cargo de gobernador civil en varias provincias. En 1933 está en Baleares, donde coincide con Francisco Franco, que es allí comandante militar. Según me contó su hijo, el actor Luis Ciges, la relación de las dos familias fue correcta y Franco, en 1936, cuando supo la noticia del asesinato del escritor, habría expresado su pesar (pura anécdota que nada arreglaba). La caída de Azaña le devuelve a Madrid, donde lo encontramos poniendo en marcha un periódico para Izquierda Republicana con la cabecera de Política, que nació como semanario en marzo de 1935. Cuando en 1936 se produce el triunfo del Frente Popular, volvemos a verlo en el cargo de gobernador civil, esta vez en Santander. Allí tiene que enfrentarse a los falangistas e intervenir con firmeza en la implantación de la enseñanza laica. Dirigentes obreros, de un lado, y fascistas, del otro, le hicieron difícil cualquier labor de moderación y arbitraje. Llegamos a la etapa final de su vida comprometida, tema del que en su momento me ocupé entre dificultades sin cuento, que darían para un título que podía ser “Investigar a contracorriente”, debido a la nube de silencio que ha ocultado durante mucho tiempo su paso por la ciudad de Ávila, su muerte e incluso su enterramiento. Por ello, me detengo hoy en estos últimos días de la vida del escritor.
Tras un breve paso por el Gobierno Civil de Lugo, recala en el gobierno de Ávila en julio de 1936. Va a sustituir a otro gobernador-escritor, Antonio Espina, que ha pasado por la ciudad sin pena ni gloria. Seguramente va a ser un cargo breve porque, al parecer, según testimonio de su hijo Luis, le tenían reservado el puesto de embajador en Cuba. Llega Ciges a la ciudad el 4 de julio. La residencia y dependencias del Gobierno Civil se hallan en el viejo palacio de Los Serrano, hoy convertido en un centro cultural. Ciges, su esposa Consuelo, que era hermana de Azorín, y los cuatro hijos del matrimonio ―Manuel, Luis, Carlos y Pura― se acomodan en una ciudad “catedralicia” que por fuerza tuvo que traerle a la memoria aquella otra ciudad utópica, Villavieja, creada por él años atrás. El Diario de Ávila, “al felicitarle por su nombramiento”, le desea “grata estancia entre nosotros y aciertos para regir los destinos de la provincia”. Apenas le da tiempo al gobernador a fijar los días de visita “para evitar gastos y molestias a aquellas personas que vinieran a la capital procedentes de la provincia” y a publicar una circular “llamando la atención de aquellos ayuntamientos que aún no han enviado relación de los señoríos enclavados en los respectivos términos a los que pudiera aplicarse la reforma agraria”.
El día 18 de julio se suceden las idas y venidas desde la sede del Frente Popular y la Casa del Pueblo al Gobierno Civil. Las noticias de Madrid son confusas y las milicias rojas montan guardia en la Plaza de Castelar, frente a Los Serrano. En las primeras horas del 19 de julio, Ávila ya no es una ciudad tranquila. Las pocas fuerzas de guarnición que hay en la ciudad se han unido a la sublevación militar. En la mañana del mismo día llega una orden de Saliquet, general de la séptima división, ordenando al comandante militar, Costell, que declare el estado de guerra. Acompañado del comandante Rubio y de miembros de la Guardia Civil, rodea el edificio. Suben los militares a la residencia del gobernador y encuentran en ella a Ciges, acompañado del fiscal de la Audiencia y del presidente de la Diputación, entre otros. Costell, tras recluir a las milicias que forman la guardia en la cárcel, de la cual acaba de salir liberado un grupo de falangistas de Valladolid entre los que se encuentra Onésimo Redondo, comunica al gobernador Ciges que está destituido de su cargo y queda allí custodiado en calidad de detenido. Mientras, el alférez Vallejo procede a clausurar la Casa del Pueblo. El bando de Vicente Costell Lozano, que declara el estado de guerra, termina de esta forma tan “tranquilizadora”: “Ciudadanos de Ávila: Recomiendo y exijo a todos la máxima serenidad en esta situación que no va contra derechas ni izquierdas y mucho menos contra nuestros hermanos proletarios; sino únicamente a instaurar en la República Española de un modo radical y desconocido hasta hoy el respeto a la Ley, la Justicia, la Libertad y el Trabajo. (...) ¡¡ Viva España!!”.
Ciges, en compañía de su esposa y de sus hijos, se esfuerza en vano por conocer lo que ocurre. No tiene acceso a la prensa ni puede oír la radio. Según su hijo Luis, que en aquellos días fue su principal enlace con algunas personalidades de Ávila, la inactividad y el aislamiento le van inquietando cada vez más. La llegada de las escuadras falangistas de Valladolid marca un punto de inflexión en el estilo de vida de la ciudad, que había aceptado la sublevación sin que hubiera derramamiento de sangre. Comienzan las “operaciones de limpieza”, se producen los primeros fusilamientos en el patio de la cárcel, se cambian los rótulos de las calles y se encienden las hogueras de siempre para quemar libros y cualquier impreso que se pueda relacionar con la izquierda.
El día 4 de agosto llega la orden de reclusión del gobernador Ciges en la prisión provincial:

“Comandancia Militar. Ávila.- Sírvase V. admitir en esa Prisión como detenido gu-bernativo a disposición de mi Autoridad a D. Manuel Ciges Aparicio, exgobernador civil de esta ciudad.- Ávila, 4 de agosto de 1936.- El Comandante Militar: José María de Vilches.- Sr. Director de la Prisión Provincial de esta Ciudad”.

“Ingresa en esta Prisión, procedente de ésta, entregado por la fuerza pública en con-cepto de detenido a disposición del Comandante Militar de esta Plaza, con orden de dicha Autoridad que se une. Se acusa recibo”.

Ciges estuvo en la cárcel de Ávila solo ese día. Según su expediente carcelario, el mismo día 4 fue puesto en manos de la autoridad militar:

“Es entregado este sujeto al Teniente de Seguridad para conducción a esta Coman-dancia Militar, en virtud de orden de dicha Comandancia, que se une”.

Se estaba cumpliendo un protocolo siniestro que después se repetiría hasta la saciedad en los dos bandos: se procedía a la excarcelación por los mismos que lo habían encarcelado y, acto seguido, se le ponía en libertad lo bastante cerca de quienes serían sus verdugos:

“Es puesto en libertad el individuo a quien este expediente se refiere en virtud de or-den que se une.- Se acusa recibo”.

Esta nota anterior es el último documento que hace referencia a Ciges en vida. El mismo día 4 moría en el frente el capitán Jesús Peñas, un abulense muy estimado que había sido quien leyó el día 19 el bando de los sublevados en el Mercado Chico. Quizás la muerte de este militar fuera el detonante para un desenlace tan rápido. En la madrugada del día 5 el cadáver de Ciges aparecía con un tiro en la cabeza cerca del cementerio de la ciudad. Era el comienzo de la oleada de violencia y venganzas que ensangrentó Ávila durante todo aquel verano.
Manuel Ciges Aparicio, soldado enfrentado a Weyler en Cuba, periodista, escritor y político republicano de izquierdas, había escrito con su propia sangre y el testimonio de su vida la última historia, la que seguramente hubiera terminado siendo otro libro de no haber muerto asesinado. En los aledaños de mi ciudad de Ávila moría asesinado el más sincero y comprometido escritor del Noventa y Ocho. Ese fue el último pago de su compromiso social y político, el de su propia vida, cuando ya no tenía nada más que dar y tras haber sufrido en otros momentos la cárcel, el destierro e incluso la incomprensión de sus contemporáneos.
La amistad que trabé con Luis Ciges cuando preparaba el libro sobre su padre me permitió conocer detalles sobre los meses posteriores: el obispo Moro Briz acogiendo cristianamente a Consuelo y a Pura bajo su protección; los tres muchachos internados en San Antonio, tratados menos cristianamente de lo que se merecían; Luis, en la División Azul, con Berlanga, para hacerse perdonar no sabía muy bien qué (yo sí lo sé: la infamia del vencedor). Y Franco dando instrucciones para que a la familia se le diera una vivienda en Vallecas. Guardo apuntes y alguna grabación de aquellas conversaciones mantenidas en su casa de Martín de los Heros, con un perrillo ratonero como único testigo que intervenía con sus lametones de bastardillo consentido. Y guardo también fidelidad para su petición de no utilizar aquellos materiales nunca para levantar ampollas.
¿Sabes, Luis, querido amigo? En Poyales del Hoyo andan, de momento, a manotazos y a grito pelado en la plaza del Generalísimo (sí, del mismísimo Generalísimo de cuando entonces), en un cuento de nunca acabar por las cajas de otros fusilados ahora por fin reivindicados, una lápida hecha añicos, ni para vosotros ni para mí, y los partidos enredando lo suyo. César, el sucesor de tu padre, ha tenido que mandar refuerzos, aunque a él seguro que no le gusta decirlo así. Aquello vuestro de La escopeta nacional y La vaquilla sí que estaba bien, coño, y no esta mierda.

domingo, 17 de abril de 2011

José Antonio Carmona "Charmo"

Mi querido Charmo: Todavía me asalta la idea imposible de que va volver a sonar el teléfono, como aquel día de hace dos meses, y en vez del anuncio de que ya no podré volver a hablar contigo, vas a a ser tú mismo quien me dices que estás un poco mejor, que te han hecho nuevas pruebas, que tienes ganas de venir a Ávila a seguir buscando casa, que vas a enviarme más versos. No pude despedirme de ti como hubiera querido (Por aquellos días casi me voy contigo, aunque no sé a dónde y a qué. Yo tampoco quería morirme). Es ahora cuando lo hago, apenas repuesto del ahogo que me produjo la llamada. En mi memoria quedan viñetas de tu vida pegada a la mía desde que nos conocimos en el Insti de Vallespín: los partidos de fútbol en el coso de San Vicente, las clases con Mari Pepa. La vida de estudiantes en Madrid, cuando no había manera de llegar a fin de mes comiendo decentemente. Versos leídos en la Semana Santa de Ávila, los mejores de la velada siempre los tuyos. Los vinos, demasiados, en Teodorillo con Zamorano y el Pistolero. Las risas y la mirada crítica hacia cuanto se movía en nuestro entorno, tú siempre más a la izquierda de mi izquierda, que nunca te pareció suficiente. Más tarde, siempre "amigos y residentes en Madrid", nos veíamos de tarde en tarde (¡qué ciudad tan difícil para cultivar la amistad!), pero en cada ocasión renovábamos con gozo el voto de complicidad que habíamos sellado de adolescentes. Los libros, siempre los libros que ya no sabíamos dónde colocar. La escritura intercambiada: tú a mí los poemas y yo a ti los relatos. Y aquellos planes siempre aplazados de fundar una revista, de editar por nuestra cuenta para no depender de nadie. Tu estudio de pintura -qué buena pintura- en el corazón del Rastro.


Apunte de Charmo para un cartel



Ya ves, mi querido Charmo, que si ahora que no puedes oírme te digo que te echo de menos, es por muchos motivos vitales, “de vida” compartida. Te pedí permiso para colgar en la página de Caldeandrín un poema tuyo y ahora invito a los amigos y seguidores de mi blog, en el que llegaste a escribir algún comentario, a que disfruten de una poesía excelente que no contó con la suerte que se merecía (algún día contaré con menos amabilidad mi papel de agente tuyo en Ávila).


http://www.caldeandrin.es/extramuros3.html http://www.caldeandrin.es/extramuros4.html


No caeré en el tópico de decirte que me esperes. Me ocurre lo que a ti: que yo tampoco quisiera morirme por ahora. Y además, tú y yo sabíamos, sabemos que, puestos en el trance, no hay a donde ir. Pero me declaro uno de los tuyos para tenerte vivo en el recuerdo.

jueves, 13 de enero de 2011

Doña Dolores de Palacio

Carlos Sánchez-Reyes me ha honrado invitándome a escribir una semblanza sobre su madre, doña Dolores, en el libro Memorias de una mujer catedrático, del cual son autores los dos, madre e hijo; y a presentarlo con él el pasado 7 de diciembre. Cuelgo aquí lo que allí he dejado escrito, como homenaje del alumno a su profesora de Francés.

La calle de Vallespín en Ávila, por los años 50 del siglo pasado, era una de las arterias de la ciudad. Por ella subían los arrieros que entraban por el Arco del Puente, después de pagar el fielato, con los serones llenos de verduras para el mercado de los viernes en El Chico; por ella desfilaban los cadetes de Intendencia cuando había fiesta que celebrar; y allí habitábamos a diario los estudiantes del Instituto nueve meses al año, de octubre a junio.
La calle está hoy poblada por el recuerdo de quienes nos ayudaron a crecer en saberes y sentimientos. Y en esa galería de retratos particulares que los chicos y chicas de entonces llevamos en la cartera de nuestros corazones, ocupa lugar principal doña Dolores, la catedrática de Francés. Desde el balcón de nuestra clase de Quinto, que daba al patio de entrada, la veíamos bajar, ya algo torpe por la edad, pero siempre animosa y con buena cara, saludando al dependiente de la zapatería, al gerente del Cinema, a la viuda de Tirso el librero. Su paso, cada mañana, ponía una nota de alegría en lo cotidiano. Es deber del estudiante desear que el profesor no llegue a clase, pero en el caso de doña Dolores no se cumplía: nos gustaba verla entrar saludando: “Bonjour, mes enfants”. “Bonjour, madame”, correspondíamos, admirados de poder balbucir nuestras primeras frases en francés. Con doña Dolores conjugábamos los verbos, traducíamos, improvisábamos conversaciones y cantábamos a coro Sur le pont d’ Avignon. Y a veces teníamos con ella nuestros desahogos, “porque su marido me ha puesto un cero y mi padre me va a matar… porque don César… porque me ha castigado don Luis injustamente”, en un tiempo en el que no se habían inventado los tutores guarda-infantes.
Cada vez que he explicado a mis estudiantes de Literatura el poema Mademoiselle Isabelle, en el que Blas de Otero evoca a su profesora de Francés, se me ha aparecido doña Dolores. Ella también tenía “un mirlo debajo de la piel”, con su vez aguda y cantarina, llena de notas, imprevista. Sin que haya llegado a saberlo, sin que yo mismo lo haya descubierto hasta muchos años después, doña Dolores me enseñó, además de francés, una forma de estar clase, en la que se aúnan el respeto, la responsabilidad del magisterio y el cariño.
Doña Dolores forma parte, en fin, de lo que en mi libro Ávila de memoria, he llamado “territorio compartido” por tres generaciones de estudiantes que tuvimos el honor de ser sus alumnos. Siempre contaremos con la catedrática de Francés en la nómina de nuestros afectos.

domingo, 22 de agosto de 2010

La Big-Band de Bob Sands y Ruy-Blas: Sinatra for Torquemada

Diez de la noche, veinticinco grados, la luna camino de su plena redondez. El Claustro de los Reyes en Santo Tomás de Ávila es durante la próxima hora y media la fábrica de los sueños. Aquí están Bob Sands y sus diez y seis músicos para llevarnos, de la mano y la voz de Ruy Blas, a aquel cine al que llegamos tarde porque las películas musicales de los años treinta, cuarenta y primeros cincuenta eran cosa del otro bando. La música de Minelli, de Sammy Cahn y Cole Porter. La presencia en el escenario de la memoria de Sinatra, Fred Astaire y Ginger Rogers y todas las figuras que aparacían en los carteles de mano que repartían en El Grande. Todo es evocación, vinilo y celuloide de colección esta noche: Fly me to the moon, Summer wind, Strangers in the nigh, My Way…
Cuando al final del concierto el maestro Ruy Blas, que nunca será Sinatra aunque ni a él ni al público nos importe, dedica una canción a los padres dominicos, los dueños del patio, Torquemada se asoma por alguno de los cien vanos con una cámara digital y, clic, dispara para tener la prueba que le permita entregarnos a todos, a los mil espectadores y los veinte de la banda entre músicos y técnicos, al tribunal del Santo Oficio. Pero que nos quiten lo bailao. También me parece ver asomado detrás de algún pilar a Jovellanos, al obispo de Tonkin y a un oficial de la Legión Cóndor que anda desvelado: fantasmas del pasado.
Lo menos bueno del concierto, la megafonía: sobraba como la mitad. Un programita de mano para el recuerdo tampoco habría estado de más.

sábado, 8 de mayo de 2010

¡Esto es la leche!

Hoy he descubierto, mientras esperábamos la llegada de los últimos votantes a la urna, que en Ávila, seguramente en otras partes también, podría hacerse un estudio generacional a partir de la leche; mejor dicho, de cómo nos llegaban las primeras leches (las líquidas) que nos daban, una vez superada la lactancia y los polvos. Sería el tema para una tesis: "Estudio generacional a través de la recepción láctea"; o algo así, que ya se sabe que una tesis como Dios manda debe llevar un título que eche p'atrás. A lo que iba: Ana Primera añoraba aquella leche momificada en pequeñas pirámides de plástico que el repartidor te llevaba a la puerta de casa. Ana Segunda y Vicente cuentan que algún importante empresario (hoy) comenzó repartiendo leche por las calles con unos bidones de donde se llenaban las lecheras de las vecinas, póngame un cuartillo sólo, y a mí dos cuartillos y medio. Y yo, niño de la posguerra 'pordiosespañaysurrevoluciónnacionalsindicalista', ¡mira que era largo aquello!, soy de un tiempo en el que los lecheros llegaban al Mercado Chico con las cántaras en las burras, no sé porque digo 'burras' siempre, para que los de Sanidad les hicieran la inspección, a ver si se habían pasado con el agua. Mi amigo Juanito, que tenía la vaquería familiar por La Encarnación, decía que es que había que echar agua, porque si no, la leche sabía muy fuerte, el muy jodío.
Nuestros chicos de hoy van a reconocerse como la generación que vio ríos de leche corriendo por las calles, como en los mejores tiempos del Antiguo Testamento, cuando Yahvé complementaba la dieta de su pueblo con leche y miel. Es escandaloso que la leche, el alimento que nos mantiene suspendidos del mito de la teta materna desde la cuna al tanatorio, sea a la vez objeto de promoción en los supermercados y calderilla para los ganaderos. Ahora van a poner máquinas de leche por las calles, ¿a la puerta de las farmacias, como las expendedoras de condones? Tendremos que buscar la lechera desportillada para ir por los pueblos a buscar la leche que se cuece y hace nata para las rebanadas de la merienda. Yo estoy dispuesto a organizar un comando que vaya a comprar los tomates, los huevos, la leche, lo que sea por los pueblos. Sería como resucitar el concepto antiguo de la Tierra de Ávila. Podría ser el arranque de una revolución fisiocrática que le plante cara a los especuladores canallas. Pero, eso sí, que al Ayuntamiento no se le ocurra restaurar la caseta del Fielato en el Puente.

viernes, 30 de abril de 2010

Manqueospese

Desde Sotalbo, por una pista forestal que en su arranque no ofrece mayor esfuerzo y se vuelve abrupta a medida que se asciende por la estribaciones del collado, el paseo nos lleva a la contemplación del castillo de Manqueospese, ya saben, el de la leyenda de don Álvar Dávila, enfurruñado porque no le dejaban cortejar a doña Guiomar... y entonces va y se pone: "Mal que os pese, he de ver a vuestra hija", y construyó el castillo en un lugar imposible para ver desde allí en los días claros a la novia, que ondeaba el pañuelo desde el balcón de El Rastro a los turistas que bajaban hacia La Santa. No se me da lo de las leyendas, lo habrán notado, no tengo sensibilidad para estas cosas.
En algún recodo del camino, el castillo desaparece detrás de un roquedal imponente que lo protege como muralla natural. Algo más arriba, comienza a recortarse la mole maciza de la fortaleza, colgada del cielo como la ciudad de un cómic gótico.
No debí subir hasta la entrada, no debí entrar en el recinto, no debía haber paseado por el adarve. La otra tarde he sentido allí la vergüenza que sus dueños o inquilinos no conocen. ¿Que hacen tres pupitres desvencijados en la explanada de la puerta? ¿Y el esqueleto de otros diez o doce esparcidos por un patio de armas embadurnado con pintadas? ¿Que hacen estos dos colchones en un cuartucho? ¿Y los restos de entarimado sin orden ni concierto? ¿Y estas garrafas de agua vacías flanqueando la puerta principal? Y latas y restos de tarimas y plásticos y uralitas y más pintadas en una mampostería de pésimo gusto.
El escudo de los Dávila derribado en la entrada es un símbolo de cómo la barbarie puede acabar apoderándose de las leyendas que yo no sé contar. Don Álvar Dávila es hoy un quadtrero que habita en esta especie de comuna libertaria y guarra, y los sábados baja por la pista forestal, montado en su quad, reventando el firme del camino, a buscar a la chorba. ¿Quién es el dueño del castillo?, ¿quiénes lo habitan?, ¿cómo puede ser?

viernes, 16 de abril de 2010

Ávila romántica


Jesús María Sanchidrián regala una nueva entrega de lo que ya es el archivo de imagen sobre Ávila más importante de nuestra historia, con permiso de Mayoral. Lo supera en documentación, porque ha ido convirtiendo lo que comenzó siendo una afición en actividad científica investigadora de primer orden. Sus álbumes (siempre miro sus libros con la misma actitud que adopto para contemplar mis antiguos álbumes de cromos) son objetos de contemplación para recordar, comparar, descubrir las modernidades y atrocidades sufridas por la ciudad, valorar los aciertos y amar, en fin, esta geografía de lo cotidiano. Suelo mirar y más tarde leer, cuando ya tengo la retina borracha de calles, plazas, tipos y paisajes; porque ambas cosas a la vez me resulta imposible por culpa del tirón irresistible de las imágenes. Sus libros son también un motivo de 'pique': a ver si Sanchidrián ha puesto esta foto antigua que tengo yo y que seguramente él no conoce.
Ávila romántica es un homenaje al fotógrafo J. Laurent, propagador de la imagen de la ciudad en el extranjero y causante de que los coleccionistas llevemos toda la vida buscando en las ferias de libro antiguo las postales que se imprimieron a partir de sus fotografías.
Sanchidrián es un convencido del concepto de "democratización de la imagen" y, esta vez también, ha colgado en Internet el libro completo para disfrute de cuantos siguen los temas de Ávila en todo el mundo.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Bolos en Madrid

Mañana tengo unos bolos en Madrid. El Hogar de Ávila me ha invitado a presentar allí mi libro Ávila de memoria.
Conozco el Hogar desde los lejanos años 60, cuando los universitarios de Ávila íbamos por el piso de la calle Carretas en busca del calorcito que proporcionaba saludar a los paisanos, siempre lo mismo, "hombre, Fulano, qúe es de tu vida", aunque ya supiéramos que de su vida no era nada del otro jueves, porque seguía saliendo con Paquita, que nos caía fatal y continuaba estudiando periodismo en la Escuela, que, por aquellos tiempos era cosa de poca enjundia. Estábamos atentos a cualquier acto que fuera a tener remate con un vino español, como ocurrirá en la presentación de mañana, porque los pinchos podían solucionarlos la cena del día. Aquellos eran tiempos de crisis perpetua. Luego el Hogar se trasladó a Galileo y más tarde a la Puerta del Sol, desde cuyos balcones se podía ver pasar la vida. Allí tuve bolos alguna vez y recibí la distinción de "mejor libro del año" por la edición de la Historia de San Segundo. Así que mañana, mientras me explico, tendré en la cabeza, lo sé, al Charmo, al Caco, a Manolo Guío, a Zamorano y algunos otros señoritos gamberros que se alimentaban, nos alimentábamos, de risas y de sueños.
Los actuales junteros del Hogar -Agapito, Anunciación, Eugenio, Roberto...- son gente amable y bien dispuesta para cuanto sea tender lazos entre los abulenses de la diáspora.
Aprovecho para agradecerles desde esta bitácora la distinción con que me han honrado al nombrarme hace unas semanas "Abulense 2009", que no significa precisamente que haya otros 2008 delante, ¿me entienden?
Gracias, de verdad.

viernes, 1 de enero de 2010

Año nuevo: Europa

Desde hace apenas doce horas ostentamos el honor de presidir la Unión Europea, aunque sea a medias con un belga. No dirán mis amigos que no comienzo el año con un tono optimista, como conviene a los intereses nacionales.Tomamos el relevo de Suecia donde, según mi amiga Bronsky, sueca ella, apenas se han enterado de nada.
En aquella escuela de Teniente Arévalo nos tocó aprender una Europa mucho más fácil de la que ahora ven nuestros escolares en los mapas. Empezabas por que la URSS era una enorme mancha blanca que se extendía como un yogur derramado hacia el Este y nos evitaba tener que recordar el nombre y la capital del montón de repúblicas que terminan en -tán. ¿O eso era ya Asia?Tampoco se había producido el destrozo de los Balcanes y todo aquello era Yugoslavia, donde mandaba el mariscal Tito, un dictador que nos caía mucho mejor que el nuestro, seguramente porque viajaba y se dejaba ver por la ONU.
Europa eran también los franceses, pocos, que venían a Ávila a ver a santa Teresa para compararla con la suya, a la que aquí pusimos Teresita, para distinguir; las niñas alemanas, rubias y asustadas, que fueron prohijadas por familias abulenses; las películas italianas donde salían actrices exuberantes, que prometían dos horas de ensoñación desde la cartelera de El Grande; el contubernio judeo-masónico de rigor, que nos impedía unas relaciones normales con las democracias vecinas, por pura envidia de nuestra defensa de los valores espirituales; y poco más.
Hoy Europa es un continente más difícil de aprender, con guerras durmientes en los Balcanes, con repúblicas temibles en el Este e islamismo amenazador por la parte de Turquía, por la parte del Magreb y, al parecer, en su mismo corazón. A ver si ahora que TVE ha suprimido la publicidad, emplea una parte del tiempo recuperado en explicarnos poquito a poco y bien qué leche es esto de Europa, no vayamos a estar presidiendo una cosa que no sabemos bién de qué se trata, como pasa en muchas comunidades de vecinos.
Cuesta creer que Europa sea a la vez esta música del concierto de Año Nuevo de Viena que suena mientras escribo, y la mendiga rumana que pide "para un niño de dos meses que necesita leche, tengan compasión" a dos bajo cero sentada en la calle Alemania. Algo falla.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

José Belmonte y Pablo Iglesias

¿Quién le iba a decir a Pepe, mi personaje del año y del libro, que acabaría recibiendo un premio Pablo Iglesias? ¿Que dirán los lectores de Ávila de memoria, que le han visto allí fundando el SEU, acompañando a Serrano Suñer en su visita a la ciudad y emocionándose con las bragas rojas de Eva Perón?
José Belmonte estuvo espléndido en su breve discurso de agradecimiento. Hizo subir al escenario el recuerdo de Pilar Leseduarte -ella sí que era socialista- y los dos, él en presencia y ella en la emoción del recuerdo de cuantos la conocimos, recogieron el premio merecido.
Pepe tiene la buena costumbre de contar lo que ha vivido sin cortarse un pelo, sin escaqueos ni disimulos, como un cámara que hubiera dejado el objetivo fijo, sin zoom, plantado en medio de El Grande y de la vida para grabar a quien pase y lo que pase. Es la memoria viva de la ciudad, merecedora de atención en estos tiempos de recuperaciones.
La cosa no iba conmigo, pero me he sentido también un poco premiado. Cosa de amigos.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Presentación de Ávila de memoria

Ayer presentamos en Los Serrano el libro Ávila de memoria, unas conversaciones con el historiador José Belmonte. Habló Valeriano, habló el Alcalde,volvió a hablar Valeriano, volvió a hablar el Alcalde, habló José Belmonte. Y yo también conseguí decir algo. Luego firmé ejemplares a amigos y amigas que hacía 50 años que no veía: ¿Sabes quien soy? Y yo tirando de archivo... Soy Fulanita. ¡Ahhh, sííí, claro, Fulanita, ahora ya me acuerdo! Pero de lo que de verdad me acordaba es de que en su portal olía siempre por las tardes a compota porque sus padres tenían una finca por el Puente con manzanos. Todo salió bien.