domingo, 24 de abril de 2016
miércoles, 19 de marzo de 2014
Ángel "Botas"
Ayer ha fallecido Ángel Muñoz, "Botas" para todos los que lo conocían. Él presumía del apodo y contaba cómo se lo pusieron los compañeros en la escuela, con el mismo orgullo de un noble que describe sus armas. No era un amigo de toda la vida, sino de los últimos tiempos. Un día entró en la librería, "mira a ver si te interesan estos libros", claro que me interesaban, y me los regaló. No hubo manera de convencerlo de que nosotros comprábamos. Desde aquella tarde -cosa poco habitual en esta ciudad- quedó sellada una amistad que consistía en intercambiar historias y también algunos regalos: podía llegar con una bolsa de cangrejos, "dónde los has cogido", y él contestaba "en la farmacia de Guerras", que era su manera de decir que eso no se pregunta; o con unos boletus con receta incluida, o con un reportaje de Diario de Ávila enmarcado que nos mencionaba, "quiero verlo colgado ahí mañana mismo con las demás fotos". Su vida, según la contaba él, ha sido la aventura de alguien que no dejó pasar una sola oportunidad de pasarlo bien. Incorrecto y entrañable, vociferante y cariñoso, un tipo chapado a la antigua que siempre traía a mi memoria aquellos "chicos de los barrios" que a mi madre no le gustaban "porque no te convienen", y a mí sí porque sabían muchas cosas que los niños de arriba desconocíamos: cómo cazar jilgueros con liga, cómo fabricarse un buen tirador, dónde se podían pescar ranas. Iba a ofrecerle escribir con él la novela picaresca de su vida, pero no ha habido tiempo. ¡Ay, el tiempo!, nuestro peor enemigo! Descansa en paz.
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Jesús Arribas
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miércoles, 9 de enero de 2013
Felipe Segovia Olmo, in memoriam
El pasado 2 de enero falleció en Madrid Felipe Segovia Olmo.
Del
obituario ya se ocupará la Institución SEK, que él convirtió en referente de la
educación en España allá por los años 60 y de la que ahora era presidente de
honor. Me quedaré aquí con algunos recuerdos personales imperecederos. Los
malos momentos, que también los ha habido, quedan hoy anulados con el
sentimiento de estupor por el amigo que se ha ido.
Conocí a Felipe Segovia en 1967. Acababan de despedirme de un colegio
de barrio porque me había atrevido a exigir del dueño que nos diera de alta en
Seguridad Social a los profesores. Felipe Segovia no dudó en hacerme un hueco
en el claustro del colegio San Estanislao de Kostka (SEK) de Arturo Soria. El
colegio había sido considerado experimental para poner en marcha la Ley Villar:
coeducación progresiva, enseñanza personalizada,evaluación continua de verdad,
formación continua del profesorado, orientación preuniversitaria de los
estudiantes; más las iniciativas propias de la institución: la creación de la
revista y editorial Didascalia, el fomento del deporte (campeones nacionales en
gimnasia deportiva y esgrima), el club de profesores (¡aquellos partidos matutinos
de balonvolea!, como entonces se decía, ciencias contra letras; y aquellos desayunos
espléndidos que servía la gente de María Rosa Bonet: entrábamos en clase como
motos), el aula de cultura, el aula de periodismo, el grupo de teatro
premiadísimo, los laboratorios, los talleres, la cúpula de astronomía, el
circuito cerrado de televisión, las ferias de material didáctico, las primeras
semanas blancas. En aquel colegio fui profesor, jefe de estudios y director. En
los diez años que ejercí mi profesión allí aprendí cuanto sé sobre docencia y
educación.
Años más tarde, cuando ya había abandonado la institución y estaba en
el final de mi carrera profesional como docente en la enseñanza pública, Felipe
Segovia me honró con su amistad y me encomendó hacer real algún sueño antiguo,
como la aventura de septiembre-octubre de 2005: la travesía del Mediterráneo patrocinada
por su universidad, la Camilo José Cela, con treinta universitarios a bordo del
bergantín-goleta “Amorina” (Almería – Alicante – Palma – Roma – Nápoles – Ítaca
– Corinto-Patras) para rendir allí homenaje a Cervantes; y el desembarco en
Atenas. Bautizó aquella aventura de la universidad flotante con el nombre
cervantino de “La más alta ocasión” y me honra decir que la dirigí.
De todos los recuerdos que ahora se agolpan en la memoria, elijo los de
aquella travesía que acompaño con imágenes:
1. El jefe subiendo a la cofa
del palo mayor de la “Amorina” para demostrar que aún estaba en forma. En
realidad, competimos en el ascenso entre las bromas y aplausos de los
estudiantes, ¡vaya par de viejos marinos!
3. En Roma, nos apartamos del grupo: “Jesús, me gustaría visitar la tumba del patrón”. Cogimos un taxi y fuimos a la iglesia recoleta de San Andrés, en El Quirinal. Permaneció largo rato ante el sepulcro de san Estanislao de Kostka labrado por Carlo Maratta, más en actitud de conversar que de orar. ¿De qué hablaron?
Adiós, amigo.
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Jesús Arribas
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20:26
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miércoles, 10 de octubre de 2012
Francisco Secadas
Hace un mes que el profesor Francisco
Secadas ha muerto. En los últimos años, casi ciego si no del todo, se aferraba
al brazo de los amigos, que eran muchos, y aprovechaba para hacer más patente
su devoción por ellos. Conocí a Secadas en los años 70, cuando era catedrático
en Valencia, en cursos de formación del profesorado que programaba la
Institución SEK para nosotros, sus profesores. Alguna vez me alojó en su caasa de El
Saler, con ocasión de dar a conocer allí los nuevos títulos de la editorial
Didascalia para BUP. Recuerdo un amanecer frente al Mediterráneo tras el
ventanal de un salón sin amueblar, con toda
la luz dorada del sol naciente cegándonos.

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Jesús Arribas
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