domingo, 24 de abril de 2016

Miguel de Cervantes, mi vecino

Han pasado diez años y  acabamos de dar sepultura a doña Catalina, la viuda de Miguel de Cervantes. Los recuerdos se me vienen a la memoria. El día del entierro de Miguel, nuestro vecino, había mercado en Antón Martín, y el tráfago en el barrio no se debía precisamente al óbito. Habíamos dejado su cuerpo amortajado con el hábito de san Francisco  en  el convento de Las Trinitarias. Allí se había sentido acogido en los últimos meses cuando asistía a la misa los domingos y encomendaba a Dios, eso decía él, en el memento defunctorum a fray Juan Gil, el trinitario de Arévalo muerto ya hacía algunos años, el que puso fin a su cautiverio en Argel. Lope, el vecino que vivía casi enfrente de nosotros, envidioso a ratos y siempre envidiado, no asistió al sepelio. ¡Qué se le iba a perder a él allí, en el entierro de aquel viejo que escribía malas comedias y peores versos! Claro, que tampoco asistíó ningún otro poeta ni amigo del Parnaso, ¡y mira que hay poetas en este barrio, más que tabernas! Apenas una docena de vecinos de Francos, el León y Cantarranas que en sus últimos días le habíamos asistido y confortado.
Dos días antes nos había leído a Tello el tonelero  y a mí en presencia de su mujer la dedicatoria del  último libro que le había tenido ocupado en los últimos meses:  “ Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…”
—Voy a dedicárselo al Conde de Lemos —nos dijo— con la esperanza de que lo haga llegar a las prensas, porque es mi mejor obra. Otra cosa ya no cabe esperar.
—¿Mejor que el Don Quijote?
—La mejor de todas cuantas he escrito será esta historia que ya no veré impresa. Se titulará Los trabajos de Persiles. Ojalá el producto de la venta sirva para aliviar las estrecheces en que dejo a Catalina.
Doña Catalina se apartó para llorar sin que él la viera.
  
*  *  *

La casa de Francos ha quedado cerrada y vacía. Tello y yo y los demás vecinos del barrio recordamos muchas veces la última vez que visitamos a Miguel, tan convencido de que su Persiles le iba a dar fama imperecedera. Yo creo que erró. Aunque está repleta de aventuras, nada hay comparable a aquellas otras del Caballero de la Triste Figura y su escudero Sancho. Tampoco sirvió para sacar de pobre a Catalina. Que Dios los tenga en su seno. Amén.

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