Teoría de Pradosegar 7 / El tío Lobero
Hace cien años.
Lo contaba mi padre, que en sus primeros años fue un niño de pueblo, no un niño
yuntero, pero casi. Aunque la redacción sea mía, a él le debo la historia.
El tío Lobero,
que era saludador, venía todos los años por febrero, cuando El Frontal brillaba
con el hielo en las lanchas y el arroyo de Los Tejos se precipitaba impetuoso desde
las majás de Serrota. Una tarde cualquiera llegaba el tío Lobero a la casa del abuelo
Valentín, el secretario, al arrimo de la lumbre donde calentarse, esperando un
zañico de pan con queso que le diera la abuela Inés, el ama, y goloseando un
trago de vino y alguna perra para picadura. Recorría los pueblos exhibiendo una
piel de lobo que había cazado una mañana—eso decía— después de perseguirlo por
cañadas y cordeles, hasta que de un garrotazo lo había dejado seco a sus pies (no
lo tengan en cuenta nuestros ganaderos, que puede costarles caro). El relato
espeluznante terminaba con un ofrecimiento de ensalmos: «Que sepan ustedes que
un servidor, además de lobero, es saludador. Ensalmo a las vacas y las protejo
de lobos y otros males, porque tengo los poderes que me da la cruz de Caravaca
que llevo… aquí, aquí mismo». Y abría la bocaza desdentada para meterse el dedo
en el paladar y mostrar la enseña milagrosa. Nadie iba a comprobar si lo que
decía era verdad verdadera asomándose a aquella caverna que apestaba a vinazo.
Pero el abuelo Valentín no dejaba pasar la ocasión del examen. «¿Y dónde dices
que llevas la cruz?, a ver que la veamos bien», quería asegurarse. Y cuando el
tío Lobero abría las fauces, el abuelo Valentín, «abre más, más», mientras le
examinaba el paladar ayudándose con con el hierro de capar a los marranos.
«Algo sí se ve», afirmaba con su media sonrisa. Después llegaba el ensalmo en
el pajar. El saludador echaba un trago de la bota y lo espurreaba sobre la suiza:
«Que la Virgen de Caravaca te libre de lobos y de todo mal, amén». Y ya la vaca
quedaba ensalmada y protegida para todo el año.
Que tomen buena
nota los ganaderos, la Consejería de Fomento y Medio Ambiente y la Diputación. No hay por qué armar tanto ruido con los lobos. Basta con buscar al tío Lobero.
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