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viernes, 13 de julio de 2018

Lenguaje inclusivo, ¡ni hablar!


Se lo advierto: no practicaré el uso del lenguaje inclusivo en mi discurso hablado y menos en el escrito, por mucho que las ministras (también algún ministro) me lo quieran imponer bajo la amenaza de pasar a formar parte de su lista de “machirulos”. Mi condición de filólogo (poco relevante, lo sé, no ocupo ni ocuparé jamás un sillón en la Real Academia Española) me lo impide. Aprendí que el masculino en las lenguas del tronco indoeuropeo es abarcador de los dos géneros: el masculino y el femenino: “homo sapiens”, “el hombre y su circunstancia”, “el hombre de Neandertal”, “el artista del año”, “los incas”, “los miserables”, “los ricos”, “los catalanistas”, “los católicos”, etc.

Me pasa lo contrario que a muchas: que si empleo el –os, -as  (los incas y las incas, los ricos y las ricas, los y las periodistas) no puedo evitar en mi mente un sentimiento de “inclusión” condescendiente, en plan “bueno, vale sí, también ellas” que me sobresalta por el sema de patriarcalismo, que es justo lo que ellas, las legisladoras del neo lenguaje pretenden evitar: justo al revés.
Me temo que es demasiado tarde para mi reeducación, señora. Repaso cuanto he escrito con ánimo de corregirme y proceder a raspar con piedra pómez  mi escritura de palimpsesto, y no me sale, lo siento.

Así que si la RAE cae en la tontería de atender las demandas de ellas y de ellos (¿ven?: aquí sí que hay que “incluir”, porque hay lindos en ambos bandos), si las atienden, decía, tampoco pasará gran cosa: seguiré practicando mi español patriarcal, fiel a lo que aprendí en Nebrija, Rafael Lapesa, Dámaso Alonso, Fernández Ramírez y en la lectura de mis clásicos, desde al Arcipreste hasta Irazoky. Allá cuentas con quienes estén dispuestos a pasar a la posteridad por su ridiculez. No los acompañaré.

miércoles, 16 de enero de 2013

Leyendo entre líneas


Lo he dicho en la SER ayer:

Leer entre líneas es una actividad que cada día me atrae más. Es una suerte de investigación menor que no necesariamente tiene que acabar en artículo o ensayo. Puede quedarse en mera reflexión que, añadida a otras muchas, va construyendo estados de opinión, confirmando hipótesis o, simplemente, sumando convicciones. Pondré un par de ejemplos:
El muy honorable expresident Pujol, olvidando el seny catalán y las buenas maneras universales, se pregunta ante la audiencia en una entrevista reciente (y perdonen ustedes la textualidad, que lo exige el guion, como decían las actrices del destape) : “¿Qué coño es eso de la UDEF?”, refiriéndose a la Unidad de Delitos Económicos y Fiscales, que ha metido la lupa en sus oscuros asuntos familiares. En la frase, de la que estará arrepintiéndose, seguro, hay mucho más que un exabrupto, “niño no digas tacos”, nos advertían, “o te lavo la lengua con jabón”; hay el desprecio hacia cualquier organismo o instrumento que proceda de aquello que los nacionalistas llaman unas veces “el estado central” y otras “Madrid”. Hay que reconocer que el procedimiento expresivo empleado es muy eficaz: una interrogación en la que puede entrar cualquier palabra de un campo semántico compuesto por sustantivos de significado tabú, que yo aquí no puedo repetir porque no quiero que me echen del programa, que esto no es “Sálvame” ni yo soy Pujol. Si añadimos el valor despectivo del pronombre, “eso”, “mira cómo va esa”, “yo con ese no me hablo”, “a esas ni me las nombres”,  podemos confirmar la eficacia expresiva del conjunto. Casi dan ganas de decirle al honorable aquello del Rey cuando el 23 F: “Tranquilo, Jordi, tranquilo”.  Esto es lo que yo llamo leer entre líneas.

Otro ejemplo, que nada tiene que ver, o sí, con el anterior. En 1927, durante la dictadura de Primo de Rivera, el gobernador civil de Ávila, Enrique Romá, prologa el libro Guía geográfico-histórica de la provincia de Ávila, escrito por el capitán Abelardo Rivera, que había ejercido hasta hacía poco como delegado gubernativo en el partido judicial de Arenas de San Pedro. Abelardo Rivera ya había publicado dos años antes un libro encomiástico sobre la comarca arenense que tituló La Andalucía de Ávila. “¡Rivera! –escribe el gobernador− el militar pundonoroso, el caballero integérrimo, de exquisito trato social y de luminoso entendimiento, a quien no le mueve más estímulo que el cumplimiento estricto de su deber y el amor a su Patria y a su Rey, se aleja de Ávila, aunque espiritualmente siga a nuestro lado…” Y ahora viene lo bueno: “y los que por incomprensión, que no por malicia, no supieron escuchar la voz de un Delegado que paternalmente los aconsejaba desistieran de rencillas y malquerencias, uniéndose todos los hombres de sana moral para laborar en beneficio del progreso y prosperidad de sus pueblos, echarán de menos al hombre bueno que se alejó de su lado y lamentarán tardíamente el error sufrido, y es que, como dijo Spencer, «¡siempre se llora tarde!». O sea –y leo ahora entre líneas−, que don Abelardo Sánchez se marchó de Arenas harto de los politiqueos de sus vecinos, seguramente dolido por la falta de gratitud de quienes habían sido inmortalizados por él –eso pensaría− en su libro Andalucía de Ávila. Cualquiera sabe a estas alturas, cuando la corrección política, en lo regional y comarcal se impone, qué pudo ocurrir, pero que el capitán y su superior, los dos miembros de Unión Patriótica, aquel partido que se inventó el dictador, no las tenían todas consigo en Arenas, es más que una sospecha. Si dispusiera de tiempo, me dedicaría a confirmar la hipótesis, pero, vaya, me conformo con la lectura entre líneas en tanto a algún investigador se le ocurra estudiar el asunto.

El expresidente Pujol y, casi un siglo atrás, el gobernador Romá, respiran por la misma herida: la de haberse sentido contrariados en sus planes. En Romá, todo un caballero de buenos modales, la descalificación del contrario se queda en “rencillas y malquerencias pueblerinas”, no va más allá, aunque la imaginación me lleva a representarlo en su despacho del Gobierno echando sapos y culebras en presencia de su secretario.

Le propongo a Luis Sánchez que, en adelante, mi colaboración en la SER, llegue arropada por el título genérico de LEYENDO ENTRE LÍNEAS. Es lo que me gustaría seguir haciendo. Me ha dicho que sí.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Berlanguiano

berlanguiano, -a (adj.).- Referente a la estética de Luis García Berlanga.

O sea… que si se trata de que España no entró cuando entonces en el Plan Marshall porque lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, en vez de enfocar el objetivo hacia una historia enfurruñada de brazo en alto, contubernio y mirada clarilejo(s), se inventa una historia folclórica de castellanos vestidos de andaluces y a los americanos que los vayan dando. O un verdugo entrañable que todos quisiéramos tener de invitado en casa. O una muñeca hinchable para sentarla desnuda en el sofá, que escuche sin decir ¿ah, sí? cada treinta segundos. O un marqués como Luis Escobar, un capellán como Agustín González, un hijo como José Luis López Vázquez y un criado como Luis Ciges (¡Dios, qué solos nos estamos quedando!), capaces de convertir la caspa en valor cotizable. Que nadie sueñe con ser sacralizado, aunque sea director de periódico, militar de alta graduación, obispo o político-con-espléndido-porvenir. Que nadie pueda refugiarse en guerras en las que venció o fue vencido, para sacar pecho o andar lloriqueando por los rincones, os robamos la vaca en cuanto os descuidéis. ¿Qué hay que irse con la División Azul al frente ruso para purgar los pecados de los demás y los propios nunca cometidos, porque así puede uno abrirse algún camino en la España miserable de la posguerra?: pues allá se van los dos Luises (Berlanga y Ciges), ¡vaya par de soldados!, tan lejos de los gastadores que abrían los enésimos desfiles de la victoria. Que nadie espere misericordia para discursos huecos ni para caridades institucionales poco sinceras. ¿Cómo no ser berlanguiano si ha crecido uno esperando la siguiente película, otra clase de erotismo más o la última falta de respeto a los valores acendrados?
Como Kennedy, cuando dijo en Berlín aquello de “yo también soy berlinés” (siempre he creído que pudo haberlo dicho porque prefería las berlinas para sus encuentros con la Monroe), me proclamo berlanguiano en mi manera de ver la realidad. Y también un poco austrohúngaro.

viernes, 22 de octubre de 2010

Registro de la Propiedad Particular Léxica

Mi amigo Luis Toledo Sande, un escritor cubano obsesionado con el español (él prefiere decir "castellano": a estas alturas no vamos a ponernos estupendos por tan poca cosa) ha abierto un blog que él llama todavía tímidamente 'artesa' porque lo de blog no le gusta.
http://luistoledosande.wordpress.com/2010/10/21/blog-o-bitacora/
A mí tampoco, aunque no hay más cera que la arde, maestro. Le sugerí 'bitácora', de escaso uso todavía, pero castellano al fin y al cabo. No le hace ascos, pero le noto que prefiere comer de lo suyo.
Le he propuesto crear un Registro de la Propiedad Particular Léxica para luchar, inútil aunque románticamente, contra el inglés invasor (y ahí Luis se extenderá, sin duda, en la cosa cubana del imperialismo yanki, que es tema que dominan en la Isla): algo caerá. Así que aquí queda patentada la primera palabra de este nuevo tesauro revolucionario del español que a lo mejor dentro de veinte años da para una tesis, quién sabe:
artesa: n. fem.: bitácora, blog. (LToSan.- 2010)
Mi primera aportación al tasauro es esta: ciberpasmado, -a: adj.: Dícese del agilipollado por causa de las nuevas tecnologías. (JArr.- 2006)
Utilicé el término por primera vez en 2006 en mi novela El cuento de todos los días y compruebo que no hay ni una sola entrada en Google para esta palabra (ya es mérito), lo que quiere decir, dicho sea de paso, que la novela no ha tenido tanta repersión como La fiesta del chivo, de Vargas Llosa. Pero este es asunto del que ya estoy ocupándome.
Queda ianugurado este pantano, perdón, este registro. Anímense a la labor de torpedeamiento.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Esto solo

Me he propuesto leer la Gramática de la Real Academia, recién editada, cerca de 4.000 páginas, a razón de diez diarias de lunes a viernes, porque sábado y domingo prefiero centrarme en el santoral de la semana. Total, que calculo que necesito dos años para completar la lectura. Ha sido toda una vida con la gramática de Alarcos, don Víctor, y ya no podía más. Tal vez por eso, y también por la maldita manía de analizar que me ha quedado de los años de tiza y pizarra, el caso es que ando estos días desvelado, dándole vueltas al lema de la última campaña del Gobierno: "estosololoarreglamosentretodospuntoorg".
Porque no tengo claro el mensaje. ¿Qué me quieren decir? ¿Que a esto solo es a lo que debo arrimar el hombro, porque de lo demás ya se ocupan ellos? : la subida del IVA, los atracos de la Esgae, el derecho al aborto de hombres y mujeres, el matrimonio entre perros y gatos... ¿O que esto no hay manera de arreglarlo si no es entre todos?
Esto solo se arregla con la tilde, pero como en las direcciones de internet solo caben palabras sin esto de la tilde, pues aquí me tienen hecho un lío. Porque a mí me gusta que cuenten conmigo para todo, no solo para esto, que no sé muy bien qué es, dicho sea de paso. Así que si solo es esto, pues yo solo digo que no cuenten conmigo. A mí o se me llama para todo, o para esto solo, no.
Ejercicio: colocar las tildes donde convenga. Se recomienda leer antes lo que dice al respecto la Gramática, que ya no es lo mismo de hace años.

lunes, 11 de enero de 2010

Poner en valor

Ayer por la tarde he estado poniendo en valor la observación de la naturaleza porque en plena nevada, cuando ya anochecía, vi cruzar un bando de cigüeñas que iban en busca del mismo nido del año pasado. La que iba en punta, la más experimentada en migraciones, decía a las compañeras: "Debemos poner en valor nuestros nidos en dos semanas, antes de que el reloj biológico haga de las suyas". Las demás asentían y se les notaba que iban pensando: "Anda, tira, tía rollo, que hasta Poveda aún queda rato".
Lo de poner en valor se me está pegando de mala manera. Esta mañana, le oía al ministro José Blanco, satisfecho de la gestión del temporal, de la gestión de la crisis, de la gestión de los aeropuertos, en fin, satisfecho, le oía digo: "Hay que poner en valor la paz social". Se refería, creo, a que aquí a pesar de la crisis no se mueve ni dios. El alcalde de no sé qué pueblo peregrina a Santiago "para poner en valor el Camino". La Consejería pone en marcha un mercado de la naranja "para poner en valor el trabajo de los productores citrícolas". Alarmado con tanta 'ponedera' me voy a la RAE vía internet en busca de consuelo y allí , nada más entrar, me encuentro con esto: "El objetivo de la iniciativa es poner en valor la lengua española en Internet...". Estamos perdidos.
Definitivamente me doy por vencido. No hay nada que hacer con este calco del francés mettre en valeur que se nos ha instalado en el sistema para desplazar expresiones tan castizas como 'valorar', 'apreciar', 'valuar', 'estimar', 'encarecer', incluso 'poner en precio', dependiendo del contexto. Pónganse en mi lugar y pongan en valor mi desaliento.