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jueves, 17 de mayo de 2018

Teoría de Pradosegar / Cráneo de Ávila

Carta a mis parientes de Reus

Queridos:

Estos días de asedio de los medios empeñados en acongojarnos con noticias sobre lo que pasa en la Cataluña política, no en la otra, no puedo dejar de pensar en vosotros, los que tuvisteis el arranque de levantar la casa de Pradosegar en los años 50 buscando bienestar y mejor futuro. Es evidente que vuestros padres acertaron en la decisión. Siempre estarán en mi recuerdo las tardes en la cocina de vuestra casa quemando unos ramos para arreglar las patatas, o los juegos en el sobrado cuando encofrábamos a la más pequeña en un arca, hasta que la madre la rescataba. Y pienso en qué podéis estar sintiendo cuando leéis o escucháis a vuestro presidente expresar las más gruesas barbaridades sobre los “españoles” que, como vosotros, han invadido el Principado impidiendo con su cultura extranjera que se convirtiera en república.
En el rosario de insultos racistas y xenófobos, que me gustaría ver guardado en la caja de los malos recuerdos un día, sobresale esta perla del racista Daniel Cardona “català exemplar”, a quien ha homenajeado vuestro presidente y con el cual se solidariza: “Un cráneo de Ávila no será nunca como uno de la plana de Vic. La antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42”.


Siento una profunda vergüenza por esta prueba de falta de inteligencia y por la exhibición de miseria moral que abunda en los discursos del nacionalismo extremo, que ahora encabeza vuestro presidente. Lo del cráneo es lo de menos, teniendo en cuenta que uno es de Ávila y eso ya no tiene solución. Lo que me pregunto y os pregunto, queridos, es si habréis notado a estas alturas algún desarrollo craneal en estos años, que os haga albergar la esperanza de igualaros con los de Vic. Seguro que no, que aborrecéis como yo estas gilipolleces y seguís diciendo medio en broma  aquello de “Reus-París-Londres” para mostrar el orgullo que os inspira vuestra patria de adopción; igual que nosotros decimos aquí “Ávila del Rey”, aunque algunos nos confesemos republicanos. Si venís este verano, podremos hablar de cráneos, paro siempre entre risas. Prohibido hablar en serio.

Un abrazo de vuestro Cráneo de Ávila.

sábado, 20 de enero de 2018

El escribano de Muñotello (I)

En el medio siglo largo que va de los años 1741 a 1808 se documentan en Muñotello (Ávila) al menos tres escribanos reales y del Número de los cuales nos han  llegado noticias: Julián Jiménez (1741 – 1742), Marcelo Hernández de Martín (1753 – 1761) y Cayetano Alonso Pacheco (1794 – 1808). Los escribanos eran los notarios de ahora. Ante ellos pasaban escrituras de compraventa, de arrendamiento, testamentos, contratos de todo tipo que escribían en papel sellado y a final del año encuadernaban en sus voluminosos legajos. A nuestra librería de CALDEANDRÍN han llegado cinco de estos protocolos. Su examen me ha proporcionado muchas referencias de lugares y personajes de los pueblos de la comarca: no solo Muñotello, sino también de Pradosegar, Amavida, Muñana, Poveda, Cepeda de la Mora, La Hija de Dios, Mengamuñoz, etc.; y de despoblados y lugares como El Risco e Izquierdos. Me ha interesado especialmente Pradosegar para comprobar que los topónimos de los siglos XVIII y XIX siguen vivos, más que los apellidos, algunos de los cuales han ido desapareciendo. Me propongo dar noticia en este artículo y otros que vendrán después  de quienes nos han precedido en el dominio de prados, tierras de siembra, huertos y casas. Tal vez algún lector encuentre en ellos a un antepasado o alguien relacionado con su familia.

Allá vamos. Es la mañana del 16 de marzo de 1795, reinando en España Carlos IV, aficionado a la caza y a hacer calceta. Todavía hace frío para andar por los caminos tan temprano. Domingo, que vive en Poveda, ha bajado montando su burro hasta Pradosegar para buscar a Antonio. Van a ir juntos a Muñotello porque han acordado el pasado septiembre la compraventa de dos “cachejos” (habría dicho Antonio para restarle importancia a la operación) que quiere comprar con los ahorros del "estajo" de los tres años pasados. Saben que a don Cayetano, el escribano, no le gusta escriturar después de las once, así que habrá que madrugar. Vedlos ahí, en sendos borricos, por el camino de Muñotello, dispuestos a confirmar la compraventa. Después, a la vuelta, han acordado convidarse en la taberna.

 Escritura de venta real que otorga Domingo Gómez, vecino de Poveda, en favor de Antonio Hernández Vaquero, vecino de Pradosegar.

… media huebra de tierra al sitio del Zerbunal, término de Pradosegar, que linda por solano [Este] con tierra de Manuel Rosado, vecino de Pradosegar; por cierzo [Norte]  con tierra de Gerónimo Ximénez, vecino de Poveda; por ábrego [Sur] cerrada de la Capellanía, que agora goza don Ignacio Hernández Lago; y por gallego [Oeste]  con tierra de la iglesia de dicho Pradosegar. Y otra media huebra de tierra al sitio del Toscal [sic], término del prenotado Pradosegar, que linda por solano con tierra de Andrea Ximénez, vecina de dicho Pradosegar; por cierzo con tierra de Félix Rejón, de la misma vecindad; por Gallego con tierra de Santos Barroso, vecino de Amavida; y por ábrego con tierra de Bartolomé Sánchez, vecino del lugar de Poveda… las aseguro y vendo en precio y cuantía de 200 reales de vellón y siete fanegas de centeno, que cada fanega estimo en 30 reales de vellón… [No firman por no saber]

Don Cayetano tiene siempre dispuestos a dos testigos para el caso frecuente de que los sujetos no sepan firmar; así que Antonio y Domingo han puesto una cruz al pie del documento y se han dado la mano en señal de acuerdo. Antonio Vaquero ha pagado los veinte maravedises del papel sellado más los dos reales del asiento con una parte de lo que le han pagado por la venta de una carga de patatas que llevó a Villascastín el pasado otoño; porque los doscientos reales ya se los había pagado en Poveda  a Domingo Gómez un mes antes por San Blas.

¿Alguien identifica hoy estas dos tierras? ¿De quién son ahora? ¿Este Antonio Hernández Vaquero de los últimos años del siglo XVIII habrá dejado descendencia en Pradosegar hasta hoy mismo? He aquí algo de que hablar, sentados al solecito de estas tardes de enero. Espero respuestas.

sábado, 8 de octubre de 2016

Teoría de Pradosegar / Antonio Sánchez

Me cuenta Charo, la alcaldesa, que la llamó Antonio, “llévame a Muñana, me encuentro muy mal”; que,  por el camino, Antonio  fue dándole instrucciones de dónde tenía los papeles, “buscas en el primer cajón, allí en una carpeta está todo”; que cuando llegó al centro médico, ya estaba muerto. Un infarto había terminado con su vida.
Antonio era mi amigo. La última vez que nos vimos, hace unos meses, le llevé documentos de Cayetano Alonso Pacheco, un escribano público y del Rey que ejercía en Muñotello en 1794. En su registro hay escrituras de venta, contratos y testamentos de gentes del pueblo donde ejercía, pero también de Pradosegar,  Poveda, Muñana, La Hija, Villatoro y otros pueblos del Valle Amblés. Estuvimos estudiando las de Pradosegar, escrutando apellidos, comprobando lugares, “pues este Vaquero puede ser un antepasado del tío Pedro”, “el huerto de ‘junto al río’ lo mismo es el tuyo”. Le llevaba algún libro de Caldeandrín y él correspondía con manzanas o tomates.
Escribí sobre él en este blog hace unos años:
http://elblogdejesusarribas.blogspot.com.es/2011/02/teoria-de-pradosegar-2-buenos-amigos.html
Me quedan de él versos bien rimados, la copia de unos papeles sobre la cofradía de la Vera Cruz, unos breves Recuerdos de mi pasado que firmó con el pseudónimo de Werther, canciones antiguas que grabamos una tarde inolvidable con Luis Represa, el gato en adopción que vive en casa desde hace cuatro años, “Elgato” se llama, así todo junto; y un plano que dibujó para mí con parte de la rica microtoponimia de Pradosegar, el tema sobre el que solíamos conversar mientras paseábamos por esos caminos.

Me queda, sobre todo, el recuerdo de la amistad leal. Otro adiós sentido. Van siendo ya muchos.




miércoles, 16 de julio de 2014

Ars moriendi

Consumió los últimos día de vida con serenidad, procurando molestar lo menos posible a pesar de que el cáncer y las sesiones de tratamiento se lo pusieron difícil. Intercambiamos lecturas, como teníamos por costumbre, casi hasta el final. Habíamos proyectado, en una broma de humor negro que a La Flaca le costaba entender, encerrarnos los dos este verano como en un lazareto en la casa del pueblo y esperar allí a que los paisanos nos socorrieran arrojándonos por encima de la verja un calabacín, un par de tomates, un manojo de acelgas, «gracias, muchas gracias, que Dios os lo pague»; aislados del trato de los vecinos, para que no pudieran preguntarnos qué tal estábamos ni compadecernos. ¡Cómo se reía! Siempre habíamos jugado un poco a descolocar en broma a los demás con nuestros comentarios. Se fue apagando ya sin dolor, ajena al pesar de quienes la acompañábamos. Recogimos su último aliento de madrugada y se fueron para siempre las risas, la lectura, la música, los paseos por La Garganta, las recetas y los recuerdos de infancia. Sobre su lecho ha quedado una colcha  de retazos que estuvo cosiendo hasta poco antes de morir, en sus horas de soledad final, seguramente empeñada en dejar alguna prenda que le sobreviviera.

Adiós, hermana.

martes, 15 de mayo de 2012

Recortes en Ávila


Lo he dicho en la SER esta mañana.

Cada mañana amanecemos con un susto nuevo, lo que puede llevar a que dejemos de asustarnos, convencidos de que lo nuestro es un simple estado de ánimo, que estamos tristes o un poco deprimidos, vaya, y que lo que necesitamos es una tanda de sesiones de terapia de grupo o algo de psicoanálisis; pero lo grave es que nuestro psicoanalista argentino, que vendió las acciones de Repsol a tiempo, está empezando a asustarse también porque sabe que no se trata de un síndrome ni un complejo, sino simplemente de que están disminuyendo las consultas y los pacientes han vuelto a los confesonarios porque les sale mucho más barato. Lo que ocurre no viene en los manuales o en los tratados que desarrollaban las doctrinas de Freud o Jung.
¿Cómo entenderán en el futuro los estudiantes de Economía el fenómeno de los 5 ó 6 millones de parados en la nación que poco antes había sido la undécima potencia económica del mundo? ¿Cómo se explicará el fenómeno cuando hayan pasado cuatro generaciones, es decir en 2099?: “Pues lo que pasó –contará el abuelo– es que los bancos se empeñaron en que los clientes debían aceptar préstamos para adquirir inmuebles, las inmobiliarias vieron el negocio e hincharon los precios, a más altos precios mayores y más fáciles de conseguir los préstamos, hasta que el sistema reventó por sí mismo y todos, prestatarios y no prestatarios tuvieron que acudir en socorro de bancos y cajas, para que los más ricos y los políticos que se habían sentado en los consejos sin la menor idea de economía ni de ética social pudieran seguir siendo ricos o políticos o ambas cosas, como ocurrió aquí mismo en Ávila, donde se cumplió el paradigma con un presidente de caja que podía decir, como el personaje de Mihura en Tres sombreros de copa: ‘Yo soy el señor más rico de la provincia’, ¿has entendido, hijo, el porqué de aquellos recortes?” “Más o menos”, responderá el chaval. “En fin, que podía habértelo dicho como se decía entonces: que nadie da duros a peseta”.
Pero los recortes de todas las crisis tienen nombre y apellidos. La otra tarde, en Pradosegar, conversaba con Marcos, un niño de doce años listo como un conejo de monte. Iba a empezar en septiembre la ESO en el colegio público de Muñana, como se acordó hace años para atender racionalmente a esta población dispersa de chicos de los pueblos; pero la Junta de Castilla y León ha decidido de repente que no: que ni Marcos ni 6 niños más de Muñana, 2 de Amavida, 1 de Villatoro y uno más de Cepeda de la Mora podrán estudiar allí, a pesar del informe favorable de la Inspección, sino que tendrán que venir a la ciudad a diario, al instituto Jorge Santayana. Aunque alguna familia hubiera querido matricular a su niño o a su niña en un colegio, tampoco habría podido porque el plazo de preinscripción ha terminado a primeros de abril y la decisión de la Junta ha llegado el otro día. ¿Lo habrán hecho a propósito o serán así de torpes?
“A mí sí me gusta el Santayana –aclara Marcos–, pero es que son 90 kilómetros o más todos los días y me voy a tener que levantar a las siete de la mañana, y cuando quiera volver a casa para comer ya son las cuatro y media de la tarde, y en invierno...”
Muchos días –pienso– se cruzará por el camino con el presidente que viene o vuelve de su pueblo por esa misma carretera, agotado de tanto consejo de administración, tanta inauguración, posado, aplauso y “ánimo tú déjalos que digan ladran luego cabalgamos”.
Marcos y sus compañeros harán 500 kilómetros semanales, 2.000 al mes: para que el aeropuerto de Albacete pueda seguir prestando servicio a 937 pasajeros al año (es decir, a 2,3 pasajeros al día) o el de León siga abierto para los 130 pasajeros al mes que tuvo el pasado abril; para que la televisión de Castilla y León siga con sus reportajes de hora y media sobre aquella romería de honda raigambre; o para que los 17 parlamentos, ¡17!, continúen evacuando leyes, reglamentos, ordenanzas y todo tipo de papeles duplicados e inútiles.
Cómo no vamos a estar indignados, aunque no vayamos todas las tardes a las asambleas de El Grande. Cómo vamos a permanecer callados cuando comprobamos que los recortes afectan más a los más débiles, a quienes no han tomado parte en el festín reciente y ahora tienen que alimentarse de consejos y reprimendas.


¿No les da vergüenza? ¿No le da a usted vergüenza, señor presidente?


domingo, 15 de abril de 2012

El Tío Poeta


Este libro arrinconado en la parte de atrás de la estantería nos ha parecido durante muchos años insignificante. Pero hoy, haciendo orden en la librería, hemos descubierto que ha crecido en nuestra estimación. El libro, calladamente, ha estado esperando décadas a que alguien lo saque del olvido, a él y a su autor.
Se trata de Espigas de mi cosecha, del rimador extremeño Ramón Lencero. De haber vivido, hoy tendría noventa y ocho años. En el prólogo de su poemario (1976), escribe con emoción sobre su infancia trabajadora, como la de tantos niños de pueblo de su generación. Lo leído me lleva al pensamiento de que eran los «niños yunteros» hernandianos, los pastores de Gabriel Galán, hombres precoces sin apenas infancia que subían a ramos a la sierra, madrugaban porque tocaba el agua, ordeñaban vacas que no eran las suyas por un pucherete de un cuartillo y segaban como el primero la cebada de La Vega. Y la aventura de autoeditarse a los sesenta años, dejando en su libro las señas limpias sobre su persona y pensamiento, pesa más que cualquier crítica desfavorable que pudiera hacérsele a tal o cual poema. (¡El día que me decida a hacer crítica de algunos poetas re-conocidos va a arder Troya!, advierto.)

Un día, allá por los años ochenta, Ramón desembarcó en Pradosegar con su mujer, Apolonia. Se acomodaron en una casita próxima al Mercadillo y el poeta se dedicó a dos actividades que dominaba: cultivar la tierra y cultivar la palabra. Plantó un huerto en Los Llanos −«del monte en ladera»−, que era la envidia de todos los veraneantes empeñados en hacer crecer algo siguiendo las instrucciones de El horticultor autosuficiente, donde crecían bancales de judías verdes; y calabacines, tomates, pimientos y cebollas que eran la materia prima para un pisto suculento. Regalaba casi toda la producción a los vecinos, a cambio, eso sí, de que le escucharas la última «poesía» sobre el vuelo de las campanas el domingo, la gallina que ponía huevos de dos yemas, el río que bajaba fresco y claro de la sierra, la vaca que había parido la noche anterior el ternero más tierno o los quesos que cuajaban las mujeres cada tarde en los patios. Era la otra cosa que sabía hacer: rimar versos sonoros y muy dignos, como un cronista en arte menor de lo cotidiano. Así que se ganó el merecido título de Tío Poeta; que en Pradosegar, que te pongan el «tío» delante de la profesión es todo un reconocimiento: la tía Maestra, el tío Lucero (encargado del alumbrado público)… El Tío Poeta vendía su libro −y si alguien no podía comprárselo, se lo regalaba− casa por casa, en un ejercicio de distribución arcaico y envidiable.
Entre las páginas del poemario, encuentro papeles escritos a máquina que Ramón debió de hacer llegar a mi madre, quien siempre lo escuchaba e intercambiaba con él finezas en la temporada de vacaciones del verano: generalmente, queso por verduras. Dos de esos papeles llevan por título «Pradosegar». El Tío Poeta escribe en «Pradosegar / 1»: «Gargantas y gargantillas, / los valles y las laderas / resplandecen de contento / con su frondosa arboleda. // Corre Los Tejos gozoso / chorreando por las peñas, / haciendo guiños al sol / sobre el lecho de la arena». Y en «Pradosegar / 2»: «Eres un lugar sencillo / de la estirpe castellana, / con nogales gigantescos / y riquísimas manzanas. […] «El curativo poleo, / el tomillo y otras plantas /exhalando sus aromas / te dejan bien perfumada».
Mi reconocimiento, Ramón, y mi respeto por los poetas como tú, que se autoeditan porque no son re-conocidos ni encuentran el alcalde o el consejero que firme el imprimatur de la subvención, y deciden arriesgarse con su propio dinero –no con el de sus vecinos− para no permanecer en silencio.

lunes, 30 de enero de 2012

Teoría de Pradosegar 5 / El Navarejo en Invierno

En enero hay que quemar las hojas. En días soleados como hoy, los robles todavía se resisten a desnudarse. No perderán la hoja hasta que Primavera lo exija, ¿es que pensáis quedaros con lo viejo?, venga, perezosos, que aquí traigo brotes nuevos. Sin embargo, el nogal va con la estación y ya en noviembre ha dejado el prado cubierto de una alfombra perfumada, debajo de la cual siempre es posible encontrar el tesoro de la última nuez aún fresca. Y luego está el pino de Práxedes, enorme, con su tronco inabarcable, siempre negro o verde, según las horas, escondiendo en su copa el nido de alondras.


La hoguera va consumiendo con paciencia las hojas muertas, no hay prisa, y dejando en el aire el recuerdo de aquel esplendor del verano. A través de las gasas de humo se filtra la luz del sol decorando con magia el escenario. Cuesta sustraerse a tanta belleza y caer en la cuenta de que solo son unas hojas quemándose. En el campanario próximo, la cigüeña, que ha llegado hace dos semanas, aguarda con paciencia a que dejen de humear las cenizas para bajar al prado en busca de raíces y ramas secas con las que reparar el armazón del nido. Por el cielo del Navarejo, purísimo, pasa la ruta de América. En el avión, que veo sin oírlo,  viaja una familia de ecuatorianos que ha agotado sus recursos y la paciencia buscando el salario perdido. ¡Tanta belleza coincidiendo con tanta frustración!
San Blas, patrón de Poveda, aquí al lado: tú que consigues que todos los años vuelvan las cigüeñas por estas fechas, déjalos volver también a ellos.

lunes, 11 de julio de 2011

Teoría de Pradosegar 4 / Hace un siglo


Una foto de hace casi un siglo me conduce a buscar los nombres de quienes posaron para el fotógrafo con ocasión de una boda en Pradosegar. ¿Quién es este?, como preguntaba EL PADRE en El tragaluz de Buero, solo que yo no los recorto para tratar de darles vida aunque comparta con el personaje algo de su sentimiento existencial. Pregunto a los más viejos, con la ayuda de Antonio, pero muchos de los fotografiados no son ya ni un recuerdo, seguramente porque no he dado con la pista adecuada o porque sus descendientes no viven en el pueblo, vaya usted a saber. Un grupo de niños en la primera fila, “a ver, los muchachos delante y estarse quietos sin enredar”, manda el fotógrafo; entre ellos Felipa, la que por los años 50 se fue a vivir a Reus con su marido Baldomero. En segunda fila los novios y los anfitriones, “se sienten en los bancos”, manda el fotógrafo; ¿el novio con corbata y ella repeinada con su raya bien dibujada son familiares de Alfonso Vaquero?. “A ver, las mozas y las mujeres de pie detrás de la familia de los novios, juntarse un poco para que salgan todas”, manda el fotógrafo; ahí están las hijas de don Mariano El Capitán: Paquita la novia de Jesús, Isabel, Amparo y Honoria la maestra; y también Juliana. “Los hombres”, manda el fotógrafo, “juntarse también subidos a las sillas”: Eladio, Narciso, Bernabé, Pedro; con un niño en brazos al que han cortado el pelo a tazón, Eleuterio, el que después fue alcalde, que lo mataron en la guerra cerca del pantano de El Burguillo; y Valeriano y Sabas. “Ahora todos quietos hasta que yo diga tres, no estén tan serios que esto no es un funeral… Uno, dos y tres, ya está”. ¿Quién es este señor de la izquierda con bufanda, corbata y cadena de reloj sobre la panza, que parece autoridad o ricachón? ¿Y la mujer en la fila de los hombres con el niño envuelto en el manteo es Andrea?
Cada personaje de esta foto es una historia: de esfuerzo para sacar adelante a la familia, de destajos abrasadores, de emigración, de miedo por no saber si el hermano o el novio volverá del frente o saldrá vivo de la cárcel, de niños que sueñan con ser labradores como sus padres y niñas que quieren ser sus novias y más tarde sus amas. Juntos todos, son más que vecinos o familiares. Se ayudan en las matanzas y en la construcción del pajar, abren el barranco en el cementario para dar sepultura al abuelo, van los domingos a buscar al cura a Villatoro si ha nevado, cortan los ramos en la sierra al final del verano, se dan turnos para el riego aunque a veces se crucen palabras airadas, esperan con impaciencia la fiesta de san Roque, se ennovian, se casan, tienen muchos hijos en previsión de los que se llevarán la disentería o las fiebres. Son, en fin, más que vecinos casi un clan.
Así eran.

martes, 29 de marzo de 2011

Teoría de Pradosegar / 3. Los ramos


En primavera, antes o después según la nieve se haya embebido o siga cubriendo los prados de la Majá y más arriba, florecen los piornos y cubren el Frontal de un jalde cegador. Algo más tarde, cuando echa la flor el espliego, amarillos y cárdenos despliegan por los oteros el inmenso pabellón republicano que ondea hasta bien entrado junio. Mirar al sur es entonces el peligro de no querer volver al norte ya nunca. Respirar hondo el aroma tenue a vainilla de los piornos y el olor a Corpus del espligo es una embriaguez inevitable, la invitación a renunciar a los olores cotidianos que forman parte de la agenda: el olor a café, a tinta de prensa, a tienda de ropa.

Los piornos en Pradosegar son los ramos. Después de la fiesta de San Roque, con el trigo ya en los costales, los hombres uncían las yuntas y subían a los ramos con sus carros hasta las Barreras. Era una jornada que comenzaba de madrugada y concluía al anochecer. Desde la iglesia o desde los huertos de las Rozas, se los podía ver allí arriba, en miniatura. Pasear ahora por esos caminos, mejor arreglados pero más desiertos, provoca la admiración de aquel trabajo brutal. Era la épica de quienes nunca merecieron el nombre propio. Casi de noche, bajaban con los carros cargados de ramos verdes, amenazando los aleros de casas y pajares, sucios y sudorosos, con gesto de haber triunfado un año más en su lucha con el gigante de Serrota. Eran los ramos para calentarse y cocinar, para preparar la matanza, para amontonar en la tiná protectora del ganado.

Hoy los piornales están colonizando tierras que habían perdido en tiempos de la repoblación , allá por el siglo XII. Es una reconquista al revés. Ya no son necesarios para mantener encendido el hogar, ni queda nadie que necesite clavar el azadón cerca de sus raíces. Ninguna nostalgia de aquello. No es legítimo añorar el esfuerzo desmedido de los demás. Pero si sacas la conversación en el banco de los viejos, todavía hoy descubrirás la épica de aquellos héroes serranos, la que no recogió la literatura en ningún cantar de gesta y, como mucho, será disecada en la tesis doctoral de algún antropólogo.

¿Cómo olvidar que me calenté alguna vez con aquellos ramos en la cocina de la tía Inés?

martes, 8 de febrero de 2011

Teoría de Pradosegar / 2. Buenos amigos

Se llama Antonio y tiene 83 años. Es hijo del tío Esteban, "El Sacristán", que se inventó de oídas un gregoriano recio y rural con el que llenaba el ámbito de la iglesia cada domingo. Su hijo ha heredado muchos registros y matices de la voz del padre, sobre todo la potencia. Tenemos pendiente una grabación de canciones antiguas que no puede pasar de esta primavera. Cuando está en el pueblo, Antonio es el campanero. Por una escalera de caracol que a mí me dejó inútil para una semana cuando subí el pasado verano, asciende como si nada para tocar a difunto, avisar de que ya ha llegado el señor cura o recordar que esta tarde hay reunión.

Como ha sido forestal por Cuelgamuros y otros bosques, sabe más que nadie de especies, de suelos, de hierbas. Pasear con él por el campo es una lección permanente y sencilla de geografía e historia local, de microtoponimia y antropología de andar por casa. Aborrece el caciqueo cerril y supo plantarle cara -no fue el único- a aquel alcalde cuatrero que había confundido el pueblo con su cortijo. Junto a su casa de la calle de la Igesia, cuida un huerto umbroso con tapiales lamidos por las aguas frescas del arroyo de Los Tejos, que baja purísimo de Serrota.
-Es el arroyo de Los Tejos -dice- y no cuenta con un solo ejemplar en su ribera. Así que me dio por plantar algunos aquí, en mi huerto, para no dejarle por mentiroso.
En verano, al caer la tarde, se le puede ver llegar de la huerta que cultiva por el camino de Muñotello con una cesta en la que acelgas y calabacines le hacen la corte a un ramo de gladiolos.
En los últimos años, Antonio ha regresado a las aulas, de las que se ausentó -creía él que para siempre- cuando tenía catorce años. Ha cursado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid un programa de tres años de Humanidades que ha enriquecido aún más su discurso. Lee incansablemente, escribe versos de los que se entienden y puede exhibir, si hay confianza, una memoria histórica inquietante sobre la guerra civil y la primera posguerra. Cuando alguna vez hemos planeado una excursión, nos ha gustado hacer de viejecitos jubilados que gozan de permiso de un día, para que la chica que explica el castro se sienta en su salsa, nos tome por medio sordos y nos explique en voz bien alta en qué consiste lo de los tres recintos y el campo de piedras hincadas, nosotros muy respetuosos y con la boca ligeramente abierta, en actitud receptora.
A veces pienso: Antonio ha vuelto a clase después de setenta años. ¿Qué tendría que hacer yo, que nunca he salido de las aulas? Y me dan ganas de recorrer el camino inverso, abrir la casa del pueblo y quedarme en aquel paisaje amado aprendiendo todo lo que no sé. Pero no lo haré: me falta el empuje que a él le sobra.

domingo, 9 de enero de 2011

Teoría de Pradosegar / 1. Un paisaje


Pradosegar es un paisaje físico e interior. En ocasión en que estaba algo de los nervios por el trabajo, me apunté a un curso de relajación creativa en el que uno de los pasos consistía en construir un paisaje para recibir en él los beneficios del sol, del agua y de la naturaleza en general. No fui capaz de encontrar otro lugar mejor que el Navarejo de Pradosegar, a los pies de Serrota: “Ahora abres la puerta y entras en el paisaje”, dictaba el profesor, “y te sientas ante el paisaje… y vas en busca del agua para mojarte la cara y los brazos… y te tiendes al sol”. Yo, que no debía de tener por entonces el imaginario muy activo, acudí a lo más próximo, a lo que no necesitaba mucha creatividad que digamos: abría la puerta del huerto de mi casa, me sentaba bajo el nogal acogedor, iba a la regadera que alimentaba los poleos de la tapia sur y me perdía en el rumor de la corriente que entraba por el bocín, antes de mojar mi piel con el frescor de las aguas de la sierra. Sigo construyendo el mismo paisaje, mi paisaje, cada vez que un teleoperador se empeña en que cambie de compañía telefónica o cuando el insomnio hace estragos en mis noches.
Y ¿dónde dices que queda Pradosegar? es la pregunta de los amigos de Madrid, que parece que han nacido todos en el Barrio de Salamanca o en Arturo Soria. Y hay que explicarles que, desde Ávila, atravesando el Valle Amblés hasta llegar al nacimiento del río Adaja, antes de subir al puerto de Villatoro, a la izquierda... pero tened cuidado, es prerefible que paréis cuando hayáis pasado Amavida y lo contempléis desde fuera del coche... pues allí, en la falda de Serrota. La segunda pregunta siempre es ¿y tú cómo es que naciste allí? Me veo obligado a entrar en disquisiciones históricas sobre cómo y dónde nacíamos los niños cuando entonces, que no había paritorios ni maternidades ni cristo que lo fundó y las madres daban a luz en la cama de las abuelas, y además, ¿qué tiene de malo nacer en un sitio que no sea la calle Serrano de Madrid?, que lo sacáis a uno de quicio, con lo que me gusta a mi decir que soy de pueblo y las facilidades que me da para escurrirme de situaciones. Y la tercera pregunta, también obligada, es ¿y qué se puede comer por allí?, porque ya se sabe que los españoles tenemos instalada en el cerebro una guía gastronómica que no nos permite tirar de fiambrera en los viajes (a mi sí: de fiambrera, navaja y termo). Y les aclaro que por allí no hay gran cosa: si es fin de semana, en el bar de Bachiller puedes encontrar unas patatas revolconas y alguna otra tapa en plan paleto, muy autóctona... que allí cada cual se guisa lo suyo y no son mucho de estar inventando espumas ni asados, para eso hay que ir a Muñana, que es la capital, a que te la claven por comer lo de siempre. Así que no van a Pradosegar: o se quedan en los restaurantes de tenemos huevos rotos, cochinillo, cordero y, por supuesto, chuletón; o pasan de largo hacia Piedrahita o El Barco en busca de las casas de Gredos, impostadas y con ínfulas de hotelito con encanto.
Pero yo le recomiendo al viajero que pida un moscoso o diga que tiene notaría, para viajar a Pradosegar en día no festivo; que prepare la mochila con bocadillo de tortilla, algo de fruta y un trago de vino, y suba al Barrio de Arriba, allí deje el coche junto a la casa rural de Mercedes (esa sí que es rural) y emprenda el camino sierra arriba por los molinos en ruinas, hasta que el navegador de las piernas le avise de que ha llegado a su destino, que no a todos avisa a la vez. Habrá entrado en un paisaje en el que la sierra está recuperando lo que la mano del repoblador le fue restando durante siglos. Si va en primavera, verá los piornos florecidos y el espliego componiendo los colores del otro pabellón . Si prefiere el otoño, no podrá evitar la borrachera de los amarillos vibrando en el azul purísimo del cielo. Dentro de dos o tres semanas, seguramente con la nieve borrando los caminos, llegarán las cigüeñas, que ya me dirán qué se les ha perdido por estas tierras tan temprano. ¿Y en verano? Esa ya es otra historia.