Ars moriendi
Consumió los últimos día de vida con serenidad,
procurando molestar lo menos posible a pesar de que el cáncer y las sesiones de
tratamiento se lo pusieron difícil. Intercambiamos lecturas, como teníamos por
costumbre, casi hasta el final. Habíamos proyectado, en una broma de humor
negro que a La Flaca le costaba entender, encerrarnos los dos este verano como en un
lazareto en la casa del pueblo y esperar allí a que los paisanos nos
socorrieran arrojándonos por encima de la verja un calabacín, un par de tomates,
un manojo de acelgas, «gracias, muchas gracias, que Dios os lo pague»; aislados
del trato de los vecinos, para que no pudieran preguntarnos qué tal estábamos
ni compadecernos. ¡Cómo se reía! Siempre habíamos jugado un poco a descolocar en
broma a los demás con nuestros comentarios. Se fue apagando ya sin dolor, ajena
al pesar de quienes la acompañábamos. Recogimos su último aliento de madrugada
y se fueron para siempre las risas, la lectura, la música, los paseos por La
Garganta, las recetas y los recuerdos de infancia. Sobre su lecho ha quedado
una colcha de retazos que estuvo
cosiendo hasta poco antes de morir, en sus horas de soledad final, seguramente empeñada
en dejar alguna prenda que le sobreviviera.
Adiós, hermana.
1 comentarios:
Tenemos, sin embargo, una cita, no sé si en verano, cuando las dunas se hacen brillantes. O en invierno, cuando el mar bate aquellos acantilados que recorrimos mirando el horizonte brumoso y pensando en mares cálidos yo; en quién sabe qué horizontes eternos ella. Entonces leeremos una novela y estaremos, una vez más, en compañía.
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