Diamela Eltit, ¿cuántos?, ¿doscientos años?
Me recomienda El
Jardinero la lectura de Impuesto a la
carne, la novela de Diamela Eltit. Cometo el error de leer la contracubierta
lo primero, aunque tengo instaurado como hábito comenzar siempre por la primera
línea del primer capítulo, saltando sobre solapas, prólogos y
otros aparatos bibliográficos y comerciales. Eso queda para el final, cuando ya
han transcurrido dos o tres días desde el acto de la lectura y uno se encuentra
repuesto, fuera ya de peligro. Pero esta vez no, esta vez he caído en la trampa
aviesa del editor, que pretende convencerte a pie de expositor de que no puedes
vivir un día más sin leer mi libro. Cuando llevo leídos cuatro o cinco de los
breves capítulos de Impuesto a la carne,
descubro la maniobra del editor/vendedor, que ha querido colocar el producto
como “una sórdida y lúcida metáfora de los años de represión en Chile y el
resto de Latinoamérica”. Ya me había llamado la atención lo de “sórdida” +
metáfora… Así que decido comenzar de nuevo, borrarlo todo y ponerme a leer como
si Eltit −qué más quisiera yo− me hubiera hecho llegar el original en un sobre,
sin mayor advertencia. Ha sido un descubrimiento. Madre e hija, los dos
personajes protagonistas ¿o solo es uno? se mueven en un espacio –hospital,
nación, patria− ofreciendo su sangre y sus cuerpos para que los médicos operen,
trasplanten, injerten, extirpen durante “¿cuántos?, ¿doscientos años?”, se
pregunta recurrentemente la hija, a la que Eltit ha cargado con el peso de la
voz narradora. Porque la narración, poética (hay muchas maneras de poesía,
también la elegiaca) y obsesiva va imponiéndose en una historia que no conduce
a ninguna parte, lo sabes cuando llevas leído un tercio de la novela. Pero ya
no puedes abandonar. Cada vez me siento más a gusto con estas historias que
prescinden de la anécdota y me regalan el oído con un caudal de lenguaje rico
en sí mismo. ¡Ah, la seducción de la forma! Comento con El Jardinero a
posteriori la extrañeza de que Diamela Eltit no haya sido más promocionada, más
editada en España, pero la literatura, ya se sabe, no siempre tiene que ver con
el consumo. Voy a seguir el rastro de Diamela Eltit.
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