Teoría de Pradosegar / 1. Un paisaje
Pradosegar es un paisaje físico e interior. En ocasión en que estaba algo de los nervios por el trabajo, me apunté a un curso de relajación creativa en el que uno de los pasos consistía en construir un paisaje para recibir en él los beneficios del sol, del agua y de la naturaleza en general. No fui capaz de encontrar otro lugar mejor que el Navarejo de Pradosegar, a los pies de Serrota: “Ahora abres la puerta y entras en el paisaje”, dictaba el profesor, “y te sientas ante el paisaje… y vas en busca del agua para mojarte la cara y los brazos… y te tiendes al sol”. Yo, que no debía de tener por entonces el imaginario muy activo, acudí a lo más próximo, a lo que no necesitaba mucha creatividad que digamos: abría la puerta del huerto de mi casa, me sentaba bajo el nogal acogedor, iba a la regadera que alimentaba los poleos de la tapia sur y me perdía en el rumor de la corriente que entraba por el bocín, antes de mojar mi piel con el frescor de las aguas de la sierra. Sigo construyendo el mismo paisaje, mi paisaje, cada vez que un teleoperador se empeña en que cambie de compañía telefónica o cuando el insomnio hace estragos en mis noches.
Y ¿dónde dices que queda Pradosegar? es la pregunta de los amigos de Madrid, que parece que han nacido todos en el Barrio de Salamanca o en Arturo Soria. Y hay que explicarles que, desde Ávila, atravesando el Valle Amblés hasta llegar al nacimiento del río Adaja, antes de subir al puerto de Villatoro, a la izquierda... pero tened cuidado, es prerefible que paréis cuando hayáis pasado Amavida y lo contempléis desde fuera del coche... pues allí, en la falda de Serrota. La segunda pregunta siempre es ¿y tú cómo es que naciste allí? Me veo obligado a entrar en disquisiciones históricas sobre cómo y dónde nacíamos los niños cuando entonces, que no había paritorios ni maternidades ni cristo que lo fundó y las madres daban a luz en la cama de las abuelas, y además, ¿qué tiene de malo nacer en un sitio que no sea la calle Serrano de Madrid?, que lo sacáis a uno de quicio, con lo que me gusta a mi decir que soy de pueblo y las facilidades que me da para escurrirme de situaciones. Y la tercera pregunta, también obligada, es ¿y qué se puede comer por allí?, porque ya se sabe que los españoles tenemos instalada en el cerebro una guía gastronómica que no nos permite tirar de fiambrera en los viajes (a mi sí: de fiambrera, navaja y termo). Y les aclaro que por allí no hay gran cosa: si es fin de semana, en el bar de Bachiller puedes encontrar unas patatas revolconas y alguna otra tapa en plan paleto, muy autóctona... que allí cada cual se guisa lo suyo y no son mucho de estar inventando espumas ni asados, para eso hay que ir a Muñana, que es la capital, a que te la claven por comer lo de siempre. Así que no van a Pradosegar: o se quedan en los restaurantes de tenemos huevos rotos, cochinillo, cordero y, por supuesto, chuletón; o pasan de largo hacia Piedrahita o El Barco en busca de las casas de Gredos, impostadas y con ínfulas de hotelito con encanto.
Pero yo le recomiendo al viajero que pida un moscoso o diga que tiene notaría, para viajar a Pradosegar en día no festivo; que prepare la mochila con bocadillo de tortilla, algo de fruta y un trago de vino, y suba al Barrio de Arriba, allí deje el coche junto a la casa rural de Mercedes (esa sí que es rural) y emprenda el camino sierra arriba por los molinos en ruinas, hasta que el navegador de las piernas le avise de que ha llegado a su destino, que no a todos avisa a la vez. Habrá entrado en un paisaje en el que la sierra está recuperando lo que la mano del repoblador le fue restando durante siglos. Si va en primavera, verá los piornos florecidos y el espliego componiendo los colores del otro pabellón . Si prefiere el otoño, no podrá evitar la borrachera de los amarillos vibrando en el azul purísimo del cielo. Dentro de dos o tres semanas, seguramente con la nieve borrando los caminos, llegarán las cigüeñas, que ya me dirán qué se les ha perdido por estas tierras tan temprano. ¿Y en verano? Esa ya es otra historia.
Y ¿dónde dices que queda Pradosegar? es la pregunta de los amigos de Madrid, que parece que han nacido todos en el Barrio de Salamanca o en Arturo Soria. Y hay que explicarles que, desde Ávila, atravesando el Valle Amblés hasta llegar al nacimiento del río Adaja, antes de subir al puerto de Villatoro, a la izquierda... pero tened cuidado, es prerefible que paréis cuando hayáis pasado Amavida y lo contempléis desde fuera del coche... pues allí, en la falda de Serrota. La segunda pregunta siempre es ¿y tú cómo es que naciste allí? Me veo obligado a entrar en disquisiciones históricas sobre cómo y dónde nacíamos los niños cuando entonces, que no había paritorios ni maternidades ni cristo que lo fundó y las madres daban a luz en la cama de las abuelas, y además, ¿qué tiene de malo nacer en un sitio que no sea la calle Serrano de Madrid?, que lo sacáis a uno de quicio, con lo que me gusta a mi decir que soy de pueblo y las facilidades que me da para escurrirme de situaciones. Y la tercera pregunta, también obligada, es ¿y qué se puede comer por allí?, porque ya se sabe que los españoles tenemos instalada en el cerebro una guía gastronómica que no nos permite tirar de fiambrera en los viajes (a mi sí: de fiambrera, navaja y termo). Y les aclaro que por allí no hay gran cosa: si es fin de semana, en el bar de Bachiller puedes encontrar unas patatas revolconas y alguna otra tapa en plan paleto, muy autóctona... que allí cada cual se guisa lo suyo y no son mucho de estar inventando espumas ni asados, para eso hay que ir a Muñana, que es la capital, a que te la claven por comer lo de siempre. Así que no van a Pradosegar: o se quedan en los restaurantes de tenemos huevos rotos, cochinillo, cordero y, por supuesto, chuletón; o pasan de largo hacia Piedrahita o El Barco en busca de las casas de Gredos, impostadas y con ínfulas de hotelito con encanto.
Pero yo le recomiendo al viajero que pida un moscoso o diga que tiene notaría, para viajar a Pradosegar en día no festivo; que prepare la mochila con bocadillo de tortilla, algo de fruta y un trago de vino, y suba al Barrio de Arriba, allí deje el coche junto a la casa rural de Mercedes (esa sí que es rural) y emprenda el camino sierra arriba por los molinos en ruinas, hasta que el navegador de las piernas le avise de que ha llegado a su destino, que no a todos avisa a la vez. Habrá entrado en un paisaje en el que la sierra está recuperando lo que la mano del repoblador le fue restando durante siglos. Si va en primavera, verá los piornos florecidos y el espliego componiendo los colores del otro pabellón . Si prefiere el otoño, no podrá evitar la borrachera de los amarillos vibrando en el azul purísimo del cielo. Dentro de dos o tres semanas, seguramente con la nieve borrando los caminos, llegarán las cigüeñas, que ya me dirán qué se les ha perdido por estas tierras tan temprano. ¿Y en verano? Esa ya es otra historia.
3 comentarios:
Hola, mi querido amigo:
No he necesitado mucho para entender ese paisaje y aunque has descrito el mismo y cómo lo sientes, porque no sólo está fijo en la realidad de un lugar verdadero de una bella tierra, sigue existiendo cuando lo deseas en la forma que lo has hecho. Sólo me ha faltado llevarme la tortilla, la bota de vino y una buena hogaza, porque no hay cosa mejor que sentarse al pie del mismo y sumergir los pies o la cabeza, que a veces hace falta también refrescar las ideas para despejarnos de tanto barullo que atosiga en los Madriles.
Un abrazo. Elisa.
Soy feliz de que cuentes las cosas de Pradosegar aquí...
Ya sé que he estado en plan "descastado" sin contestar a nada, pero he tenido unas navidades de órdago. Hoy que he vuelto a la blogosfera, me encuentro con el centro de tu universo (así es como llamo yo a estos lugares casi míticos)... Bueno, míticos del todo, al menos para mí...
besos grandes,
Kika
Yo sí he estado en esos sitios, con bocadillo, café y una petaca con ron, no importa si es verano u otoño, me da lo mismo, siempre echo mano a la petaca.
Y para esta primavera me habré metido en un pinar, lo habré podado, y habré comenzado a trazar la senda junto a un hilo de agua que se hinchará a la vuelta de los días y veremos, amigo mío, el nacimiento de un escondrijo que añada encanto a estos parajes.
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