Teoría de Pradosegar / 3. Los ramos
En primavera, antes o después según la nieve se haya embebido o siga cubriendo los prados de la Majá y más arriba, florecen los piornos y cubren el Frontal de un jalde cegador. Algo más tarde, cuando echa la flor el espliego, amarillos y cárdenos despliegan por los oteros el inmenso pabellón republicano que ondea hasta bien entrado junio. Mirar al sur es entonces el peligro de no querer volver al norte ya nunca. Respirar hondo el aroma tenue a vainilla de los piornos y el olor a Corpus del espligo es una embriaguez inevitable, la invitación a renunciar a los olores cotidianos que forman parte de la agenda: el olor a café, a tinta de prensa, a tienda de ropa.
Los piornos en Pradosegar son los ramos. Después de la fiesta de San Roque, con el trigo ya en los costales, los hombres uncían las yuntas y subían a los ramos con sus carros hasta las Barreras. Era una jornada que comenzaba de madrugada y concluía al anochecer. Desde la iglesia o desde los huertos de las Rozas, se los podía ver allí arriba, en miniatura. Pasear ahora por esos caminos, mejor arreglados pero más desiertos, provoca la admiración de aquel trabajo brutal. Era la épica de quienes nunca merecieron el nombre propio. Casi de noche, bajaban con los carros cargados de ramos verdes, amenazando los aleros de casas y pajares, sucios y sudorosos, con gesto de haber triunfado un año más en su lucha con el gigante de Serrota. Eran los ramos para calentarse y cocinar, para preparar la matanza, para amontonar en la tiná protectora del ganado.
Hoy los piornales están colonizando tierras que habían perdido en tiempos de la repoblación , allá por el siglo XII. Es una reconquista al revés. Ya no son necesarios para mantener encendido el hogar, ni queda nadie que necesite clavar el azadón cerca de sus raíces. Ninguna nostalgia de aquello. No es legítimo añorar el esfuerzo desmedido de los demás. Pero si sacas la conversación en el banco de los viejos, todavía hoy descubrirás la épica de aquellos héroes serranos, la que no recogió la literatura en ningún cantar de gesta y, como mucho, será disecada en la tesis doctoral de algún antropólogo.
¿Cómo olvidar que me calenté alguna vez con aquellos ramos en la cocina de la tía Inés?
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