lunes, 30 de enero de 2012

Teoría de Pradosegar 5 / El Navarejo en Invierno

En enero hay que quemar las hojas. En días soleados como hoy, los robles todavía se resisten a desnudarse. No perderán la hoja hasta que Primavera lo exija, ¿es que pensáis quedaros con lo viejo?, venga, perezosos, que aquí traigo brotes nuevos. Sin embargo, el nogal va con la estación y ya en noviembre ha dejado el prado cubierto de una alfombra perfumada, debajo de la cual siempre es posible encontrar el tesoro de la última nuez aún fresca. Y luego está el pino de Práxedes, enorme, con su tronco inabarcable, siempre negro o verde, según las horas, escondiendo en su copa el nido de alondras.


La hoguera va consumiendo con paciencia las hojas muertas, no hay prisa, y dejando en el aire el recuerdo de aquel esplendor del verano. A través de las gasas de humo se filtra la luz del sol decorando con magia el escenario. Cuesta sustraerse a tanta belleza y caer en la cuenta de que solo son unas hojas quemándose. En el campanario próximo, la cigüeña, que ha llegado hace dos semanas, aguarda con paciencia a que dejen de humear las cenizas para bajar al prado en busca de raíces y ramas secas con las que reparar el armazón del nido. Por el cielo del Navarejo, purísimo, pasa la ruta de América. En el avión, que veo sin oírlo,  viaja una familia de ecuatorianos que ha agotado sus recursos y la paciencia buscando el salario perdido. ¡Tanta belleza coincidiendo con tanta frustración!
San Blas, patrón de Poveda, aquí al lado: tú que consigues que todos los años vuelvan las cigüeñas por estas fechas, déjalos volver también a ellos.

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