miércoles, 16 de enero de 2013

Leyendo entre líneas


Lo he dicho en la SER ayer:

Leer entre líneas es una actividad que cada día me atrae más. Es una suerte de investigación menor que no necesariamente tiene que acabar en artículo o ensayo. Puede quedarse en mera reflexión que, añadida a otras muchas, va construyendo estados de opinión, confirmando hipótesis o, simplemente, sumando convicciones. Pondré un par de ejemplos:
El muy honorable expresident Pujol, olvidando el seny catalán y las buenas maneras universales, se pregunta ante la audiencia en una entrevista reciente (y perdonen ustedes la textualidad, que lo exige el guion, como decían las actrices del destape) : “¿Qué coño es eso de la UDEF?”, refiriéndose a la Unidad de Delitos Económicos y Fiscales, que ha metido la lupa en sus oscuros asuntos familiares. En la frase, de la que estará arrepintiéndose, seguro, hay mucho más que un exabrupto, “niño no digas tacos”, nos advertían, “o te lavo la lengua con jabón”; hay el desprecio hacia cualquier organismo o instrumento que proceda de aquello que los nacionalistas llaman unas veces “el estado central” y otras “Madrid”. Hay que reconocer que el procedimiento expresivo empleado es muy eficaz: una interrogación en la que puede entrar cualquier palabra de un campo semántico compuesto por sustantivos de significado tabú, que yo aquí no puedo repetir porque no quiero que me echen del programa, que esto no es “Sálvame” ni yo soy Pujol. Si añadimos el valor despectivo del pronombre, “eso”, “mira cómo va esa”, “yo con ese no me hablo”, “a esas ni me las nombres”,  podemos confirmar la eficacia expresiva del conjunto. Casi dan ganas de decirle al honorable aquello del Rey cuando el 23 F: “Tranquilo, Jordi, tranquilo”.  Esto es lo que yo llamo leer entre líneas.

Otro ejemplo, que nada tiene que ver, o sí, con el anterior. En 1927, durante la dictadura de Primo de Rivera, el gobernador civil de Ávila, Enrique Romá, prologa el libro Guía geográfico-histórica de la provincia de Ávila, escrito por el capitán Abelardo Rivera, que había ejercido hasta hacía poco como delegado gubernativo en el partido judicial de Arenas de San Pedro. Abelardo Rivera ya había publicado dos años antes un libro encomiástico sobre la comarca arenense que tituló La Andalucía de Ávila. “¡Rivera! –escribe el gobernador− el militar pundonoroso, el caballero integérrimo, de exquisito trato social y de luminoso entendimiento, a quien no le mueve más estímulo que el cumplimiento estricto de su deber y el amor a su Patria y a su Rey, se aleja de Ávila, aunque espiritualmente siga a nuestro lado…” Y ahora viene lo bueno: “y los que por incomprensión, que no por malicia, no supieron escuchar la voz de un Delegado que paternalmente los aconsejaba desistieran de rencillas y malquerencias, uniéndose todos los hombres de sana moral para laborar en beneficio del progreso y prosperidad de sus pueblos, echarán de menos al hombre bueno que se alejó de su lado y lamentarán tardíamente el error sufrido, y es que, como dijo Spencer, «¡siempre se llora tarde!». O sea –y leo ahora entre líneas−, que don Abelardo Sánchez se marchó de Arenas harto de los politiqueos de sus vecinos, seguramente dolido por la falta de gratitud de quienes habían sido inmortalizados por él –eso pensaría− en su libro Andalucía de Ávila. Cualquiera sabe a estas alturas, cuando la corrección política, en lo regional y comarcal se impone, qué pudo ocurrir, pero que el capitán y su superior, los dos miembros de Unión Patriótica, aquel partido que se inventó el dictador, no las tenían todas consigo en Arenas, es más que una sospecha. Si dispusiera de tiempo, me dedicaría a confirmar la hipótesis, pero, vaya, me conformo con la lectura entre líneas en tanto a algún investigador se le ocurra estudiar el asunto.

El expresidente Pujol y, casi un siglo atrás, el gobernador Romá, respiran por la misma herida: la de haberse sentido contrariados en sus planes. En Romá, todo un caballero de buenos modales, la descalificación del contrario se queda en “rencillas y malquerencias pueblerinas”, no va más allá, aunque la imaginación me lleva a representarlo en su despacho del Gobierno echando sapos y culebras en presencia de su secretario.

Le propongo a Luis Sánchez que, en adelante, mi colaboración en la SER, llegue arropada por el título genérico de LEYENDO ENTRE LÍNEAS. Es lo que me gustaría seguir haciendo. Me ha dicho que sí.

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