Hace un mes que el profesor Francisco
Secadas ha muerto. En los últimos años, casi ciego si no del todo, se aferraba
al brazo de los amigos, que eran muchos, y aprovechaba para hacer más patente
su devoción por ellos. Conocí a Secadas en los años 70, cuando era catedrático
en Valencia, en cursos de formación del profesorado que programaba la
Institución SEK para nosotros, sus profesores. Alguna vez me alojó en su caasa de El
Saler, con ocasión de dar a conocer allí los nuevos títulos de la editorial
Didascalia para BUP. Recuerdo un amanecer frente al Mediterráneo tras el
ventanal de un salón sin amueblar, con toda
la luz dorada del sol naciente cegándonos.
No era un psicólogo al uso. Una
lección suya contenía un tercio del discurso de cualquier otro ponente porque
elegía las palabras de forma germánica y administraba los silencios entre las
partes como si se tratara de un sorbete
de limón entre el pescado y la carne. Algunos lo consideraban “un pesado”, pero
yo envidiaba su habilidad para dar con el término científico, único, y dejar el
concepto impecablemente expuesto. Cada vez que tengo que hablar en público (asunto que siempre me inquieta), lo invoco y me ayuda el recuerdo de aquellas
conferencias. Las escalas para el estudio del comportamiento infantil y los
estudios sobre el análisis transaccional han dejado publicaciones que no se
quedan en la teoría: ahí están sus quince títulos de carácter práctico en el
catálogo de CEPE, entre otros muchos.
http://www.editorialcepe.es/search.php?orderby=position&orderway=desc&search_query=secadas&submit_search
Era un gran científico, un excelente
psicólogo de los que no salen en televisión, seguramente porque estaba fuera de
ritmo. Y era un buen amigo de cualquiera que se acercara a él. Descanse en paz.
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