Les presento a Gonzalo de Ayora / 2
Debe de estarme afectando la boda de la duquesa, porque no consigo, por más que lo procuro, ponerme serio para escribir la crónica de la presentación del libro de Gonzalo de Ayora que he editado. Lo siento, de verdad, pero estos ataques de marujeo poco solemne cada vez me sobrevienen más.
Tres cuartos de entrada. El audiovisual que ha preparado Mayda Anias suena muy bien, hasta que comienza a entrar el público en la sala y se queda en visual, porque no se oye la ensalada de Mateo Flecha el Viejo que acompaña a las imágenes. Anias (Caldeandrín) abre el acto in medias res leyendo en español caribeño el elogio de la ciudad de Ávila que Ayora escribió en su epílogo. Como casi me lo sé de memoria, me distraigo pensando que, de haberlo recitado el propio Ayora, cordobés, su fonética y su música no habrían estado muy lejos de lo que oímos esta tarde. Mi amigo, el historiador Paco Vázquez, preside la mesa y habla elogiosamente del libro. ¡Dios mío!, pienso, va a pisarme la intervención, pero no ocurre. Incluso nos permitimos recordar cuando jugábamos al fútbol en el equipo del Insti, en una vida anterior; y yo, en correspondencia, anuncio que acaba de tener dos nietos. Paso lista y veo entre el público a amigos historiadores, amigos de los otros, compañeros de la política, lectores (también historiadoras, amigas y compañeras, que se me olvidaba lo del -os, -as). Expongo en mi intervención cuatro notas sobre Ayora que me parecen relevantes y... ¡queda inaugurado este pantano!
Ahora en serio. Gracias a Paco Vázquez por su respuesta a mi demanda. Gracias a la editora, Mayda Anias, por el exquisito cuidado que ha puesto en la edición y en la presentación. A los amigos que acudieron a la cita. A los medios de comunicación que han cubierto la noticia antes y después. A los lectores. Gracias al director de la Biblioteca del Corralón (ningún sitio mejor para presentar un libro que una biblioteca). Gracias a cuantos me han escrito o me han llamado explicando por qué no podían asistir.
Capitán Gonzalo de Ayora, desterrado como tantos de esta patria, mi querido fantasma, ya ves que he hecho cuanto estaba en mi mano, como exigías y prometí. Si conociera en qué lugar de Portugal te enterraron, te llevaría unas flores. Procuraré enterarme.
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