El otro volumen de mi biblioteca personal era un pequeño diccionario enciclopédico de casi mil cuatrocientas páginas, editado por Calleja y que también había pasado por el taller del ecuadernador Nicolás: octavo mayor, holandesa con puntas hoy perdidas, gofrados en lomo y tejuelo con cartela dorada. Un tesorillo. Lo tengo delante ahora, mientras escribo, y descubro que puede seguir siendo un fiel compañero. Ya no cumple el papel que le asigné entonces, cuando me sirvió para disimular soledades, pero ahora me valgo de él para desencadenar la memoria secuestrada. Allí venía desde el ‘ascensor hidráulico’ hasta ‘Zuinglio’, sacerdote escritor y heresiarca suizo (1484-1531), como enseña la entrada: todo lo que no dábamos en las clases venía en el Calleja. En una de sus láminas en color aprendí a diferenciar entre diez clases de toros de lidia según la pinta y la encornadura.
Y en otra titulada Geografía Física, viene un paisaje lleno de accidentes que todavía hoy me traiciona en los ejercicios de relajación, “ahora relájese e introdúzcase en el paisaje”, porque yo siempre acabo entre el 57, que son los cerros y el 66, que es el volcán; así que casi nunca entonces conseguía la “composición de lugar” ni ahora relajarme. Eso me pasa por no quedarme en el 8, que es la cala. Pero lo más llamativo y también lo más prohibido del Calleja era cuanta materia se refería a la Mitología y sus derivaciones artísticas: dioses y héroes que velaban sus vergüenzas detrás de tapacojones de acanto o de parra, Venus y Adonis de los maestros venecianos y flamencos que exhibían con descaro las vaguadas del pubis. No había yo reparado en el grave peligro que podía acarrear el Calleja hasta que alguien de más arriba, no recuerdo quién, me lo hizo notar, “deberías retirar de la circulación el diccionario”, porque la verdad es que circulaba de mano en mano continuamente, “a no ser que…”. El a no ser que consistía en que el futuro papa debía censurar láminas y viñetas como un
bragetone; así que me apliqué en el oficio de censor pegando sobre aquel Olimpo alfabético apósitos cortados a medida con la materia prima que proporcionaban las tiras de papel trepado de los sellos. Era algo parecido a lo que hacía la hermana con las mariquitas, vistiendo el recortable de novia o de enfermera de Auxilio Social, aunque con diferencias, porque lo mío no era un juego, sino la labor de un sastre postridentino. Muchos años después me propuse restaurar la imagen limpia y original de aquellos coritos y, cuando lo pensé mejor, desistí. El Calleja estaba mejor así, como ahora lo contemplo, con su rastro de censuras ingenuas y caseras.
1 comentarios:
No tiene nada que ver con esto que has escrito, pero creo que te gustaría "Aparecerá un oscuro hombre alto" (título traducido menos fielmente en las salas de cine españolas), la última película de Woody Allen, que se puede ver en Ávila en estos días, aunque doblada, claro.
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