El Evangelio de San Juan y la Huelga General
Madrid, 28 de septiembre, víspera de la huelga, siete y media de la tarde. A la entrada de la Biblioteca Nacional, coches oficiales con sus chóferes y escoltas anuncian presentación de libro y canapés. No puedo quedarme, una lástima, porque el libro puede defraudarle a uno, pero el canapé a esa hora, nunca. Diez metros más allá, la CNT la tiene montada con pancartas y octavillas porque han debido de echar a una trabajadora, una tal Marta, seguramente una protestona -como si lo viera que es eso lo que dice de ella la directora- una roja, vaya. Debo irme si queremos llegar a tiempo al María Guerrero para ver a Rafael Álvarez "El Brujo". La Flaca necesita un café y yo también. En El Gijón nos clavan catorce euros por dos cafés y seis pastas chiclosas, (¡ay, Umbral, esto ya no es lo de aquella noche que tú llegaste). El María Guerrero sigue siendo igual de decadente y hermoso que hace medio siglo, cuando íbamos a ver a Ionesco y a Beckett aprovechando algún despiste de la censura. El Brujo despliega sus artes juglarescas del yo me lo guiso y yo me lo como en este espectáculo que cierra trilogía: El Evangelio de San Juan, del cual es director, autor, escenógrafo e intérprete. Música, magnífica, en directo. Dos horas de predicación heteredoxa del evangelio de la luz, en clave de cartel naif o estampita chola . Cuanto más sabe el espectador del texto de San Juan, mejor, más lo disfruta. El ejercicio dramático de El Brujo es mucho más que un monólogo, porque de sus manos, de los gestos, de sus cambios de ritmo y los registros de voz envidiable brota el espectáculo del Bautista en el Jordán, la tarde de bodas en Caná o la Samaritana dando de beber al Hijo del Hombre. Risas, complicidad del lector-espectador laico o que ha decidido serlo por dos horas. Ni una irreverencia, aunque no sé yo cómo lo verían algunos de mi ciudad que se me vienen a la cabeza.
Todo es perfecto esta noche de otoño. A la salida, nos vamos a tomar algo a la taberna Almirante, donde antiguamente los estudiantes sacábamos las entradas reservadas a la claque. Hoy es un lugar de tapeo postceremonial, con las mejores croquetas de marisco, y mesas entre las que puedes elegir a tu gusto sin que un mesero miserable pretenda estabularte. Cuando salimos, ya es 29 de septiembre, el día de la Huelga.
Al llegar a Ávila, compruebo que la ciudad va a ser hoy el bastión de la protesta. En ningún escaparate falta el anuncio de que no se va a abrir, de que la adhesión a la huelga es incondicional. Por la mañana es otra cosa. No sé si la risa floja reprimida procede de lo que le he oido al juglar anoche o de ver el cabreo de los comerciantes arrancando las pegatinas. Por la tarde, la sorpresa: la mani convovada por los sindicatos recorre las calles del centro y suma más manifestantes que penitentes hay en las procesiones, todas juntas, de la Semana Santa. Es un soplo de esperanza: no todo está dormido en esta ciudad.
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