domingo, 4 de diciembre de 2011

Vivíamos en un palacio. 17 / Que por mayo era, por mayo

Una mañana ya fue primavera. Los lirios estallaron en el jardín de la entrada y el antiguo salón del palacio, convertido en capilla, se llenó de azucenas que impregnaban el aire con aromas de estampita. Había dejado de hacer frío, por fin, y el sol nos acompañaba desde casi el momento de levantarnos. Hasta daban ganas de estudiar aunque, ahora que lo pienso, tal vez se debiera a la proximidad de los exámenes. Era la luz prometedora de días más largos y sobre todo, de las vacaciones que ya esperábamos ansiosamente.
La primavera desembocaba en el esplendor de mayo, puro verano en Arenas. Los pinares eran un concierto ensordecedor de cigarras durante las tardes de paseo. Nos empeñábamos en cazar algún ejemplar para hacerle la autopsia en busca del chirrido, pero nunca tuvimos ninguna víctima a nuestro alcance. Las chorreras de agua limpísima bajaban de la sierras arrastrando cantos rodados y nosotros poníamos a navegar río abajo escuadras de bajeles construidos con la roña de los pinos, un palo afilado a navaja por mástil y, de vela, el trozo de una pañuelo zurcido. Habíamos pasado en los juegos del ciclo de bichos y misioneros, que eran especialidades de invierno, al de los deportes acuáticos: botar barcos, tirar piedras al río rodando pinar abajo y mojarnos los pies, que era lo único que nos estaba permitido mojar en aquella naturaleza de helechos que se nos antojaba salvaje.

Mayo era el mes de las flores, Venid y vamos todos / con flores a María…, un ejercicio piadoso que consistía en plática, rezos y cantos por las tardes, más una especie de rifa a lo divino que explicaré. Un cestillo que había instalado a la entrada de la capilla contenía papeletas diminutas en las que se habían escrito ofrendas de obligado cumplimiento para quien voluntariamente metiera la mano allí en busca del sacrificio. Probabas, extraías tu filacteria y leías Reza tres avemarías y una salve, entrabas en la capilla, despachabas el encargo y en paz; pero también podía ocurrir que fuera Durante el próximo recreo deberás rezar el rosario en la capilla; o bien Examina si has molestado a algún compañero y pídele perdón. Entonces aquellos “sacrificios”, como los llamábamos, empezaban a no tener gracia. Meter la mano en el cestillo era una acción voluntaria, podíamos “sacrificarnos” o no, pero el caso es que íbamos en busca de la picadura, sobre todo los pequeños, como una forma buscar en lo desconocido, con la curiosidad de descubrir qué nos salía, a sabiendas de que, en el caso de que la filacteria no fuera de nuestro agrado, siempre podíamos devolverla y coger otra. Algo nos gritaba en la conciencia Eso no vale, pero menos valía dejarle a uno sin recreo en medio del esplendor de mayo, cuando hace la calor, / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor…, como leía en mi antología de Rosas sin espinas, ¡ay, aquel prisionero del romance!, tan emocionante, tan mío.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Los lirios estallaron en el jardín de la entrada y el antiguo salón del palacio, convertido en capilla,...."
Espléndido relato que reaviva experiencias que tambien fueron mías.Desde el curso 54-55 hasta el 58-59.
Gracias a La Llanura por darlo a conocer.
Ángel Ramón

Carlos dijo...

Yo estuve allí

Carlos dijo...

y en las ventanas de la clase maduran los limoneros

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