Yo era humano y tú pasabas de largo
Lesmes Andueza conversa con su nieta, sabes, abuelo, te he echado
mucho de menos, yo a ti también, nieta. La mira investigando si se trata de una
frase de compromiso y comprueba que no, que le sale del corazón, lo sabe por la
mirada directa que acompaña al gesto de entrega. La nieta no ha cumplido aún
los cinco años y ya lee los cuentos que Lesmes le lleva. Abuelo, vamos a jugar,
yo era un gato y tu eras humano. Este pretérito que Lesmes –pura deformación
profesional y pelín pedante− denomina “imperfecto lúdico” le obliga a
retroceder a su infancia, cuando jugaba a guardias y ladrones con los amigos
por la plazuela de La Fruta y Pedro Lagasca, nosotros éramos del FBI
(pronúnciese ‘febeí’) y vosotros erais los malos (entonces no se sabía nada de
las tropelías de la agencia). Y ahí está la nieta lanzando maulliditos,
moviendo los bigotes y relamiéndose después de haberse zampado una sardina que
tiene forma de galleta, o una galleta que parece una sardina porque Lesmes ya
no distingue bien entre nieta y gato. Lesmes explora hasta dónde llegan las
fronteras del juego, mira, gato, ha entrado el perro y pregunta si puede
subirse al sofá, sí, sí, que se suba, consiente la nieta-gato, pero que se esté
quieto, él no juega. Esta exclusión tranquiliza a Lesmes, que no tendrá que incluir
en la historia un actante más, ya bastante tiene con los cuatro, sí cuatro,
abuelo, humano, nieta y gato.
Lesmes Andueza sigue jugando al yo era tal y tú eras cual para ahuyentar
el mal pensamiento del tiempo que se le escapa dejándole las manos con frío de otoño.
Pasados unos días, con noviembre llamando a las puertas y el Mercado Chico
repleto de flores cortadas, Lesmes juega con sus obsesiones, yo era humano y tú
pasabas de largo.
1 comentarios:
No hay nada como estos juegos en los que cada uno se mete en su papel y a veces no quisiera salir... Nunca.
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