Todo lo que era sólido
Necesitaba
descansar del aturdimiento que me había producido leer y escuchar noticias y
comentarios durante meses sobre este revoltijo de truhanerías que los medios
llaman política nacional. Así que me me he pasado este verano, por lo menos
hasta octubre, a la clásica de Radio Clásica y los discos propios. A la vez me he
propuesto no leer literatura durante algunos meses como dieta necesaria antes
de ponerme en serio con la escritura de un par de libros que llevan años con
las cincuenta primeras páginas en sendos cuadernos esperando mejor ocasión.
Llega a mis manos un libro inesperado. Leo:
«Las
únicas carreras administrativas que se han hecho en España a lo largo de los
últimos treinta años son las de los mediocres arrimados a los partidos que han
llegado a ocupar los puestos más altos sin poseer ningún mérito, sin saber
nada, sin adquirir a lo largo del tiempo otra habilidad que la de simular que
hacen algo o que han aprendido algo. No hay lugar de la administración cultural
o de la política o la vida económica que no hayan escalado. Nadie puede
calcular el número o el costo total de los puestos que se fueron creando para
no cubrir ninguna necesidad racional prevista de antemano sino para dar
colocación a parientes más o menos cercanos o pagar favores políticos. Ahora
mismo nos hundimos bajo el peso muerto y combinado de su innumerable
incompetencia». (Antonio Muñoz Molina: Todo
lo que era sólido, Seix Barral, 2013, pág. 52)
Recomiendo
la lectura, si se prefiere con un lápiz a mano para ir anotando en los márgenes
nombres propios que el autor ha querido evitar, pero que al lector le vienen a
la punta de la lengua según va abriéndose paso por la selva de tropelías que
allí se analizan. Deberían leerlo cuantos se ocupan de la res publica
y viven de ella: presidentes, ministros y consejeros, altos cargos, alcaldes y
concejales, funcionarios de carrera y de los otros y empleados públicos,
sindicalistas, periodistas arrimados y tertulianos, nacionalistas de todos los
pelajes; y cuantos viven, y cómo, a su alrededor. Lo más probable es que
piensen que eso no va con ellos, ¡qué barbaridad!, pero algo se les quedará. El
análisis de Muñoz Molina me reconcilia
con la idea que había ido desvaneciéndose sobre el papel que los intelectuales
deben jugar en las crisis históricas.
Más
adelante: «Si hay otros países el doble de ricos y con el doble de población
que nosotros que tienen la mitad de ayuntamientos nos hará falta prestar
atención y poner remedio a lo que parece un despropósito. Si existen las
comunidades autónomas es muy probable que no hagan falta las diputaciones
provinciales. Si se llegó a un acuerdo de urgencia para reformar la Constitución
incluyendo en ella el límite en el déficit público no debería ser difícil
acordar con la misma rapidez la supresión del Senado». (Pág. 222)
Esto
lo dice alguien con menos ‘nombre’ y lo corren a gorrazos, eres un demagogo,
solo pretendes llamar la atención, siempre buscando el voto para ti y los tuyos
a costa de lo que sea, un mal patriota. Por eso lo traigo hoy a mi blog: porque
si se tratara de un manifiesto habría firmado cada uno de los ciento y pico
capitulillos. Se lee en tres o cuatro horas. Si se decide a hacerlo es probable
que desde el próximo curso comience a interesarse por la política de verdad y
abandone la política de corrala en la que están empeñados en que participemos.
¿Y
que hace este, se dirán, promocionando aquí uno de los 6.500 títulos del Grupo
Planeta cuando su editorial acaba de publicar el quinto libro en cuatro años?, seguro que anda buscando
algún premio Planeta o que Lara le compre el sello. Pues sí, han acertado…
pero no dejen de leer el libro de Muñoz Molina.
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