viernes, 12 de marzo de 2010

Miguel Delibes: Ars moriendi


Con la emoción del discípulo que ha perdido a su maestro, repaso mi relación con Delibes en los últimos sesenta años: el descubrimiento de lo literario en La sombra del ciprés es alargada, devorada a los trece años en la casa familiar de Caballeros, mientras contemplaba desde el balcón "los mismos monigotes de la hornacina de los Dávila que veían Pedro y Alfredo desde su ventana"; el gozo de los Diarios, con aquel lenguaje castellano que exigía diccionario; el comentario a los estudiantes de Cinco horas con Mario, alguno de cuyos pasajes me sé de memoria, "... este es el castellano coloquial y familiar de Valladolid en los años 50 y 60 -hacía que advirtieran-, es como si hubiéramos efectuado una cata en el terreno para descubrir un estrato, una sincronía concreta, Carmen Sotillo habla como hablaba mi madre cuando estaba enfurruñada"; la lección deslumbrante de El hereje, cerrando voluntariamente con aquella historia sigloaurista su carrera literaria; la edición de su relato La conferencia, que preparé para Castalia Prima; el artículo que me encargaron para El Cobaya (2008), "Muertes en la narrativa de Miguel Delibes".
El arranque de aquel artículo tiene esta mañana un significado añadido: "Miguel Delibes -escribía allí-, que a estas alturas de su vida se ha sentado a esperar, nos ha ido enseñando a los lectores que la muerte es algo cotidiano con lo que convivimos casi siempre a regañadientes, pero de lo que no podemos escondernos".
El ars moriendi de Delibes consiste en irse esta mañana de invierno, en la que la cellisca pone un blanco de sudario en la hornacina de los Dávila, sin haber ambicionado nada y habiéndolo conseguido todo; lo más importante, la admiración y el cariño de quienes aprendimos un día a escribir historias al dictado de las suyas.

2 comentarios:

Mayda Anias dijo...

He llegado a la obra de Delibes mucho después. Pero he llegado. Escribir unas palabras el día de su muerte me deja la tranquilidad de haber asistido a su funeral.

A. Elisa Lattke Valencia dijo...

¿Se puede pasar querido amigo?
¡Un cordial saludo!
Por fin he hallado a una persona muy querida por estos caminos virtuales. Gracias al amigo Luis Toledo Sande que te nombraba.
Para mí los blogs son como una madeja interminable, un enredajo donde es necesario asir bien el cabo de la misma para no perder el ovillo, pues si nos descuidamos podemos perder hasta los pensamientos.
Estoy encantada. Es un placer llegar aquí y detenerme de vez en cuando en una amena lectura, como el comentario que has dejado sobre un auténtico hombre de Letras (rip).

Un abrazo de una Ranita azul.

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