Vivíamos en un palacio 3 / Pretéritos y supinos
El examen de ingreso en el Bachillerato no había sido tan difícil como había profetizado con alarma don Gaudencio: el análisis morfológico, un dictado y unas cuentas bien resueltas nos habilitaban para comenzar Primero en el Instituto de Vallespín. El tribunal debió pasar por alto, para no suspendernos a todos, que en el dictado escribiéramos "don Oso cortés", donde nos habían propuesto "Donoso Cortés", familiarizados, como estábamos, con cuentos en los que los animales gozaban de tratamiento y virtudes. ¿Cómo íbamos a creer que alguien podía llamarse Donoso, si ya nos parecía exagerado que hubiera un Onésimo y encima Redondo de apellido?
Cuando comenzamos el curso en el palacio, pronto descubrí que aquel ingreso de junio había sido para otra cosa, que allí no se ponía el mismo interés en aprender los ríos o los reyes godos y que pi erre al cuadrado no servía para lo mismo que pi dos erre, como de saberse las declinaciones y conjugaciones latinas, la lista de los pretéritos y supinos, más un vocabulario creciente al que nunca le veíamos el final. Me entusiasmé con los pretéritos y supinos, aquella lista mágica que daba origen a tantas palabras distintas.
Sentí el terror de quien se ve acusado sin saber de qué. Emiliano, que era de La Moraña, mientras recorríamos los pasillos no soltaba prenda. Por fin, llegamos a la puerta de un aula en la que entramos sin llamar. Hubo un murmullo entre los mayores al ver al inocente entrando en el templo.
Se hizo un silencio en el que me pareció que todos estaban esperando a que el reo pronunciara blasfemia para desgarrarse los guardapolvos.
-Labor, laberis, labi, lapsus sum -recitó Jesús de corrido.
Se oyeron murmullos de admiración, interrumpidos por un sermonazo de don Alejandro a fariseos y saduceos.
-Ya puedes marcharte, Arribas.
Volví a recorrer, esta vez sin esbirro, aquellas galerías de techos altísimos, como un infante abandonado, hasta mi clase.
-¿Qué tal ha ido, Arribas? -se interesó el profesor.
-Muy bien, don Bernardino.
Me sentí a salvo. Se me habían pasado las ganas. Los otros, que no entendían qué era lo que había estado tan bien, me miraban con asombro. Adiviné que cada uno estaba inventándose una historia, a cual más morbosa, y me sentí importante. Así que decidí tenerlos intrigados hasta el paseo del domingo.
2 comentarios:
Gracias por estos pequeños relatos escritos tan maravillosamente;
Admirable. Enhorabuena.
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