¡Adiós, mundo cruel!
Lesmes Andueza cometió el error de entrar en una red social. Él, que lo más social que había visitado en su vida era el salón de La Cacharrería del Ateneo, donde alternan los ronquidos de la siesta con las tertulias sobre Teosofía y el porvenir de la tercera República. Le había llegado la invitación golosa de una antigua amiga, que vaya usted a saber cómo lo había encontrado, "Cuca Mona quiere ser tu amiga, etc..." y claro, lo pilló en momento bajo, como siempre, y le dió al intro y fue como entrar en un universo de gentes que lo querían, lo invitaban a ser su amigo, le enviaban fotos, en fin, un agobio. Cuando Cuca Mona colgó una imagen suya en Ibiza amachambrada con un maromo mucho más joven que ella, sintió que la galería de retratos que cuelga del pasillo de La Cacharrería se convertía en un coro de risas ofensivas. Después fue lo de aquel alumno suyo, al que había suspendido dos años seguidos porque no era capaz de distinguir entre Sócrates y Kant, el que lo localizó para zaherirlo (Lesmes siempre prefiere las palabras intensas) con puñaladitas que solo apreciaba él, pero, ¡qué dolorosas! Y el colmo, cuando le llegó la invitación de un grupo de viejos, pero muy viejos amigos, de la carrera para asistir a un funeral por los ya fallecidos.
Lesmes Andueza se levantó la mañana del 13 de agosto, después de una noche de pesadilla en la que se le había aparecido la humanidad entera pidiendóle "quiero ser tu amigo", con un propósito claro: suicidarse, desaparecer, hacerse invisible, volver al limbo de paz donde ya nadie le llamara de tú, le metiera en círculos de espiritismo y heráldica, le enviara recetas del pastel de cabracho, le propusiera viajar en grupo...
Así que entró en FACEBOZ, como él llamaba a la red aquella, buscó los vericuetos del borrado, escribió como tres veces las palabras mágicas esas que se ponen en tipografía temblona y blanda para confirmar las últimas voluntades, se asomó al precipicio oscuro del mundo real, en el que nadie le saluda a uno si no es "un conocimiento" y se arrojó al vacío aliviado.
Ahora Lesmes Andueza se siente libre. Tan libre, que ha prometido no volver a mirar los retratos de la galería del Ateneo. No lo busquen en las redes. Ya no está.
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