Vuelvo a Granada
No había estado en Granada desde hace más de treinta años, cuando cursaba el doctorado en Málaga. Volvía con el recuerdo sublimado de aquellos días y la esperanza de encontrar la ciudad como entonces la descubrí, desperezándose de la larga siesta que la había convertido durante décadas en símbolo y rutina de "la indisoluble unidad de España": Granada por los Reyes Católicos, Tanto monta monta tanto, Yo le arrancaré a esta Granada los granos uno a uno, Llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre y todos los demás tópicos al uso aprendidos en la Enciclopedia Álvarez. Me he traído la impresión de que el despertar de aquella siesta imperial no ha sido el más deseable, por lo menos en lo que se refiere al visitante de la ciudad. El centro histórico de la antigua capital nazarí es un muestrario de cómo se puede embadurnar con pintadas cualquier superficie sin arte ni gracia alguna. Los restaurantes de menú compiten por servir gazpacho de cartón -¡en Andalucía, oiga!- y una fritura que oyes vocear indecorosamente al camarero, ¡marchando una fritura de menú!, lo que te hace entender que la buena es la otra. Mientras almuerzas, un mendigo te pone en la mesa un mecherito con un papel mugriento que recoge minutos más tarde, una anciana desaliñada abre su mano sobre el mantel para que pongas en ella una moneda, la gitana se empeña en regalarte la ramita de romero y leerte la mano, el acordeonista coloca su instrumento a medio metro escaso de tu oído para implantarte en él la versión balcánica de un tango. En la Capilla Real de la Catedral, que cobra la entrada por libre, es decir, una para el templo y otra para la Capilla, después de apoquinar te piden ¡diez céntimos más! por un díptico que explica de mala manera el monumento. Te acercas a los sepulcros de Los Reyes Católicos y de Juana y Felipe y a nadie del Cabildo o del Patronato o de lo que sea se le ha ocurrido que hay procedimientos para dejar contemplar lo que no puede verse desde abajo: un estrado, unos espejos, en fin, algo.
1 comentarios:
El cronista algo cascarrabias, como debe ser todo viajero sin riñonera, camiseta de tirantes, chanclas y gafas-diadema, ha estado sembrado. Me quedo con esta guasa: "...implantarte en el oído una versión balcánica del tango".
J.
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