Mujer en el mirador
Es una mujer educada de mediana edad, profesional y madre de familia. Ha restaurado la casa familiar con ayuda del ARI para convertir un piso de más de cien años en refugio de paz y descanso. Lo ocupa los fines de semana y durante las vacaciones con su familia y a veces con viejos amigos de la universidad. Es su cuartel de invierno, ha puesto en la casa el deseo oculto de volver a residir en Ávila algún día, cuando le llegue el tiempo de contemplar con alegría, desde el mirador, las hojas del otoño echando carreras por las calles y cómo el sol radiante de las tardes de invierno convierte en oro las fachadas. Pero desde hace tiempo ha empezado a dudar de su proyecto, porque ha entrado en confrontación con otro proyecto de bulla que parece imponerse frente al suyo.
Al lado de su casa, un pequeño empresario abrió hace años una discoteca o club o chiringuito o tugurio (busque cada cual la mejor calificación) que abre los fines de semana a eso de las doce de la noche. El pequeño empresario pone el equipo de música a cien para cebar la buchaca a base de hacer temblar los muros y paredes de las casas vecinas. No se puede decir que sea un vecino molesto porque, por supuesto, él no vive allí. El pequeño empresario acude a abrir su negocio por las noches para reventarles los oídos y los nervios a los demás. Su joven clientela, la que me da de comer oiga, se desparrama en la calle cuando llega la hora del cierre, yo en la calle no mando cuando cierro ya no son mis clientes. A las ocho o las nueve pasa el ovni limpiando y aquí no ha pasado nada. La poli municipal lo sabe, pero no se puede ir contra la pequeña empresa, que son dos o tres puestos de trabajo oiga aunque sean temporales y una licencia que contribuye a reducir las deudas del Ayuntamiento y a pagar a los funcionarios o sea a este y a mí compréndalo mujer sea solidaria que corren malos tiempos además nosotros solo somos unos mandados y la pequeña y mediana empresa sobre todo la hostelería es de vital importancia para nuestra economía en fin por qué no se marcha a dormir a otra parte los fines de semana como hace su vecina. La mujer del proyecto dorado acaba asintiendo, no si ya, ya. Y la poli municipal sigue con el patrulleo-oenegé, buscando adolescentes y adolescentas en estado etílico para entregárselos a sus papis de madrugada a domicilio, oiga esta niña es suya dónde se la dejo.
La clientela del tugurio está compuesta sobre todo por… cómo decirlo sin ofender: ¿hispanos, emigrantes, caribeños, sudacas?... no, sudacas no (esa broma solo pueden permitírsela algunos de la radio, bendecidos por los índices de audiencia), de p’allá, como dice uno de Pradosegar. Son ruidosos y bullangueros, como los chicos del Dioce, del Insti y de la Católica que hacen botellón en San Antonio vigilados por los estorninos, no más caóticos aunque puedan presumir de más ritmillo. El caso es que hacen lo que les dejan hacer el pequeño empresario, los guardias, los del Ayuntaminto y la madre que los parió a todos, piensa la mujer educada, aunque solo lo piensa y no lo dice, no vaya a ser que la incluyan en la lista ignominiosa de racixenofachas: el nuevo contubernio.
¿Qué dónde queda eso que dice usted?: ahí donde la foto, un poco más arriba del piso que les han puesto a los de la giovinezza del concejal Cánovas, mismo donde estaba la bodega a donde acudíamos con la garrafilla, de parte de mi padre que me la llene, tinto o blanco, tinto, dulce seco o embocado, embocado, adiós, adios majo. Mi recuerdo cariñoso para el bodeguero Antonio Vegue, que también era pequeño empresario y no le jodía las noches a nadie.
Al lado de su casa, un pequeño empresario abrió hace años una discoteca o club o chiringuito o tugurio (busque cada cual la mejor calificación) que abre los fines de semana a eso de las doce de la noche. El pequeño empresario pone el equipo de música a cien para cebar la buchaca a base de hacer temblar los muros y paredes de las casas vecinas. No se puede decir que sea un vecino molesto porque, por supuesto, él no vive allí. El pequeño empresario acude a abrir su negocio por las noches para reventarles los oídos y los nervios a los demás. Su joven clientela, la que me da de comer oiga, se desparrama en la calle cuando llega la hora del cierre, yo en la calle no mando cuando cierro ya no son mis clientes. A las ocho o las nueve pasa el ovni limpiando y aquí no ha pasado nada. La poli municipal lo sabe, pero no se puede ir contra la pequeña empresa, que son dos o tres puestos de trabajo oiga aunque sean temporales y una licencia que contribuye a reducir las deudas del Ayuntamiento y a pagar a los funcionarios o sea a este y a mí compréndalo mujer sea solidaria que corren malos tiempos además nosotros solo somos unos mandados y la pequeña y mediana empresa sobre todo la hostelería es de vital importancia para nuestra economía en fin por qué no se marcha a dormir a otra parte los fines de semana como hace su vecina. La mujer del proyecto dorado acaba asintiendo, no si ya, ya. Y la poli municipal sigue con el patrulleo-oenegé, buscando adolescentes y adolescentas en estado etílico para entregárselos a sus papis de madrugada a domicilio, oiga esta niña es suya dónde se la dejo.
La clientela del tugurio está compuesta sobre todo por… cómo decirlo sin ofender: ¿hispanos, emigrantes, caribeños, sudacas?... no, sudacas no (esa broma solo pueden permitírsela algunos de la radio, bendecidos por los índices de audiencia), de p’allá, como dice uno de Pradosegar. Son ruidosos y bullangueros, como los chicos del Dioce, del Insti y de la Católica que hacen botellón en San Antonio vigilados por los estorninos, no más caóticos aunque puedan presumir de más ritmillo. El caso es que hacen lo que les dejan hacer el pequeño empresario, los guardias, los del Ayuntaminto y la madre que los parió a todos, piensa la mujer educada, aunque solo lo piensa y no lo dice, no vaya a ser que la incluyan en la lista ignominiosa de racixenofachas: el nuevo contubernio.
¿Qué dónde queda eso que dice usted?: ahí donde la foto, un poco más arriba del piso que les han puesto a los de la giovinezza del concejal Cánovas, mismo donde estaba la bodega a donde acudíamos con la garrafilla, de parte de mi padre que me la llene, tinto o blanco, tinto, dulce seco o embocado, embocado, adiós, adios majo. Mi recuerdo cariñoso para el bodeguero Antonio Vegue, que también era pequeño empresario y no le jodía las noches a nadie.
2 comentarios:
hola, me ha gustado muchos el articulo y las ideas que hay en el. Me gustaría invitaros a que conocierais, “Aprendo Gratis”, una plataforma de formación online que ofrece cursos variados y gratuitos. Internet, nuevas tecnologías, audiovisual son algunas de las temáticas que podréis encontrar.
Os dejo el enlace para que echéis un vistazo:
http://aprendogratis.nortecastilla.es/
Un saludo
Esto de consentir siempre acaba mal; lo mismo da la salida los viernes hasta las tres, o las cuatro, qué sé yo, que hacerse el sueco con los ruidos de la calle, a fin de cuentas es solo la salida (nunca los que ponen orden viven en la misma calle del desorden, eso está clarísimo). Pero, ¿es que la vecina educada, el abogado que no vive en esa calle, pero también está harto más allá, cerca del Chico no pagan sus impuestos, no contribuyen a pagar los sueldos del Ayuntamiento? ¿ES que el dinero de los escandalosos vale más que el de los ciudadanos insomnes del barrio? ¿Ser educados, buenos vecinos, gente normal y corriente que no llama la atención es ya un estigma? ¿Es que siempre hay que darse por vencidos frente a la autoridad?
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