martes, 8 de febrero de 2011

Teoría de Pradosegar / 2. Buenos amigos

Se llama Antonio y tiene 83 años. Es hijo del tío Esteban, "El Sacristán", que se inventó de oídas un gregoriano recio y rural con el que llenaba el ámbito de la iglesia cada domingo. Su hijo ha heredado muchos registros y matices de la voz del padre, sobre todo la potencia. Tenemos pendiente una grabación de canciones antiguas que no puede pasar de esta primavera. Cuando está en el pueblo, Antonio es el campanero. Por una escalera de caracol que a mí me dejó inútil para una semana cuando subí el pasado verano, asciende como si nada para tocar a difunto, avisar de que ya ha llegado el señor cura o recordar que esta tarde hay reunión.

Como ha sido forestal por Cuelgamuros y otros bosques, sabe más que nadie de especies, de suelos, de hierbas. Pasear con él por el campo es una lección permanente y sencilla de geografía e historia local, de microtoponimia y antropología de andar por casa. Aborrece el caciqueo cerril y supo plantarle cara -no fue el único- a aquel alcalde cuatrero que había confundido el pueblo con su cortijo. Junto a su casa de la calle de la Igesia, cuida un huerto umbroso con tapiales lamidos por las aguas frescas del arroyo de Los Tejos, que baja purísimo de Serrota.
-Es el arroyo de Los Tejos -dice- y no cuenta con un solo ejemplar en su ribera. Así que me dio por plantar algunos aquí, en mi huerto, para no dejarle por mentiroso.
En verano, al caer la tarde, se le puede ver llegar de la huerta que cultiva por el camino de Muñotello con una cesta en la que acelgas y calabacines le hacen la corte a un ramo de gladiolos.
En los últimos años, Antonio ha regresado a las aulas, de las que se ausentó -creía él que para siempre- cuando tenía catorce años. Ha cursado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid un programa de tres años de Humanidades que ha enriquecido aún más su discurso. Lee incansablemente, escribe versos de los que se entienden y puede exhibir, si hay confianza, una memoria histórica inquietante sobre la guerra civil y la primera posguerra. Cuando alguna vez hemos planeado una excursión, nos ha gustado hacer de viejecitos jubilados que gozan de permiso de un día, para que la chica que explica el castro se sienta en su salsa, nos tome por medio sordos y nos explique en voz bien alta en qué consiste lo de los tres recintos y el campo de piedras hincadas, nosotros muy respetuosos y con la boca ligeramente abierta, en actitud receptora.
A veces pienso: Antonio ha vuelto a clase después de setenta años. ¿Qué tendría que hacer yo, que nunca he salido de las aulas? Y me dan ganas de recorrer el camino inverso, abrir la casa del pueblo y quedarme en aquel paisaje amado aprendiendo todo lo que no sé. Pero no lo haré: me falta el empuje que a él le sobra.

3 comentarios:

Clotilde dijo...

La lectura de tu blog ha sido como un oasis en medio de este mundo que nos rodea y agobia. ¡Qué de valores puede encerrar una persona que pasaría inadvertida ante los muchos personajillos que aparecen continuamente en los distintos medios de comunicación! ¡Cuánto conocimiento atesorado! Disfrútalo.

Duna dijo...

Tu entrada es un paseo lento y tranquilo por los días de tu vida. Días , que con sus anécdotas, y sus personajes, han ido forjando tu historia.
Un placer leerte, y seguir tu blog, como poeta, y arenense que soy.
Un beso

La Flaca dijo...

Todos necesitamos de esa geografía que nos "aísla" de tanto pepé y tanto pesoe; de tantos dimes y diretes, de tanta guerra por hacerse con más aquí y allá, y hasta de tanta champions y tanta copa. Espero impaciente más Teoría de Pradosegar.
Y enhorabuena por este post.

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