lunes, 30 de enero de 2012

Teoría de Pradosegar 5 / El Navarejo en Invierno

En enero hay que quemar las hojas. En días soleados como hoy, los robles todavía se resisten a desnudarse. No perderán la hoja hasta que Primavera lo exija, ¿es que pensáis quedaros con lo viejo?, venga, perezosos, que aquí traigo brotes nuevos. Sin embargo, el nogal va con la estación y ya en noviembre ha dejado el prado cubierto de una alfombra perfumada, debajo de la cual siempre es posible encontrar el tesoro de la última nuez aún fresca. Y luego está el pino de Práxedes, enorme, con su tronco inabarcable, siempre negro o verde, según las horas, escondiendo en su copa el nido de alondras.


La hoguera va consumiendo con paciencia las hojas muertas, no hay prisa, y dejando en el aire el recuerdo de aquel esplendor del verano. A través de las gasas de humo se filtra la luz del sol decorando con magia el escenario. Cuesta sustraerse a tanta belleza y caer en la cuenta de que solo son unas hojas quemándose. En el campanario próximo, la cigüeña, que ha llegado hace dos semanas, aguarda con paciencia a que dejen de humear las cenizas para bajar al prado en busca de raíces y ramas secas con las que reparar el armazón del nido. Por el cielo del Navarejo, purísimo, pasa la ruta de América. En el avión, que veo sin oírlo,  viaja una familia de ecuatorianos que ha agotado sus recursos y la paciencia buscando el salario perdido. ¡Tanta belleza coincidiendo con tanta frustración!
San Blas, patrón de Poveda, aquí al lado: tú que consigues que todos los años vuelvan las cigüeñas por estas fechas, déjalos volver también a ellos.

viernes, 20 de enero de 2012

Vargas Llosa no quiere ir al Instituto

Lesmes Andueza ha pasado la semana en ascuas. La posibilidad de que Vargas Llosa, su novelista de cabecera, pudiera aceptar el regalito envenenado que le ofrecía Rajoy lo ha tenido desvelado, mira que no puede ser, Mario, maestro, que te van a usar de florero, que tú no los conoces, da igual que sean los unos o los otros, ellos van a lo suyo y lo del Instituto Cervantes no es más que un trofeo con el que van a exhibirte y, además, Mario, para qué quieres tú meterte en líos ahora que empiezas a reponerte de la resaca del Nobel.
La relación de Lesmes Andueza con Vargas Llosa nunca se ha sustanciado ni siquiera en la firma de un ejemplar en feria del libro. Mario no sabe que Lesmes existe; sin embargo, Lesmes ha seguido los pasos del peruano desde los años sesenta del siglo pasado,  cuando ambos eran jóvenes, cuando el autor publicó La ciudad y los perros y él era profesor y algo más en aquel colegio y se empeñó en que los estudiantes del bachillerato experimental leyeran la obra y el jefe de estudios se resistía, ¿quién es ese Vargas Llosa que dice usted?, ¿es que no hay autores españoles que leer?, Delibes o Cela mismo, sí, si no digo que no, pero hay que leer a Vargas Llosa, bueno, pues haga usted lo que mejor le parezca, pero quiero un informe a final de curso para el inspector que recoja también la opinión de los alumnos, lo tendrá. Lesmes Andueza sabe que aquellos estudiantes lo agradecieron (¿se acordarán todavía?), porque después siguieron lecturas de García Márquez, otro novato del boom aquel que tanto irritaba a Gironella.
Lesmes Andueza tiene anotados a lápiz, en los márgenes, todos los libros del maestro; así que podría escribir un ensayo sobre estilo con poco esfuerzo. Cuando salió la noticia del regalo de Rajoy, volvió sobre El sueño del celta y repasó las cuarenta y tantas notas que fue registrando en la lectura de diciembre de 2010, algunas de ellas a propósito de lo que le parecieron fallos que podían deberse a la precipitación de la editorial por publicar algo importante del nuevo Nobel, como aceptes, Mario, te juro que lo saco y mira que no quisiera ponerte en evidencia, no me obligues, por favor.
Así que esta mañana, cuando ha oído en la radio que el novelista le ha escrito una carta a Rajoy excusándose y después ha visto en la tele a Soraya poniendo carita de sobrina contrariada, Lesmes Andueza ha respirado y ha vuelto a creer firmemente en la rabiosa independencia del intelectual, ahora que casi ninguno vive fuera del establishment, o sea, del establo.

martes, 10 de enero de 2012

La Caja de Ávila

Lo he dicho esta mañana en SER-Ávila:

Lo suyo en esta segunda semana de enero es preguntar ¿y a ti que te han traído los Reyes? Los Reyes (podemos hablar aprovechando que los niños a estas horas están, por fin, en el colegio) los Reyes este año no traen más que disgustos. Ellos se han largado a sus palacios de Oriente, donde corren fuentes de hidromiel y cuelgan jardines con mil especies de plantas aromáticas, y nos han dejado aquí a los pajes (Soraya, De Guindos y Montoro ) para recordarnos que no debemos ser unos nenazas lloricas, que ha llegado la hora de la verdad, no de la fantasía, y que se ha acabado lo de volver a dejar los zapatos en la ventana porque se los llevarán, advierten.
A ver si, al menos, alguien me regala un calendario de 2012, me dije. Y salí, como otros años, camino de la Caja a buscarlo. Hacía sol por El Grande y atravesé la explanada evitando la pista de patinaje, que uno no está ya para proezas ni contoneos;  pero ufano, como si fuera el presidente del Consejo con sus doscientos veintitantos mil euros en el buchaco. Yo solo llevaba cincuenta, que es la cantidad prudencial con que se debe salir de casa (cuando la peseta, eran cinco mil: efectos del redondeo). Pasé por el hall. Ya no está allí María Jesús, que me recibía siempre como si llevara doscientos veintitantos mil en vez de cincuenta. Una cola ante la ventanilla  maldibujaba el eje de simetría en el salón. Se veía que la mayoría no íbamos a imponer, es decir, a meter dinero, sino a reintegrar, es decir, a sacar; o bien a la cosa del calendario. A la señora que estaba tres puestos por delante de mí se le ocurrió abordar a un empleado que cruzaba en aquel momento, por favor, suplicó, ¿no podría usted darme el calendario y así no tengo esperar? El empleado miró a la señora con cara de evaluador, ¿se trataría de una impositora, de una derrochadora que vendría a hacer algún reintegro, se le podría cobrar comisión por algo? De las palabras el bancario pasó a los hechos, ¿en que oficina tiene usted la cuenta, señora? A la señora se le puso gesto de desolación, como si la hubieran pillado in fraganti, pues es que yo, verá usted, ya no tengo cuenta en la Caja porque mi hijo me ha dicho que en su banco no cobran comisiones y me ha sacado de aquí, pero el calendario sí me gustaría tenerlo. Lo que siguió no quiero contarlo, para no desacreditar aún más a una entidad que pasaba por ser hasta hace poco una de las instituciones más respetadas desde su creación en 1878.
¿Cuánto cobraba al año su primer presidente, el insigne Tomás Pérez González?, al que, dicho sea de paso, no estaría de más devolverle la calle que le arrebataron para dedicársela a Alemania, la de Hitler. ¿Cuánto cobraría el obispo Moro Briz, cuya foto tengo delante mientras escribo, en la que se le ve acompañado de la Junta Directiva de la Caja Central de Ahorros y Préstamos ? Me consta que nada en ninguno de los dos casos.


La historia de la Caja, con su nacimiento fomentado por gentes benefactoras, la fusión de las dos entidades, su crecimiento, el desarrollo de su obra social y cultural, está escrita y puede consultarse. Mis amigos Maxi Fernández y Adolfo Yáñez más extensamente la han contado con pelos y señales. Sonroja contrastar esa historia con los datos aparecidos en los medios de comunicación en las últimas jornadas sobre remuneraciones, dietas, planes de pensiones y demás mamandurrias, momios y sinecuras de los políticos enquistados en su Consejo.
Pero yo estaba hablando del calendario, ahora que recuerdo. Cuando vi lo que no he querido contar, rompí la fila y me fui a Medrano a comprar dos calendarios Zaragozanos, que allí te pone cuándo hay que plantar los ajos, cómo va a hacer en julio y dónde debes colocar las conservas; total: diez euros. Así que volví a casa con cuarenta y un poco compungido. Entre la correspondencia, tenía una carta de Bankia en la que me comunicaban que me habían pasado un cargo de sesenta euros por un curso de fotografía en Los Serrano. Hasta aquí bien. Pero que la comisión por el servicio, ¡no sé cuál!, era de seis euros. O sea, el 10 por ciento. Es decir, que no solo tengo que ser cliente de Caja de Ávila para poder inscribirme en un curso en Los Serrano, sino que además debo pagar una comisión por pagar puntualmente. Así que ya pueden imaginarse cuál es mi decisión respecto de mis comedidos euros en relación con los desmedidos doscientos veintitantos mil al año. Con los seis euros de la comisión, tengo para regalar otro Zaragozano y me sobra un euro para dárselo a la artista callejera que me seduce en la calle de Tomás Pérez con su marioneta.