domingo, 19 de febrero de 2012

Una tarde en El Hermitage

Todavía estás a tiempo de escaparte a Madrid para pasar la tarde en El Prado, visitando la exposición de El Hermitage. No lo dudes ni un momento. Reserva tu entrada a través de Internet, mejor para un día de lunes a jueves, entre cinco y seis de la tarde para evitar la multitud, y entra con el ánimo de quien va a asaltar el Palacio de Invierno. No te dejes intimidar a la entrada por los soberbios retratos de los zares. Los han colgado allí, más que para darte la bienvenida, para avisarte de que fue cosa suya lo de coleccionar tantos tesoros de arte; algo así como los retratos Tita  y su barón  en el hall del Thyssen. Falta allí otro de Lenin en actitud de recordar: y yo también, que procuré que todo el tesoro no fuera expoliado. ¿Por qué no pude quitarme de la cabeza la visión en blanco y negro de bolcheviques y soviéticos que aprendí en el cine?
Pero déjate asombrar con aquella riqueza: el oro de los nómadas escitas y los griegos (regalo el alejandrino a algún poeta rubeniano), La Magdalena de Canova, pinturas de Rembrandt y Rubens, de El Greco, Ribera y Velázquez, de Watteau, de los maestros contemporáneos: Monet, Matisse, Picasso, Kandinsky... Y de propina, Bruegel el Viejo con El vino de la fiesta de San Martín, recién vendimiado y recién adquirido por El Prado, en una sala adjunta que nada tiene que ver con el Hermitage, si no es que tienes que pagar si quieres ver.


Me quedo, de toda la muestra, con el misterioso Tañedor de laúd de Caravaggio, inquietante en su ambigüedad invitadora. Hago por olvidar lo que sé sobre el cuadro y me conformo con el festín de sensualidad que proporciona la luz de la figura emergiendo del fondo oscuro para cegar los ojos, el aire perfumado por las flores del búcaro, el dulzor natural de las frutas, la música acordada del madrigal... y el tacto prohibido del andrógino.
Tómate un café o un refresco en la cafetería antes de salir y vuelve al ruido de la calle, satisfecho de cuanto has disfrutado. Por unas horas, no veas la tele ni pongas la radio ni leas el periódico. Escucha la música de Apolo el tañedor, la voz del tenor castrado y sueña que toca y canta para ti, que eres el zar.

1 comentarios:

Tulio H. Demicheli dijo...

¡Ah, el gran Caravaggio! Es posible que esta obra sea el retrato de un revoltoso castrato español, Pedro de Montoya, que vivía, como el pintor, en el palacio del cardenal Francesco María del Monte. Era un tema que el artista frecuentó en esa época en cuadros como "Los músicos". Quizá también el ángel de "Descanso en la huida de Egipto" haya pasado por la mesa de los cirujanos. No se pierdan la espléndida biografía que acaba de publicar Taurus: "Caravaggio. Una vida sagrada y profana" de Andrew Graham-Dixon, para muchos, la biografía definitiva a pesar de lo muy poco que se sabe de este inmenso artista.

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