¡Viva La Pepa!
De aquellas Cortes de Cádiz (1810) que inmortalizó el pintor palentino Casado del Alisal medio siglo después, me queda el recuerdo de algún libro –tal vez un diccionario ilustrado− que representaba la escena en blanco y negro, con cierto gusto a representación de ópera de segunda. Las manos en alto de los que juran ante el obispo tenían en mi infancia el significado de otros juramentos que nos tomábamos en broma. Toda la pintura histórica de gran formato era una colección de cromos que valían para fomentar nuestro espíritu nacional(ista). Pero el caso es que, cuando preguntábamos qué paso en Cádiz, qué era la Constitución y si el Fuero de los Españoles era algo parecido a aquello, el profe miraba para otro lado y procuraba no meterse en jardines. Lo recuerdo con cariño y siempre me he puesto en su lugar. ¿Qué habría hecho yo en 1950?: lo mismo.
La medalla que se acuñó con motivo de la promulgación de aquella Primera Constitución de la Monarquía Española tenía un diámetro que superaba las tragaderas del rey Fernando VII, el gran traidor.
Hoy, la Constitución de 1812 que se promulgó en Cádiz −¡qué vergüenza!, todavía no conozco la ciudad, pero voy a ir ya− es para los españoles, doscientos años después, una vuelta a las raíces. Su lectura nos devuelve a tiempos en los que todavía los ideales levantaban pasiones y armaban revoluciones, sin compadreos ni miedos a ser calificados de liberales. En estos tiempos de mayorías absolutas, gobiernos eternos en algunas administraciones y mamoneo a destajo, sueño con el Articulo 2 del Capítulo I, tan claro, tan ingenuo:
¡Viva La Pepa!
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