lunes, 30 de julio de 2012

Vivíamos en un palacio / 18 Sígueme


Echaba de menos la radio: el parte de las dos y media de Radio Nacional de España, que llegaba introducido con un toque de generala por pífanos y chirimías. El parte nos informaba en familia sobre congresos eucarísticos, los goles del Atlético de Bilbao, la muerte de Evita, las gestas de los misioneros, el contubernio, la bendición de un pantano y la cogida de Bienvenida. Pero en el palacio toda aquella información diaria en torno a la mesa había desaparecido, era ya solo recuerdo, cosa de las vacaciones de verano. El vacío se llenaba mensualmente, tarde y mal, con la lectura de  Sígueme, una revista fundada en 1938 “para los seminaristas soldados”, la cual quince años después ya había prescindido del “detente bala”, al menos en apariencia. Unos pocos privilegiados –“los ricos”, como decían algunos con cierta envidia− la recibíamos cada mes por suscripción. “Cuando la leas, debes dejársela a los demás”, me advertía el cartero. Y así lo hacíamos. Cuando volvía a mis manos después de la peregrinación, era ya casi un despojo. Todavía cabía una segunda lectura de las notas que los lectores habían ido dejando en los márgenes, primitivo intercambio de mensajes y emociones. Había meses en que resultaban más interesantes las notas que el texto: unos versos que no encontraron mejor soporte, el recuerdo de un cumpleaños, un “quomodo flumen de te” en latín goliardesco o la cuenta de los días que faltaban para las vacaciones, ¡siempre la obsesión del verano! La cadena de lectores de Sígueme convertía cada número de la revista en dietario colectivo de pillerías y complicidades inocentes. ¡Qué pena no haberlas conservado!
La noticia de la muerte de Stalin, con una foto en blanco y negro en la que aparecía de cuerpo presente con sus bigotazos, debió de llegar en el número de abril, tal vez el de mayo, de 1953. Estábamos terminando el curso y recuerdo el alborozo que produjo la noticia: había muerto el dictador (al nuestro particular no lo reconocíamos como tal, sino como Caudillo de España por la gracia de Dios, que era cosa bien distinta): enemigo de la Iglesia, tirano cruel, principal causante de que los nacionales hubieran, hubiéramos tenido que emprender la Cruzada, porque ni que decir tiene que en el palacio todos éramos hijos de nacionales. Los escolios que la cadena de lectores fue dejando al pie del reportaje eran, recuerdo, como estos: “Gracias, Dios mío, por esta muerte, aunque esté mal el decirlo”, “Pues yo voy a rezar por su alma”, “Es inútil, está en el infierno porque no se ha confesado”, “Llagará por fin la conversión de Rusia”.

Todavía hoy no puedo desligar  en mi imaginario la memoria de Stalin −ya sea en Yalta, presidiendo un desfile o de cuerpo presente con su guerrera blanca− de la llegada de aquella revista, mi única ventana al exterior desde septiembre a julio.

2 comentarios:

La Flaca dijo...

Hoy es día de coincidencias. Me he dado una vuelta por Facebook, que para viaje al pasado no tiene precio, y he visto imágenes y comentarios de cómo éramos en los años 70 los cubanos (en facebook también está la edad que tengo, no hace falta advertirlo) y me ataca la nostalgia, esa que te entra con lo de "adiós infancia"... Allí, en facebook, están los soviéticos, los post Stalin y los pre Gorbachov, más bien los pro Breshnev que éramos todos. Y aún nos sigue faltando esa esquela que sea, para los de la Isla, otra ventana abierta...
Saludo con alegría la vuelta de esta historia. Que no decaiga.

Anónimo dijo...

¿Para cuándo la siguiente entrega? Me encanta leerlo y me gusta la historia, sunpongo que será tu historia, tu infancia... lo espero con impaciencia.

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