martes, 18 de septiembre de 2012

Isabel

Lo he dicho esta mañana en SER-Ávila.

 
Buenos días, oyentes de la SER. Quiero desearles un feliz curso. He decidido que éste no voy a ocuparme de ningún asunto que les amargue a ustedes el aperitivo. Bastantes comentarios acerados tenemos a diario, para que yo a estas horas les haga probar aceite de hígado de bacalao antes del almuerzo. Así que vamos a ello.
 
  Foto RTVE
 
En la tele están echando ISABEL. La reina era de Madrigal, entonces sin el moderno y pomposo “de las altas torres”, que suena a urbanización de nuevos ricos. Yo me encontré con la infanta Isabel una mañana de primavera de 2004 en Madrigal. El frío hacía temblar a los galgos. Habían montado una sugerente exposición para conmemorar el V Centenario de su muerte y allí, en un cuartito donde según la tradición pudo haber nacido, estaba ella, la infanta preadolescente,  seriecita, ajena todavía a los tejemanejes de la política que más tarde se vio empujada a protagonizar para no quedarse sin el trono. Esa es la Isabel que me sedujo en el retrato supuesto de un pintor flamenco. Pudimos estar frente a frente largo rato porque era no festivo y la exposición no contaba con visitantes a tales horas. Podía haberme llevado el cuadrito, ahora que lo pienso, y haberlo colgado en el salón, junto a la foto de la nieta, pero no lo hice. Era la Isabel relegada a vivir en Arévalo con su hermano Alfonso y su madre, la familia vista como peligrosa por el rey Enrique: y con razón.
Esta ISABEL de la tele es una infanta de discoteca, que habla como una niña bien del Barrio de Salamanca o de Pedralbes y le suelta desplantes al noble que se le cruza en el camino. Y el infante Alfonso es un chico del colegio Diocesano que acaba de salir de clase. Con el paso de los capítulos, la veremos a ella cada vez más mandona e inmoderada, ya verán. La serie despide por ahora un cierto tufillo a LOS TUDOR pero en pobre (no hay más que ver cómo ambientaron anoche la llamada “Farsa de Ávila”), y puede acabar dando mucho juego. Ya sé que los tiempos de Josefina Molina y la Velasco montando TERESA DE JESÚS son irrepetibles, pero entre aquellas glorias exquisitas y estos postres industriales cabrían términos medios.
Entre mis amigos, cuento con dos que están empeñados en canonizar a la reina y le andan buscando milagros por México y España a toda costa. Espero vivamente que no consigan llevarla a los altares. “La vais a estropear” les digo, pero ellos erre que erre. Cuando les pongo el caso, para hacer de abogado del diablo, de la expulsión de los judíos, me salen con lo del contexto. Y cuando les saco el caso de su desconsiderada política matrimonial con los hijos, de una ambición sin límites casi cruel, también salta el contexto. Todo lo que les estorba es contexto.
Y a pesar de todo, me propongo ver la serie. Quiero ver a Diego Hurtado de Mendoza, defensor de los derechos de la Beltraneja (¡que los tenía!, vamos a ser serios), cambiando de causa y peleando por los derechos de la reina de Madrigal. Quiero ver a Fernando el aragonés cabreado con Colón. Es una historia que me explicó en tonos épicos el profesor Rumeu de Armas hace ya más de medio siglo. Quiero ver a Michelle Jenner en plan pijo recibiendo las llaves de Granada de manos del rey moro, como en los santos de mi primer libro de historia. Esta vez me importa un maravedí la historia. Necesito reír un poco en estos tiempos, compréndanlo.

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