Diseñador de rutas
Un amigo, pongamos que se
llama Graciano, se ha hecho imprimir unas tarjetas en las que puede leerse:
“Graciano del Camino. Diseñador de rutas”. Con los efectos del paro prolongado,
o te desesperas, o luchas por encontrar tu nicho de mercado dándote de alta
como autónomo o emprendedor para buscar salidas a la crisis (noto que se me está
pegando el lenguaje “a los efectos”, sintaxis y léxico de diseño para tiempos
concretos, iba a decir puntuales, pero no). Graciano del Camino llegó a la
conclusión de que podía haber una oportunidad en lo de diseñar rutas mirando a su
alrededor una tarde en la que había salido a pasear su paro y se asomó al valle
Amblés desde el mirador del Rastro, como era su costumbre y, al volverse, se
encontró con la escribanía en bronce que era hito o memoria del Camino de la
Lengua Castellana. Lo de menos era que la ciudad ya hubiera decidido borrarse
de la fundación, lo importante es que a
alguien en su momento se le había ocurrido abrir una ruta, y algún
beneficio estaría obteniendo de ello, en dinero o en especie, en empleo,
programas impresos, visitas y viajes, cualquiera sabe. Era una ruta más a sumar
a los cien caminos de Santiago, la ruta de la reina Isabel I de la tele de
Arévalo a Segovia y de Segovia a Arévalo, la Ruta del Hereje en Valladolid, la
del emperador Carlos a su retiro de Yuste, la de los Castros y mil más.
Graciano del Camino, que
adolecía de baches abismales en cuanto se refiere a cultura (de hecho no sabía
dónde nacía el Ebro ni quién fue Nebrija, ni falta que le hacía, pensaba,
porque él nunca iba a presentarse para maestro en Madrid), Graciano se dijo a
sí mismo: lo mío es la política y el famoseo, yo de eso sí que entiendo. Y se
puso manos a la obra. Ya está bien, siguió reflexionando –que es mucho decir−,
de hitos y conmemoraciones. Lo que a la gente le interesa no es eso, sino la
más rabiosa actualidad.
Y fue así como Graciano
del Camino preparó dosieres y powerpointes para “poner en valor” (esta era su
expresión favorita) los potenciales turísticos de ciudades y provincias
concretas. Ese es el origen de iniciativas hoy tan consolidadas como LA RUTA DE BÁRCENAS, que incluye una visita a su despacho de Génova; EL CAMINO DE SÁNCHEZ GORDILLO, con viajes programados a las fincas ocupadas y compras en los
supermercados asaltados; EL VIACRUCIS DE RUIZ MATEOS, que
arranca de la mismísima plaza de Colón en Madrid y termina en el estadio del Rayo
Vallecano; EL
CHAFARDERO DE PONFERRADA, con parada en el
ayuntamiento, el bar donde toma carajillos Ismael Álvarez y la casa donde vivía
la víctima antes de tener que abandonar el pueblo. La ruta más frecuentada y la
más cara de las diseñadas es la del DUCADO DE PALMA, que exige al menos dos
semanas e incluye pasajes de avión para visitar la famosa rampa de los juzgados
en Mallorca, el palacete de Pedralbes, la Zarzuela, el puerto de Valencia,
las instalaciones del Barça, las oficinas centrales de Teléfonica y, si se
desea el paquete completo, Washington.
Si la historia y la gastronomía ofrecían campo, la política y la
delincuencia de guante blanco eran un vivero de ideas inestimable. Así es como
Graciano del Camino, diseñador de rutas, ha encontrado un nicho de mercado y
forma parte hoy de la legión de emprendedores mayores de cincuenta años, un
colectivo abandonado a su suerte porque el gobierno estima que a esa edad ya se
está libre de hipotecas. Graciano del Camino está diseñando una ruta más para Ávila
que piensa registrar como LA RUTA DE BANKIA. Va a arrancar
de Los Serrano, pasará por el antiguo Pepillo y saldrá al campo para visitar
los centros sociales y oficinas que CAJA DE ÁVILA tenía repartidos
por la provincia y hoy ya son "salones con ángulo oscuro”. Un sugestivo plan de turismo
arqueológico.
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