La Colón (Cuentos crueles)
Hacía más de quince
años que no la veíamos. La Colón siempre había parecido una niña vieja con la
piel de cuero, todavía se peinaba es un decir con la misma melena lisa de
entonces. Por aquellos años estudiábamos en el Ateneo, siempre en la sala de Santa Catalina,
una olla a presión en la que se cocían lentamente los opositores a cuerpos celestes, judicatura, notarías,
registradores, cada día un poco más seguros de aprobar a la siguiente y más paranoicos. La Colón llegaba todas las
mañanas a eso de las diez y ocupaba siempre el mismo pupitre. Por acuerdo
tácito, como otros muchos en aquella casa, sabíamos que aquel era el pupitre de
La Colón, cómo se llamaría nunca nos importó. De una bolsa de Galerías
sacaba papeles impresos por una cara en los que ella escribía por la otra frenéticamente
con letra gigante, concentrada en su trabajo, impidiendo que nadie
inspeccionara su tarea, si dejaba el pupitre aunque fuera por unos minutos
recogía todo dentro de la bolsa. El paso de los años fue dejando en ella la
marca del deterioro no tanto físico como mental, cada día escribía más compulsivamente, se estaba abandonando, era una ermitaña sin desierto, se
confeccionaba los vestidos como una niña que hubiera improvisado el disfraz
para una comedia, un tijeretazo para meter
la cabeza y otros dos para los brazos. Llegó un momento en que los opositores
más veteranos, que iban enloqueciendo a la par que La Colón, se conjuraron sin
mediar palabra contra ella y comenzaron a lanzar miradas a sus papeles con la
excusa de salir por el pasillo donde se sentaba aunque hubiera que dar un
rodeo. Uno que pertenecía a la junta de gobierno e iba para fiscal descubrió
que La Colón llevaba ya dos años sin pagar la cuota de socio y puso el grito en
el cielo, ¡así cómo iba a sostenerse la economía de aquella digna institución!,
¡de dónde le venían aquellos privilegios!, ¡no había derecho!, hasta que una
mañana ya no la dejaron pasar de la conserjería. No nos compadecimos de ella y
hasta nos sentimos más seguros sin la presencia de la escribidora, representaba
la imagen insoportable de un futuro peor.
1 comentarios:
Te voy a contar una cosa. Mi madre siempre se retorcía y hacía lo posible para que yo no me dedicara a escribir. Un día, cuando le dije que me parecía que no creía nada en mi yo literario, me dijo que temía que terminara como La Colón...
(te dejo la prueba... http://kikamagia.blogspot.com.es/2011/07/lo-que-he-tardado-veinte-anos-en.html )
besos,
K
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