Cómo organizar tu biblioteca
¿Qué hacer con
los libros ya leídos? Riguroso orden alfabético atendiendo al criterio de
autor, lo que puede arrojar resultados indeseados, como que Martín-Santos caiga
al lado de Martínez Sierra y ninguno de los dos se encuentre cómodo en su
destino. Separarlos por géneros, al más estricto estilo académico y, dentro del
género, el subgénero –poesía, novela y teatro− y dentro del subgénero, el
bisgénero –tragedias, dramas, comedias, sainetes, autos sacramentales y lo
demás− y dentro del bisgénero, el tataragénero –comedias cómicas, comedias
dramáticas, óperas bufas, zarzuelas palaciegas, sainetes costumbristas,
operetas. Por tamaños, para aprovechar el espacio. Por estética, estos
encuadernados en chagrén aquí,que me hacen juego con la plata. Por seguridad,
los de Goytisolo, Baudelaire y Sade lo más arriba posible, no vayan a cogerlos
los niños, y al alcance las colecciones de clásicos, Austral, Cátedra,
Castalia. Por ideología, en las estanterías de la derecha Pemán, Camba, El
Caballero Audaz, Zunzunegui y Cioran, y en las de la izquierda Alberti,
Américo, Neruda y Azaña, y el resto en el centro izquierda o centro derecha,
según, lo malo son las revisiones que los estudiosos suelen hacer de vez en
cuando, sobre todo cuando llega los centenarios, que obligan a correr los libros
de un lado para otro. Y ¿dónde colocar dicionarios como el de Autoridades o el María Moliner?, porque
de inocuos nada. La combinación de varios criterios puede complicar la cosa
hasta el infinito. El tiempo que debería ocupar en la lectura, Lesmes Andueza lo
emplea en tener bien ordenada la biblioteca. Él se inclinó hace tiempo por un
criterio de calidad. Apenas le queda tiempo para otra tarea que no sea corregir,
evaluar, recuperar, sopesar. Es la costumbre que le ha quedado de su carrera de
profesor. Ahora ya no lee de los libros casi nunca más que las solapas y las
contracubiertas, primero el orden y después el placer de la lectura, pero el
placer no llega casi nunca.
Hay libros recientes
que se resiste a colocar con sus lomos a la vista, alineados como heridos en un
hospital de guerra, y prefiere tenerlos al alcance sobre mesas, mesillas,
consolas, aparadores, cómodas, con las cubiertas a la vista para que lo
acompañen más allá de la lectura. Se resiste a almacenarlos. He aquí los dos
últimos que ha salvado y le acompañan sobre la mesa de trabajo, como dos
compañeros, temporales, porque detrás vendrán otros, está seguro. Diez bicicletas para treinta sonámbulos,
el ejemplo de como un editor (Demipage) puede ejercer el buen gusto y el mejor
criterio para celebrar el cumpleaños de su sello, con la invitación a treinta
autores para que escriban un relato, una «clasica» en la que todos entran en la
meta abrazados porque no hay ganador, todos lo son. Y una novela sorprendente, Intemperie, de Jesús Carrasco (Seix
Barral), de cuya lectura Lesmes Andueza todavía no se ha repuesto. Hacía mucho
que no le pasaba algo parecido.
Lesmes Andueza
está pensando en dedicar una estantería a libros excepcionales, pero claro, ese
no sería un criterio objetivo y, además, ¿cómo ordenarlos dentro de
excepcionales?, ¿por géneros, subgéneros, bisgéneros y tataragéneros?, ¿por
fechas de lectura?, ¿por la impresión que le han producido, asombro,
abatimiento, gozo, nostalgia, pesadumbre, exaltación, rebeldía, ganas de matar?,
sería imposible. Al final ha decidido abrir al menos un plúteo para los libros
que volverá a leer. Allí pondrá entre otros el Quijote, para cuando vuelva estar en cama, el Cántico espiritual de Juan de Yepes, el Don de la ebriedad de Claudio Rodríguez y algunos tratados de geografía
de la desolación americana como el Pedro
Páramo de Rulfo, los Cien años de soledad
de García Márquez y Tulipa de Mayda
Anias; y el Ideológico de Casares siempre
a mano por si le da por escribir alguna cuartilla. Allí pondrá también Intemperie y Diez bicicletas para treinta sonámbulos cuando decida apartarlos de
la mesa. Será cuando el sol que le entra por la ventana haya comenzado a deslucir
la cuatricromía de las cubiertas, que es la forma amable de envejecer que
tienen los libros.
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