viernes, 23 de septiembre de 2016

Diario de PATRIA, de Fernando Aramburu / 2

22 de septiembre. Esta tarde ha entrado el otoño a las cuatro, dicen. En El Soto (Ávila), cobijado a la sombra de un álamo que comienza a amarillear, he llegado hasta la página 102, al final del capítulo 21. Son breves los capítulos, para impedir que el lector parpadee. De arranque, se me ocurre decir que no tengo palabras, pero sería una frase hecha, pura retórica, porque ¡vaya si las tengo!
Escritor comprometido. El tema —el País Vasco, las víctimas de ETA— podía haber hecho escorar la historia hacia la política (tolerancia / intolerancia, condena / justificación, nacionalismo / fidelidad constitucional); o hacia lo social-antropológico (asesinos y asesinados hemos sido víctimas, la sangre y el duelo, las cárceles suyas / nuestras). Pero ésta es otra manera de “compromiso”: con el factor humano que irradia de la contemplación de los personajes.
La estructura episódica, contrapuntística, alejada de cualquier plan cronológico, produce la impresión de que el autor va montando la historia con las piezas del puzle que guarda en su cabeza, ahora por esta esquina, ahora por el centro, después vuelvo sobre las nubes: dueño absoluto de una trama muy trabajada: la historia casi me la han dado hecha los acontecimientos y está ya escrita, pero la trama es cosa mía. ¡Brillante!
Confieso que la historia, lo que cuenta Aramburu, está afectándome con tal fuerza, que dejaría de leer (lo he hecho con tantas novelas…), si no fuera porque en este punto me declaro dependiente de la trama, de su forma comprometida y comprometedora de enfrentarse al pasado más reciente de Euzkadi; y seducido por su lección sobre el arte de narrar, que me hace volver sobre lo que tantas veces he explicado en mis clases a propósito del punto de vista y las técnicas del narrador.
Pero sobre esto escribiré en otro momento.

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