Diario de PATRIA, de Fernando Aramburu / 2
22 de septiembre.
Esta tarde ha entrado el otoño a las cuatro, dicen. En El Soto (Ávila),
cobijado a la sombra de un álamo que comienza a amarillear, he llegado hasta la
página 102, al final del capítulo 21. Son breves los capítulos, para impedir
que el lector parpadee. De arranque, se me ocurre decir que no tengo palabras,
pero sería una frase hecha, pura retórica, porque ¡vaya si las tengo!
Escritor
comprometido. El tema —el País Vasco, las víctimas de ETA— podía haber hecho
escorar la historia hacia la política (tolerancia / intolerancia, condena /
justificación, nacionalismo / fidelidad constitucional); o hacia lo
social-antropológico (asesinos y asesinados hemos sido víctimas, la sangre y el
duelo, las cárceles suyas / nuestras). Pero ésta es otra manera de
“compromiso”: con el factor humano que irradia de la contemplación de los
personajes.
La estructura
episódica, contrapuntística, alejada de cualquier plan cronológico, produce la
impresión de que el autor va montando la historia con las piezas del puzle que
guarda en su cabeza, ahora por esta esquina, ahora por el centro, después
vuelvo sobre las nubes: dueño absoluto de una trama muy trabajada: la historia casi me la han dado hecha los
acontecimientos y está ya escrita, pero la trama
es cosa mía. ¡Brillante!
Confieso que la
historia, lo que cuenta Aramburu, está afectándome con tal fuerza, que dejaría
de leer (lo he hecho con tantas novelas…), si no fuera porque en este punto me
declaro dependiente de la trama, de su forma comprometida y comprometedora de
enfrentarse al pasado más reciente de Euzkadi; y seducido por su lección sobre
el arte de narrar, que me hace volver sobre lo que tantas veces he explicado en
mis clases a propósito del punto de vista y las técnicas del narrador.
Pero sobre esto
escribiré en otro momento.
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