Rico versus Pérez Reverte
La
polémica de estas semanas entre Francisco Rico y Pérez Reverte ha conducido
desde el uso de -os/-as para el género, aburrido y coñazo donde los haya, a
rifirrafes entre “Quijotes” y “Alatristes”, como en los mejores tiempos de las
Gradas de San Felipe y otros mentideros madrileños. ¿Estaremos volviendo al
Barroco? La polémica me recuerda otra de una década atrás, a propósito de la
novela de Trapiello Al morir don Quijote,
en la que Rico también se empleó a fondo. Y otra rabieta suya: cuando en 2002
apareció la edición de Florencio Sevilla del Quijote, acogida con fervor por El País en un extenso artículo. Llevé el tema, disfrazado, a mi relato
titulado El festín del Quijote, escrito
y publicado en prensa en 2006 y en segunda edición en 2012 (Siete entre cuatro, Caldeandrín). Tomo
partido por Pérez Reverte, por Florencio Sevilla y por cualquiera que se atreva
a bajarle los humos a Rico, al que, por otra parte admiro como filólogo y estudioso
de nuestra literatura. La Historia y
crítica de la Literatura Española que él coordina no puede faltar en la
biblioteca de ningún filólogo. Y su edición del Quijote (2004) es hoy imprescindible. Pero el personaje…
Así que me
animo a traer a esta bitácora aquel relato, absolutamente prescindible, que
escribí cuando andaba metido en “cervantismos”.
El festín del Quijote
Las celebraciones
del Cuarto Centenario le habían dejado un vacío difícil de llenar, como un
enorme hueco después del gran festín donde el ego no encontraba un rincón en
que cobijarse o un plano sobre el cual poner la mano abierta para comprobar que
existía algo más que su propia obsesión. Su discurso había perdido aquel encantador
decir que seducía a las señoras socias, profesionales en la disciplina de oír
conferencias y devorar canapés para irse ya cenadas a casa. Ahora fluye como un
regato sin más rumor que el que generan las palabras sin aquella música.
−Y
ahora me vienen de la Academia con que debo redactar una memoria de actividades
para no sé qué publicación institucional en la que mi trabajo excelente va a perderse
entre tanta morralla de mujeresdelquijote cocinadelquijote florifaunadelquijote
músicadelquijote indumentariadelquijote edicionesenrusodelquijote creo que no
voy a poder soportarlo comienzo a no dormir bien y esta obsesión me va a matar
me inventaré un curso en Berkeley y que alguien del grupo editorial se encargue
por mí lo firmo cuando esté listo y en paz y además tantos enemigos como he
dejado por el camino se me aparecen en sueños y los veo dispuestos a pelear en sangrienta desigual y singular batalla
ya no suena el teléfono tanto como estos meses de atrás los quijotes comienzan
a venderse a precios de saldo y algunos hasta sirven para calzar muebles cojos
organizar rifas y encender estufas.
El
profesor Cavanillas, sin duda el más reconocido de todos los filólogos gracias
a su esfuerzo y, por qué ocultarlo, también a su ambición, anda rebotando desde
hace semanas por el laberinto de sus lecturas, resúmenes, notas, artículos,
presentaciones, prólogos y ediciones críticas. Trata de poner orden en todo él
solo porque no confía en Marina, su fiel documentalista, que lleva diez años a
su lado en estado de devoción permanente.
−No
vaya ahora al final a traspapelar algún programa alguna crítica aparecida en un
periódico de provincias todo vale Marina no lo olvide lo mismo si se refiere a
Cavanillas directamente como si se me menciona indirectamente ¿tiene ya lo de
López Navío?
−Sí,
profesor, ya nos ha llegado.
−¿Ha
consultado la fonoteca de Radio Albacete?
−No
todavía no he tenido tiempo.
−No
lo deje Marina quiero grabación de cuanto se haya emitido al respecto.
−Sí,
profesor, descuide.
Ha
sido oír descuide y un sudor frío se le ha derramado por toda la epidermis
hasta dejarlo helado y tiritando.
−Profesor,
¿quiere que le prepare un té?
−No
no necesito un té lo que necesito es que acelere usted su trabajo para que la
adenda pueda salir el mes que viene coincidiendo con la feria.
Marina
está perdiendo su juventud y la ilusión de vivir, encerrada en este enorme
despacho, ahogada entre libros, revistas, recortes, cintas, cedés y otros
objetos cuyo volumen sigue creciendo a razón de un metro cúbico cada dos meses.
−Hay
tres yelmos de Mambrino, profesor, los tres distintos y los tres acompañados de
sus respectivos estudios y yo no sé qué hacer con ellos, cómo clasificarlos,
profesor.
−Pues
abra usted un capítulo para ajuar Marina ponga algo de su parte que yo no puedo contravenir a la orden de los
caballeros andantes ni mucho menos estar en todo, para estas cosas está usted
¿no?
Marina
está a punto de llamar al ama y a la sobrina porque el profesor empieza a dar
muestras de estar perdiendo el juicio. De hecho nunca hasta ahora se había dirigido
a ella tan desabridamente.
−Ahora
me menosprecia, se lo noto en esa mirada cruel desde detrás de las gafas, en el
rictus despectivo de sus labios. ¿Lo ves, Mercedes? −comenta en el café.
−Hija,
en qué cosas te fijas, yo nunca le había mirado los labios, pero tienes razón.
Claro
que tiene razón Marina, porque los labios son ya una línea dibujada con desgana
entre la nariz y la barbilla. Mercedes solo piensa en que ya es viernes, en que
su amigo tendrá el coche preparado para irse de fin de semana.
−Nos
vamos a Consuegra a ver los molinos de La Crestería y luego a comer duelos y
quebrantos en cualquier venta y a dormir donde nos pille de la ruta.
−¿Es
que no hay otros sitios, que siempre acabáis allí?
−No,
no hay otros sitios, parece que te molesta.
−Hija,
cómo te pones tú también.
−¿Y
si nos gusta la ruta, qué?
−Yo
no puedo más, Mercedes. Este trabajo va a acabar conmigo.
−Pues,
mira, yo con el mío no me hago problemas: no limpie hoy el despacho y no lo
limpio, no toque los papeles de la mesa y no los toco.
Cuando
vuelve del café preceptivo, al que han bautizado en la casa “café de
conveniencia” porque está contemplado en el convenio, Marina interpreta su
papel de madre soltera-secretaria con el profesor.
−Tenga,
profesor, tómese este té, que me temo que no ha probado bocado desde ayer.
−Eso haré yo de muy buena gana Marina que
aún la cola falta por desollar.
“¡Dios
mío! −confiesa casi en voz alta−, cada vez habla más como ellos. Acabaremos
todos mal. Debería renunciar de una vez por todas a esta comisión de servicios
y volver a mi plaza en el Consejo: sota caballo y rey y la nómina a fin de mes.
Esta ya no es vida”.
−Profesor,
se le va a quedar frío.
−Eso no es de maravillar Marina.
−Pero,
profesor, el té le va a entonar y se va a encontrar mejor.
−No estoy ahora para ponerme en cuentas ni
cuentos así que se lo ruego recoja y déjeme que necesito estar solo con la razón de mi sinrazón.
Esto
ocurrió, como decía, el viernes. Marina dejó a Cavanillas a las dos y media
perdido en sus papeles, no sin antes ofrecer, demandar, suplicar.
−Profesor,
puedo venir esta tarde si lo desea para ayudarle con la conferencia del miércoles,
no tengo ningún plan.
−Si fueras caballero como lo eres ya yo
hubiera castigado tu sandez y atrevimiento márchese Marina y disfrute de su
falta de planes Dios lo que debe de ser vivir sin planes.
Y
allí lo dejó a su pesar, parapetado detrás de sus gafitas redondas, con aquella
cara de funcionario aburrido que colecciona crucigramas resueltos poniendo al
pie el día y la hora.
El
fin de semana fue de lo más vulgar. Marina lo aprovechó para hacer la casa, la
suya y la de su madre. Mercedes para pararse en todas las tiendas de productos
típicos de la ruta a comprar rosquitos de Sancho, trenzas de Dulcinea, vino del
bachiller Carrasco, jamón de la venta, licor de Barataria, paté de la cueva de
Montesinos, y para demandar amor de su novio detrás de cada barda. Cavanillas
apenas salió de su despacho para comer algo, lo justo para reponer las fuerzas
que necesitaba. Esta conferencia del miércoles debe ser el broche de oro a las
celebraciones, su página más brillante y definitiva. “Quiero ver al auditorio
incapaz de respirar con mi descubrimiento justo ahora cuando todos ya han
bajado la guardia y andan buscando qué celebrar este año llego y lo expongo con
la mayor naturalidad sin efectismos tengo que hacer lo posible para que asista
Pellero a ver qué dice cuando lo oiga atreverse a polemizar conmigo para tratar
de oscurecerme con su novelucha no con un estudio riguroso sino con una novela
como si no estuviésemos al cabo de la calle de que una novela es prueba de que
no se sirve para escribir algo más sólido”.
El
lunes, temprano, Marina se encontró con que no podía entrar en el despacho.
−Profesor,
buenos días, ¿está usted ahí?
No
se oía ruido alguno detrás de la puerta y mira que Marina tiene buen oído. Insistió
en vano hasta que al cabo de un rato:
−¿Qué
quiere? márchese no la necesito hasta el jueves.
−Pero
la conferencia… ¿No se la voy a pasar?
−No,
esta no quiero que la vea nadie, ni siquiera usted, la pasaré yo mismo.
Profesor,
¿está usted bien?
−Sí,
Marina y muy contento de que te quieras
valer de mi ánimo para mostrar el instinto maternal que te hace tan amable
en el más fiel sentido etimológico del adjetivo amable.
Marina
supo entonces que aquello era el comienzo del inicio del fin, idea por otra
parte nada original porque se le había quedado colgada en un momento reciente
que entonces no alcazaba a fijar. Así que decidió dejar a Cavanillas en su
soledad de ermitaño, con la esperanza, con la esperanza no, con la ilusión vana
de que pudiera tratarse de uno de sus ataques de neurosis, que más tarde se
resolvería en furioso artículo contra el primero que se atreviera a entrar en
el Quijote sin permiso, o en unos
acrósticos afilados o en cualquier otra maldad exquisita.
Entre
el lunes y el martes llegaron las mil invitaciones para asistir al día siguiente
a la conferencia que pronunciará el profesor y académico Arisco Cavanillas
sobre el tema Don Quijote personaje de la realidad etcétera etcétera entrada
con invitación, mil invitaciones con la intención de que se llenara el salón
con capacidad para setenta, y otras cien que podrían escucharla por megafonía
en los salones.
El
martes, a las seis de la tarde, Marina sintió que no era capaz de esperar
pacientemente ni un minuto más sin interesarse por su jefe, patrón, maestro,
dios, padrino, director, amante; «amante no, porque lo de hace dos años no
cuajó, bien sabe Dios que por su culpa, que yo estaba dispuesta. No quiero
irrumpir en tu vida, tú eres joven y tienes toda la vida por delante y yo no
sabría cómo comportarme contigo. Como si yo necesitara que se comportara de
alguna manera, pero en fin él lo quiso, mejor dicho él no lo quiso».
−Profesor,
¿está usted bien?, ¿no necesita nada?, estoy muy preocupada.
−No
necesito nada ¿tiene por ventura una
resolución gallarda necesidad de consejo alguno? he resuelto no salir de
aquí hasta mañana, con el tiempo justo para llegar a las siete y media que en esto debe consistir la sustancia de este
milagro en que yo vele aquí las armas
antes de enfrentarme a mis terribles enemigos.
Mercedes,
a quien habíamos dejado el sábado colocándose la ropa detrás de un tapial,
trataba de tranquilizarla.
−Mira,
Marina, ya lo conoces, se le pasará como otras veces.
−No,
esta vez es más serio, esta vez no le va a bastar con arremeter contra
cualquier cervantista que lo haya contrariado o que haya encontrado algo interesante,
esta vez se trata de algo mucho más serio. ¿No ves que habla como ellos?
−¿Como
quién?
−Como
los personajes del Quijote. Está abandonando
su propio discurso. Creo que está hechizado, que puede estar perdiendo el juicio.
−O
sea, que crees que le está pasando lo mismo que a don Quijote.
−Pues
sí, Mercedes, lo mismo.
−Ándate
con ojo, Marina, no vayas a ser tú la próxima en la rueda de hechizos. Deberías
buscarte un hombre y poner un poco de alegría en tu vida −y lo dijo acompañándose
de un movimiento casi imperceptible que en otra circunstancia hubiera vuelto a
ponerla entre el estoque y la pared, como el sábado.
Por
fin llegó el jueves. La del ocaso sería cuando Arisco Cavanillas salió tan
ufano... (Ten cuidado tú también hombre que esto es contagioso qué clase de narrador
eres tú omnisciente mejor omnipresente metomentodo garrapata capaz de chuparles
la sangre a los personajes y a los personajes de los personajes y además medio
plagiario así que escríbelo mejor.) El jueves al atardecer el profesor Cavanillas
se dirigió andando desde su despacho de la Academia hasta la Imprenta de Juan
de la Cuesta. Salió de la acrópolis a las siete menos cuarto, bajó hasta El Prado,
contempló con desprecio la cuadrícula del edificio de Sanidad, aspiró profundamente
la fragancia que despedía el Botánico, correspondió al saludo solícito de los libreros
de antiguo que habían puesto sus casetas allí provisionalmente:
−Buenas
tardes profesor, cómo me gustaría escucharle.
−Profesor,
pásese por la caseta que le tengo una sorpresa.
−Apabúllelos,
joder, que se enteren de quién es el que más sabe, ¡tanta novelita ni tanta
mandanga! −El gordo siempre acababa disuelto en bilis cuando se le aparecía
cualquier famoso.
En
la glorieta de Atocha el paisaje dejó de ser amable y dieciochesco para
convertirse en escenario barroco de agua va, confesión que me han herido, a mi
la guardia, locutorios, tiendas de chinos y bazares de sexo. A la altura de Fúcar
la gente parecía ya otra, más gafas, mejor olor y más saludos: «buenas tardes
profesor, que alegría volver a verle profesor, enhorabuena por su edición
profesor, definitiva sencillamente definitiva profesor, nos gustaría que
viniera a dar una conferencia en nuestro club profesor, venimos de Barcelona no
queríamos perdérnoslo profesor». Cuando Profesor llegó a la Costanilla, ya era
aquel profeta que va a entrar en la ciudad aclamado por sus seguidores. No se cabía
en los despachos, salas, escaleras, y el salón de actos era como el corazón de
una colmena.
−Ya
te dije que era una barbaridad enviar mil invitaciones, Marina, a ver ahora qué
hacemos. −Mercedes parecía invadida por un sentimiento de pánico.
Pero
no se trataba del número de invitaciones, sino del propio Cavanillas, que se
había dedicado a calentar el ambiente desde hacía un mes, hoy aquí mañana allí,
diciendo sin decir. Era una técnica que dominaba: “Creo que estoy en condiciones
de desvelar el secreto mejor guardado de Cervantes no no puedo adelantar nada
por ahora quedan algunos cabos sueltos que anudar pero pronto tendrán noticias”.
−Y
así hemos llegado a donde hemos llegado, Merche. Tengo un presentimiento.
−Hija,
mira que eres agorera.
−Ya
verás como el día termina mal.
A
las siete y media en punto, el de siempre, doscientas cincuenta y ocho con esta,
como reza en el libro de actas y anales, dijo aquello que siempre repetía, pura
fórmula para ocultar la pereza que le invadía cada vez que tenía que presentar
a un conferenciante: que si no necesitaba ser presentado, que si sería un
atrevimiento por su parte resumir aquí y ahora una obra tan extensa y
excelente, que solo las actividades del pasado año dirigidas y protagonizadas
por el profesor Cavanillas constituían un currículum difícilmente superable,
que la Imprenta se sentía honrada con poder tenerlo en su tribuna, que no iba a
cansarnos más con su pobre presentación, por lo que iba a proceder a cederle la
palabra para que pudiera comunicar a los amantes del cervantismo tan fenomenal
descubrimiento, en fin.
Cuando
los flases y los aplausos de cortesía se apagaron, eran las ocho menos cuarto.
El profesor Cavanillas agradeció los elogios inmerecidos: «siempre tan amable
tan buen amigo y buen anfitrión tan miserable con la minuta» pensó aunque no lo
dijo, y dio comienzo a la lección.
−Señoras
y señores −el silencio se cortaba, nadie se habría atrevido a respirar si no es
porque en un móvil sonó Paquito el
chocolatero para desesperación de todos, menos de su dueño−, quiero empezar
agradeciéndoles su generosidad por acompañarme esta tarde voy a procurar no defraudarles
porque tengo que hacerles partícipes a ustedes de un secreto que llevaba años
intuyendo y ya ha terminado de sustanciarse tras larga y minuciosa investigación
ha llegado el momento de revelar que Miguel de Cervantes se inspiró para crear
el personaje de Alonso Quijano en alguien real en un hidalgo caballero que existió
en la realidad que todavía vive y vivirá por siempre jamás Alonso Quijano soy
yo Arisco Cavanillas y vámonos poco a
poco pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño esto es todo.
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