Diario de PATRIA, de Fernando Aramburu /4
He debido
interrumpir la lectura de PATRIA durante dos semanas. Cuando he vuelto a
encontrarme con Miren, Bitori y los demás personajes, he tenido que hacer un
esfuerzo para seguir tomando algunas notas sobre aspectos formales y de
estructura (pura deformación profesional). Me lo había propuesto desde el
principio, como escudo para protegerme de la intensa emoción que la historia
despertaba. He aquí algunas notas, las que más me han sorprendido, las que
habría explicado de haber seguido en clase.
La libertad para
crear “participios de presente”, casi siempre con un matiz de humorismo o distanciamiento:
Te envuelve agresiva, azotante,
porque te sabe sin defensa (p. 362). La
calificó gritante, agresivo, de porquería (p.385). Buscó tranquila, fotografiante, el río
y se encontró con la casa natal de Goethe (p. 404).
Frases colgadas: Aránzazu guiaba: cuidado con, tira un poco
hacia, no vayas tan (p. 361). A veces, para pasar de estilo indirecto a
directo: Y, a la vista de la placa, le
dijo a Joxian que no se prepocupase, que: —Lo que está prohibido es andar en
bici entre las tumbas, pero no llevarla agarrada (P. 574).
Uso de la barra
ortográfica para crear series semánticas: De
forma que, si él los masajea / aprieta / besa con delicadeza, con minucioso
cariño, no es raro que ella dé un respingo de gusto y quiera más (p. 364). (…)
y levantaban brindadores / simpáticos /
bromistas las jarras y vasos, y trataron
varias veces de envolverla en una conversación (p. 405).
Injertos de
diálogo en la narración: Le indicaron a
Miren que se le estaba acabando el tiempo, señora (p. 457). (…) oyó a su espalda las palabras de Joxe Mari
rogándole con novedosa, en él nunca conocida humildad, que volviera, que no te
vayas ahora, que tenemos que dialo… (p. 583).
Estos y otros
recursos obligan a volver sobre lo aprendido en las incursiones de narratología.
Pero la prevención que buscaba de una
lectura que podía llevarme a la emoción sin yo quererlo se ha venido abajo en
los últimos capítulos. La carga de humanidad y compasión que ha vertido
Fernando Aramburu en los personajes me ha obligado a contener las lágrimas, lo
confieso. Tendría que remontarme a la confesión desesperada de Carmen Sotillo
en Cinco horas con Mario de Delibes,
hace cincuenta años, para decir que he sentido algo parecido.
Me sobra la
lectura interesada y política que muchos están haciendo. Me basta con el humano
compromiso.
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