sábado, 5 de noviembre de 2016

Diario de PATRIA, de Fernando Aramburu /4

He debido interrumpir la lectura de PATRIA durante dos semanas. Cuando he vuelto a encontrarme con Miren, Bitori y los demás personajes, he tenido que hacer un esfuerzo para seguir tomando algunas notas sobre aspectos formales y de estructura (pura deformación profesional). Me lo había propuesto desde el principio, como escudo para protegerme de la intensa emoción que la historia despertaba. He aquí algunas notas, las que más me han sorprendido, las que habría explicado de haber seguido en clase.
La libertad para crear “participios de presente”, casi siempre con un matiz de humorismo o distanciamiento: Te envuelve agresiva, azotante, porque te sabe sin defensa (p. 362). La calificó gritante, agresivo, de porquería (p.385). Buscó tranquila, fotografiante, el río y se encontró con la casa natal de Goethe (p. 404).
Frases colgadas: Aránzazu guiaba: cuidado con, tira un poco hacia, no vayas tan (p. 361). A veces, para pasar de estilo indirecto a directo: Y, a la vista de la placa, le dijo a Joxian que no se prepocupase, que: —Lo que está prohibido es andar en bici entre las tumbas, pero no llevarla agarrada (P. 574).
Uso de la barra ortográfica para crear series semánticas: De forma que, si él los masajea / aprieta / besa con delicadeza, con minucioso cariño, no es raro que ella dé un respingo de gusto y quiera más (p. 364). (…) y levantaban brindadores / simpáticos / bromistas las jarras  y vasos, y trataron varias veces de envolverla en una conversación (p. 405).
Injertos de diálogo en la narración: Le indicaron a Miren que se le estaba acabando el tiempo, señora (p. 457). (…) oyó a su espalda las palabras de Joxe Mari rogándole con novedosa, en él nunca conocida humildad, que volviera, que no te vayas ahora, que tenemos que dialo… (p. 583).
Estos y otros recursos obligan a volver sobre lo aprendido en las incursiones de narratología. Pero la  prevención que buscaba de una lectura que podía llevarme a la emoción sin yo quererlo se ha venido abajo en los últimos capítulos. La carga de humanidad y compasión que ha vertido Fernando Aramburu en los personajes me ha obligado a contener las lágrimas, lo confieso. Tendría que remontarme a la confesión desesperada de Carmen Sotillo en Cinco horas con Mario de Delibes, hace cincuenta años, para decir que he sentido algo parecido.

Me sobra la lectura interesada y política que muchos están haciendo. Me basta con el humano compromiso.

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